El peor enemigo de los aviones furtivos no son los radares (pista: si llueve, no vuelan)
A la lucha contra el agua, arena o polvo se suma un elemento inevitable, incluso en las mejores condiciones: el calor
En 1588, Felipe II mandó a Inglaterra a la llamada Armada Invencible, con desastrosos resultados. A la vuelta de lo que quedó de ella, el amo del imperio en el que nunca se ponía el sol maldijo su suerte y exclamó su conocida máxima «No mandé mis barcos a luchar contra los elementos». A la Armada no la vencieron los ingleses, sino la mala mar y las tormentas.
Esto mismo podría afirmar Lockheed Martin, fabricante de los F-35, los aviones furtivos más populares del planeta y los únicos que salen de su mercado nativo. Con una tecnología equiparable, los rusos tienen una docena de Su-57 Felon, de los que se supone que la mayoría son prototipos y plataformas de desarrollo, y los chinos el Chengdu J-20, del que se sospecha que deben de tener entre 100 y 150 unidades. Los yankis poseen unos 620 entre el citado F-35 en sus diversas versiones, su hermano F-22, y el bombardero B-2. Ninguno de estos dos últimos se exportan a otros países. El que sí exporta a casi una docena larga de países, y del que España baraja hace años hacerse con un buen puñado de aeronaves, es el F-35 Lightning II.
Hidrofobia
Felipe II fue el mejor cliente del pintor El Bosco, y se hizo rodear de sus pinturas horas antes de su muerte. En ninguna de aquellas delirantes pinturas aparecía ni por asomo un F-35, pero si en 1588 el emperador hubiera dispuesto de estas aeronaves, el resultado militar hubiera sido bastante parecido al desastre naval de la Armada.
El peor enemigo de los actuales aviones de combate clasificados como stealth, o furtivos, no es otro que el agua y la humedad. Tiene otros, como el calor producido por los propios aparatos en funcionamiento, o la desértica arena de las latitudes en las que existen conflictos armados de un tiempo a esta parte. Pero el más simple y de peor solución es todo lo que tiene que ver con el líquido elemento. Sus cuidadores tienen órdenes estrictas de protegerlos del relente cuando sea necesario, resguardarlos en hangares o cubrirlos con cualquier elemento que evite posibles daños.
La tecnología furtiva, la utilizada para engañar a los radares, está basada en dos principios básicos: las formas de las aeronaves, y su recubrimiento. Los cazas de combate, bombarderos, y aeronaves en general dejan una huella electrónica a su paso que los radares captan a base de emitir señales electromagnéticas. Un radar emite una señal, rebota en los aparatos, y vuelve a su origen delatando su presencia. La tecnología stealth —que podría traducirse como invisible o furtiva— no consigue eliminar este tipo de detección, pero los diseños más avanzados de las compañías que la desarrollan consiguen reducir entre un 70 y un 80% el rastro electrónico de sus clientes.
El primer aparato considerado como furtivo que entró en servicio fue el Lockheed Martin F-117. En realidad era un Frankenstein de piezas de diversos aviones, en especial del F-16, en cierto modo carrozado para enmascarar sus señales. Las superficies planas de su fuselaje ponían una parte, y un exótico esmalte exterior aportaba la otra. Era tan poco aerodinámico y volaba tan mal que tuvieron que ponerle un ‘botón del pánico’, para que los ordenadores de a bordo retomasen el control en caso de emergencia.
Si sus formas le hacían asemejarse al avión de Batman, uno de los grandes misterios residía en su pintura. Durante su proceso de desarrollo, empezó a rodar un chascarrillo entre los empleados de la compañía. Por las mañanas se encontraban murciélagos tirados en el hangar donde guardaban sus prototipos. Los técnicos decían que su avión era tan invisible que hasta engañaba al que llevan instalado estos animales de forma natural, que chocaban contra él. El misterio residía en algo más prosaico: los animales caían aturdidos por los vapores emitidos por el esotérico esmalte.
Lobo con piel de lobo
Y sí, uno de sus secretos mejor guardados reside en la epidermis de las aeronaves ‘invisibles’. Se sabe que hay varias capas, creadas a modo de sándwich, en las que formadas con materiales compuestos, una de las claves es uno de sus ingredientes: una suerte de partículas de material magnetizado —se habla de ferrita y piezas de carbono—, que devora las señales de radar.
El problema básico es que esta piel de alta tecnología resulta muy delicada, y requiere de un tratamiento continuo, muy especializado y no solo es costoso, sino que requiere de ‘tiempo de taller’. El proceso de mantenimiento de las aeronaves que cuenten con esta tecnología requieren de prolongados periodos en el suelo, y con ello sufre mucho su índice de operatividad. Si en tiempos de paz puede ser una pega, en épocas de conflicto activo, puede convertirse en un lastre complejo de manejar.
Gastos estratosféricos
Los aviones son cada vez más complicados, y por ello requieren de un mantenimiento más intenso. A mayores revisiones y sustitución de piezas, mayores costes. La administración USA ha echado cuentas y calcula que comprará unos 2.500 F-35 durante su ciclo de vida útil. La factura final será de unos 400.000 millones de dólares (370.000 millones de euros). Pero es que esta es la factura barata; la cara es la de su mantenimiento. Los contables del Tío Sam han echado cuentas y dicen que el recibo se irá a los 1,27 billones de dólares finales (1,2 billones de euros), el triple.
En 2020 ya pagaron a razón de 7,8 millones de dólares (7,2 millones de euros) por unidad a cuenta de este gasto. Las cifras se disparan si hablamos de la versión B de despegue vertical, o la C, navalizada, con alas plegables y características propias de aeronaves embarcadas. A estas dos últimas versiones se les añade el salitre marino, que directamente devora la pintura invisibilizante.
A la lucha contra el agua, salitre, arena, o polvo se suma un elemento inevitable, incluso en la mejor de las condiciones atmosféricas y de vuelo: el calor. Las capas del llamado RAM (Radiation Absorbent Materials/Materiales Absorbentes de la Radiación) se empiezan a deteriorar a partir de los 250 grados centígrados. Los motores se calientan, y esto afecta a las áreas del avión cercanas; no hace falta ser un genio para ser consciente. Pero hay más. Los aparatos vuelan muy rápido, y el rozamiento con la atmósfera crea fricciones que elevan la temperatura de su fuselaje. La Marina hizo pruebas y detectaron que a partir de Mach 1.3 (unos 1.600 km/h) sus aeronaves se despellejaban. Esa es la razón que sus tripulantes tienen orden estricta de no sobrepasar ese límite, y solo se lo pueden saltar en caso de emergencia, y si es posible, durante periodos inferiores a un minuto. Cuando esto ocurre… paso por el taller de pintura, con costes extra, y más tiempo de aparato en el suelo y sin poder operar.
El apaño
Cada vez que los aparatos pasan por ‘los pintores’, estos enmascaran cada esquina, tobera, resquicio, o abertura. Cubren ranuras, tornillos, y hasta la pintura con la matrícula y distintivos de los aparatos es especial. Apenas tienen colores; o son grises, más claros, o más oscuros. Los componentes de la mezcla han de ser cocinados en proporciones muy concretas, aplicadas y suavizadas, y las imperfecciones han de ser retiradas en un proceso delicado y laborioso.
El futuro pide velocidad, y los diseños con velocidad hipersónicas, esto es, por encima de Mach 5, se enfrentan al problema de la temperatura. Todo pasa por una tecnología desarrollada por la Universidad de Carolina del Norte y basada en una cobertura cerámica. Con un efecto parecido al de los transbordadores espaciales, este tipo de cáscara de porcelana soportaría hasta unos 1750 grados. Su forma de aplicación sería similar al de pintar un coche y un secado posterior. La capa cerámica se curaría con un par de días de reposo. Soportaría calor, humedad, el agua, y se cree que la absorción se elevaría a un 90 % de las señales de radar. La guinda reside en que el coste y mantenimientos serían mucho más bajos que la tecnología actual.
Si Felipe II hubiera tenido unos cuantos F-35 en su época, seguramente los hubiera remitido a la rebelión constante de Flandes, ahora Países Bajos. Allí, hoy, ya sabrían qué hacer. En 2019 su gobierno comenzó a recibir las primeras de las 52 unidades de F-35 que han encargado. En la ceremonia de entrega del primero, en la Base Aérea de Leeuwarden, a alguien se le ocurrió crear un arco de agua para darle la tradicional bienvenida. Un operario activó mal una palanca, y en lugar de agua, arrojaron espuma sobre la aeronave… que quedó KO durante unos días, y cuya primera misión fue ser pasar por los hangares y ser reparada. Los antiguos holandeses descubrieron cuál hubiera sido el arma perfecta contra los F-35 de Felipe II: una fiesta de la espuma, la secreta arma de guerra que podría dejar en tierra al enemigo invisible…