Microsoft y el nuevo orden mundial del siglo XIX
«El 50 aniversario de la compañía recuerda que vivimos una nueva ola monopolistas no tan distinta en el fondo de la de los Rockefeller y compañía»

Microsoft celebra su 50 aniversario. | Reuters
Microsoft acaba de cumplir medio siglo. Enhorabuena. El año pasado llegó a los tres billones (con «b» de barbaridad) de dólares de valoración bursátil, con 20.000 millones de beneficios. El doble que el PIB de toda España, por ejemplo. Este año se les ha torcido un poco las cosas y están solo en 2,9 billones, dice Fortune. Pobres. ¡Ánimo! Para compensarnos el disgusto, acaba de salir en español la biografía de su fundador, Bill Gates (Seattle, 1955).
Se titula Código fuente (Plaza y Janés), y comienza contando su preadolescencia de tremendas excursiones en las montañas del salvaje noroeste estadounidense. Allí forjó su carácter con otros boy scouts. Un friki de manual enganchado también a esa cosa rara llamada informática que empezaba a carburar. En el libro viene a decir que las líneas de código fundacionales de lo que después sería Microsoft se las descargaron en el cerebro una de esas caminatas. ¡Alabado sea el espíritu boy scout!
Los fastos del medio siglo de Microsoft han quedado algo solapados por el alud Donald Trump. Los analistas insisten, y con razón, en que la ¿política? arancelaria nos devuelve al siglo XIX. Miguel Ors Villarejo y Javier Díaz-Giménez lo explican con su habitual destreza y profundidad. Compro, por tanto, la premisa, pero además se me ocurre tomar otra salida en esa apasionante autopista que es el siglo XIX estadounidense, a ver qué nos encontramos.
En 2012, el canal History sacó una miniserie titulada The Men Who Built America. Literalmente: «Los hombres que construyeron América», aunque para la versión española se estropeó el alcance real de la peripecia narrada con un triste Gigantes de la industria. A lo mejor es que no nos acabamos de enterar de lo que pasa por aquellos lares.
La miniserie desmenuza las increíbles biografías del póker de multimillonarios que convirtieron EEUU en lo que hoy es: John D. Rockefeller, Cornelius Vanderbilt, Andrew Carnegie, J.P. Morgan y Henry Ford. Comenzaron en la segunda mitad de ese siglo XIX tan trumpiano, pero consolidaron su poder en la primera mitad del siguiente.
En los principios aparece un Rockefeller afín como Gates a los paseos por la naturaleza. En su caso, para recolectar piedras que luego pintaba y vendía a sus compañeros del cole. Lo que ganaba no se lo gastaba en chuches, sino que lo acumulaba en un frasco azul que años más tarde recordaría nostálgicamente como su primera caja fuerte. Todavía no se habían fundado los boy scouts.
Rockefeller y sus pares supercapitalistas fueron creciendo en sabiduría y sus negocios en estatura. Cabalgaban, por supuesto, el purasangre capitalista que habían inventado los padrastros ingleses. Una bestia indomable. O no. La democracia en América que tanto fascinó a Alexis de Tocqueville tiene sus mecanismos de autocorrección. Por eso siguen ahí, a diferencia de la Unión Soviética, por ejemplo. A un tal John Sherman, senador de Ohio, se le ocurrió, por ejemplo, que había que limitar los monopolios para que los constructores de América no se la quedaran en propiedad. Muy naif, diríamos aquí. Allí la aprobó el presidente en 1890.
La Sherman Antitrust Act prohíbe negocios que el gobierno federal declara como actos contra la competencia y exige la investigación de las grandes empresas. Por supuesto, las cosas no fueron tan fáciles. Los magnates se resistieron, con la Standard Oil de Rockefeller de buque insignia, pero los legisladores siguieron perfeccionando la maquinaria, con la ley Clayton de 1914 como supuesto gran broche final…
Solo que en estos asuntos la palabra «final» siempre es una ilusión. El New Deal de Roosvelt reabrió en los años 30 una guerra que continuó durante todo el siglo XX. La batalla de la telefónica AT&T ya fue indicando por dónde iban a ir los tiros hasta que en 1999, como gran prólogo del siglo XXI de nuestros dolores, una coalición de 19 estados y el Departamento de Justicia federal demandaron a Microsoft por su campaña de presión para imponer el monopolio del navegador Netscape.
Después llegó lo de Apple y su ipod con itunes y muchos otros combates por el estilo hasta el gran bombazo del año pasado. En agosto, The New York Times tituló a toda página: «Google pierde el caso antimonopolio en EEUU», explicando en el subtítulo: «La histórica decisión es la primera sentencia antimonopolio de la era moderna de internet. El último caso fue contra Microsoft hace más de 20 años».
Pese a la euforia del NYT, la guerra probablemente no haya hecho más que empezar. El universo cósmico total pudo seguir a través del blog corporativo de Microsoft, el espíritu de los nuevos constructores de América (y más allá…). El actual gran jefe de la empresa, Satya Nadella, compartió escenario con los fundadores, pero no le dedicó demasiado tiempo a la nostalgia.
«Si algo he aprendido durante mi tiempo en Microsoft es que no se trata de la longevidad, sino de la relevancia. Nuestro futuro no se definirá por lo que hayamos construido, sino por lo que empoderemos a otros a construir», dijo a las primeras de cambio: «Por eso lideramos esta nueva ola de innovación en IA y, aún más importante, la democratizamos, tal como hicimos con la PC. De ahí, pasamos al chat, a la edición de múltiples archivos y, ahora, a los agentes. Más de 150 millones de desarrolladores en casi todos los países del mundo usan GitHub. Entonces pensé: ¿y si pudiera aprovechar ese poder y reconstruir el primer producto de Microsoft?»
Y otra vez a empezar.