El ejemplo alemán y el muro de Sánchez
Mientras que ante la crisis actual, Merz esboza un Gobierno de gran coalición, España volverá a ser el país del ‘no es no’

Ilustración de Alejandra Svriz.
Tras las elecciones alemanas, el superministro español Félix Bolaños pretendió dar una lección a la oposición española por el hecho de que el ganador de dichos comicios, el cristiano demócrata Friedrich Merz, hubiera asegurado que no iba a negociar con el segundo partido en resultados, el ultraconservador Alternativa para Alemania (AfD), en tanto que el Partido Popular español no renunciaba a una posible colaboración con el ultraconservador Vox.
Como de costumbre, el Gobierno de Sánchez estaba tomando el rábano por las hojas, oponiéndose a la oposición, seleccionando caprichosamente la evidencia, omitiendo la parte de la realidad que no le convenía y, en definitiva, pretendiendo confundir al respetable público. La plena evidencia que se desprende hasta ahora de las consecuencias de la elección alemana es que el ganador se está comportando con una rectitud infinitamente superior que la que mostró Sánchez tras las elecciones españolas de julio de 2023: es más, Sánchez no mostró, ni sigue mostrando, ninguna rectitud, sino todo lo contrario, un oportunismo mezquino y rastrero, cuyas lamentables consecuencias estamos pagando todos los españoles.
La primera diferencia que salta a la vista entre el caso alemán y el español es que Merz, aunque no obtuviera la mayoría absoluta, ganó las elecciones, cosa que Sánchez no hizo en 2023. Es lógico que, habiendo ganado, Merz esté en condiciones de buscar el aliado que más le convenga, que debe ser el que, a su juicio, le permita formar el gobierno que mejor pueda servir los intereses del pueblo alemán. Es natural que, siendo el jefe de un partido de centroderecha, prefiera sondear al de centroizquierda, con el que en realidad tiene mucho más en común que con AfD que, entre otros problemas, presenta el de tener algunos resabios nazis. Por el contrario, Pedro Sánchez, después de perder las últimas elecciones, al ver que la coalición conservadora no alcanzaba la mayoría absoluta, no pensó en la mejor solución para su país, España, que hubiera sido, al igual que lo es en Alemania, una «gran coalición» de centro.
Sánchez basa su política en una gran falsedad: que la derecha, más exactamente, el centroderecha, representa un gran peligro y no debe nunca llegar al poder. Esta es una falsedad tan grande que ni Sánchez puede creérsela; pero le conviene a él procurar que se la crean sus seguidores y por eso proclama repetidamente la infame doctrina del «no es no», que es una de las mayores lacras y excentricidades con las que carga el sistema político español, por gentileza del sin par Falconetti.
El axioma sanchista es falso porque en las democracias actuales los partidos centrales, laboristas y conservadores en el Reino Unido, socialistas y cristiano demócratas en Alemania, socialistas y socialdemócratas en Portugal, PSOE y PP en España, tienen muchos puntos en común, en el sentido de que aceptan el sistema socialdemócrata de la economía mixta y el Estado asistencial. Las diferencias entre izquierdas y derechas son normalmente más de matiz, de estilo, de grado, que de fundamento; cuestiones tales como igualdad o desarrollo, intervencionismo o liberalismo, mayor o menor centralismo, pero siempre admitiendo y apoyando los principios básicos de la socialdemocracia.
«Lo anómalo es lo que Sánchez pretende imponer en España: el monopolio del poder por un solo partido, el suyo»
Por eso la alternancia en el poder de los partidos de centro es la práctica normal y deseable, y lo anómalo es lo que Sánchez pretende imponer en España: el monopolio del poder por un solo partido, el suyo, que, además, para más escándalo, es minoritario. Al rechazar la colaboración con el Partido Popular, mayoritario, Sánchez se ve obligado a aliarse con una mezcla peligrosa y explosiva de antisistemas, filoterroristas y separatistas, cuyo objetivo es hundir o desmembrar el país al que se supone que deben servir.
El sacar a relucir el ejemplo alemán, como ha hecho Bolaños, no hace sino revelar la propensión al engaño que tienen los socialistas españoles, amoldados ya a la mendacidad congénita de su jefe de fila. El ejemplo alemán muestra claramente lo que Sánchez hubiera debido hacer y no hizo (¿ha hecho alguna vez lo que debía hacer?) tras los comicios de 2023. En primer lugar, reconocer el hecho palmario de que había perdido dos elecciones seguidas, en mayo las autonómicas y municipales y en julio las generales.
La conclusión estaba muy clara: había perdido la exigua mayoría merced a la que había gobernado en la anterior legislatura, es decir, había perdido el apoyo del electorado. En otras palabras, había sido rechazado por las urnas. Tenía la fortuna, sin embargo, de que, al no alcanzar ningún partido la mayoría absoluta, existía la posibilidad lógica de un gobierno de gran coalición de centro, que era, evidentemente, la solución menos mala y que mejor se ajustaba al resultado electoral. Lo lógico y lo decente hubiera sido ofrecer a Feijóo su colaboración para formar una alianza, en la que el PSOE hubiera tenido el papel de socio minoritario, reflejándose así fielmente la voluntad del pueblo.
Pero no señor. Sánchez tenía que tomarse la revancha del electorado y darle un gobierno ultra-Frankenstein, que estuviera de hecho en manos de un delincuente rebelde y prófugo cuyo objetivo es la desmembración de España, y que está logrando gradualmente este objetivo gracias a las repetidas cesiones de un presidente indigno a quien, evidentemente, la voluntad del electorado le importa un pito, y que se venga de él con alevosía, en Valencia y en toda España. «Si queríais un buen gobierno, haberme votado más», debe pensar Sánchez al timón de equipo más impotente, incompetente, incongruente, incoherente e impenitente que ha tenido España en el último medio siglo, mientras espera, genuflexo, órdenes de su amo, el delincuente residente en Bruselas.
«Alemania, gracias a la perspectiva de una gran coalición, ha dado ya un giro político acorde con los momentos decisivos que vivimos»
Entretanto, en Alemania, solamente con esbozar el proyecto de gran coalición, sin aún haber, no ya formado gobierno, sino sin siquiera haber sido disuelto el anterior Parlamento, Merz ha conseguido ya, con los acuerdos de aumento del gasto militar, más logros en favor de Alemania y de Europa que Sánchez ha conseguido en favor de España y Europa en los interminables casi siete años de su desastroso mandato. Alemania, gracias a la sola perspectiva de una gran coalición, ha dado ya un giro político acorde con los momentos decisivos que estamos viviendo, en que la tradicional y racional alianza de países democráticos encabezada por los Estados Unidos lleva todos los visos de estarse desmoronando a manos de quien debiera ser su paladín.
En estos momentos cruciales y angustiosos como los que estamos viviendo, en que el edificio socio-económico-político, laboriosa y largamente construido por el mundo libre y democrático bajo la batuta de los Estados Unidos, amenaza con dejar de existir para dar paso a una jungla internacional sin más ley que la del más fuerte, ni más bandera que el totalitarismo populista, la única esperanza que nos queda a los que aún creemos en la democracia radica en esta Europa hasta hoy tan denostada, pero que ya parece capaz de resistir en defensa de sus principios y su cultura.
Una Europa cuya declaración de intenciones de tomarse en serio la defensa propia ha alarmado al Gobierno ruso, provocando sus amenazas e improperios, lo cual es una excelente señal. Una Europa donde los partidos que acostumbran a disputarse agriamente la mayoría y el poder en circunstancias normales, en una emergencia como la actual son capaces de posponer sus rencillas y coincidir en los grandes designios democráticos para resolver los problemas urgentes, porque lo mismo están dispuestas a hacer las naciones que la componen, en una encrucijada histórica.
En España, en cambio, volveremos a ser la oveja negra, el país del «no es no» y el muro ‘sanchesco’, el de la descalificación, la discordia, la corrupción, la inoperancia y la autodestrucción. En definitiva, seguiremos siendo la España de Sánchez. ¿No hay remedio?