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Historias de la historia

Asesinato judicial: la ejecución de Lavoisier

El 8 de mayo es un día de luto para la ciencia, cuando el sabio Lavoisier, «padre de la química», fue a la guillotina

Asesinato judicial: la ejecución de Lavoisier

Antoine de Lavoisier, el "padre de la química moderna", en un retrato de Jacques-Louis David. | Wikimedia Commons

«La República no necesita sabios ni químicos. El curso de la justicia no puede detenerse». Con esta frase el presidente del Tribunal Revolucionario, Coffinhal, justifica una de las ejecuciones más inicuas de la Revolución Francesa, la de Antoine de Lavoisier, el «padre de la química moderna» en opinión general del mundo científico.

Hay algo de frustración personal en la severidad, por no decir crueldad, del juez. Coffinhal ha intentado seguir la carrera de medicina, pero ha fracasado y ha tenido que conformarse con ser un obscuro funcionario de la fiscalía de París. Pero la llegada de la Revolución cambia muchos destinos. Coffinhal se convierte en un radical, adopta el nombre de Mucius Scaevola –el héroe de la República romana-, y llega a ser primer juez del Tribunal Revolucionario, que es la principal herramienta del Terror. Desde este puesto mandará innumerables inocentes a la guillotina, donde él mismo pagará sus crímenes judiciales tras la caída de Robespierre. Entre esos crímenes, uno de los más escandalosos es la ejecución de Lavoisier.

«No han necesitado más que un momento para cortar esta cabeza, y puede que en cien años no vuelva a haber una semejante», comenta desolado el gran matemático y astrónomo Lagrange. Porque, efectivamente, Antoine de Lavoisier es el arquetipo de sabio protagonista de la «revolución científica» que cambia el mundo a finales del siglo XVIII, antes de que se produzca su equivalente político, la Revolución Francesa.

Lavoisier pertenece a una familia de la llamada nobleza de toga, los magistrados y altos funcionarios del reino, y por decisión de su padre se licencia en derecho en la Universidad de París, pero tiene una irrevocable vocación científica y se pone a estudiar física, química, botánica y mineralogía con las eminencias de esas ramas. Con 21 años presenta un proyecto de alumbrado público de París que merece un premio. Su labor será ingente y multiforme, yendo del enunciado de la ley de la conservación de la masa al estudio de la fotosíntesis o la respiración animal. Se le considera sobre todo el padre fundador de la química moderna por sus descubrimientos sobre el oxígeno

Retrato de Monsieur Lavoisier y su esposa de Jacques-Louis David (1788)

Con 25 años ingresa en la Academia de Ciencias, el Olimpo de los científicos franceses, y este gozoso logro determina quizá su desgracia, porque se cruza con otro científico frustrado, como el juez Coffinhal.  En 1778 presenta su candidatura a la Academia un tal Jean-Paul Marat, médico autodidacta que ha obtenido el doctorado en una universidad escocesa, pero que se ha convertido en un médico de moda entre la aristocracia de París. Marat es rechazado porque Lavoisier considera que su trabajo científico es inconsistente. Lo vuelve a intentar dos años después, y es de nuevo rechazado. El berrinche es tan grande que Marat piensa que su vida está acabada y hace testamento. Pero en esos momentos alumbra la Revolución Francesa y Marat revive en una nueva vida: caudillo radical.

Funda y dirige L’Ami du Peuple (El Amigo del Pueblo), uno de los periódicos más influyentes, desde donde espolea los odios hacia todos los que no están en su línea. Entre sus víctimas favoritas están los dos sabios a los que achaca su rechazo en la Academia, Lavoisier, a quien llama «corifeo de charlatanes, hijo de un pobretón, aprendiz de químico» y Condorcet, al que dedica insultos tan ingeniosos como «el insignificante palo en el culo de las viudas». A consecuencias de su persecución uno será guillotinado, el otro se suicidará en su celda para no subir al cadalso.

«Por echar agua al tabaco»

¿De qué puede acusar la Revolución a alguien como Lavoisier? Su trabajo se centra en descubrimientos que sólo traen beneficios a la sociedad, su laboratorio en el Arsenal –donde vive- es el «corazón científico de Francia», el santuario que visitan todos los sabios extranjeros, un centro que irradia gloria para el país. ¿Por dónde atacarlo? La brecha  se produce, paradójicamente, por uno de los acontecimientos más felices de su vida, su matrimonio con Marie-Anne Pierette Paulze.

Marie-Anne es casi una niña, tiene 13 o 14 años, según las fuentes. Es muy hermosa, según sabemos por el retrato de David, pero además goza de un cerebro privilegiado. Pese a su extrema juventud, tiene una educación científica y un conocimiento de idiomas que le permiten traducir correctamente los ensayos científicos publicados en el extranjero, para beneficio de su marido. Incluso ella misma es capaz de escribir trabajos como la Refutación a las teorías del químico irlandés  Kirwan, que estaba en desacuerdo con Lavoisier. 

Por si fuera poco, la boda es económicamente una bicoca, porque el padre de Marie-Anne es uno de los propietarios de la Ferme Générale, la empresa que tiene la concesión de los impuestos del rey de Francia. Lavoisier es incorporado y luego hereda el negocio de su suegro, lo que le hace muy rico y le permite dedicarse a la investigación científica sin preocupaciones económicas. Antoine de Lavoisier parece el hombre más afortunado del mundo, goza de amor, riqueza y fama, su trabajo le apasiona, su matrimonio es feliz. Pero estalla la Revolución y comienza la persecución de Marat.

El cerco se va cerrando poco a poco. En 1791 la Ferme Générale es abolida por las autoridades revolucionarias. En 1792 cesan a Lavoisier del cargo oficial que ocupa en la Comisión de la Pólvora y lo expulsan de su laboratorio-domicilio en el Arsenal. En 1793 se cierra la Academia de Ciencias y, por fin, en noviembre de ese año, Lavoisier es arrestado junto a otros 27 Fermiers générales, como se llama a los concesionarios de la recaudación de impuesto. La acusación es fraude al estado por haberse quedado con dinero de los impuestos y por echarle agua al tabaco, de cuya venta también tienen franquicia.

Las acusaciones son inventadas, pero eso no importa durante el periodo del Terror robespierano. Como declara con cinismo Couthon, autor de la Ley de 22 Prarial que retira el derecho de defensa a los acusados, «se trata menos de castigarlos que de aniquilarlos… No se trata de dar ejemplo, sino de exterminar a los implacables satélites de la tiranía». No sirve de nada que numerosas personalidades apelen a los servicios que ha prestado y prestará Lavoisier al país en el campo científico, «la República no necesita científicos ni sabios».

El 8 de mayo de 1794, el mismo día que se pronuncia la sentencia, sin dar tiempo a apelación alguna, Antoine de Lavoisier es guillotinado. Un asesinato judicial.

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