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Sociedad

El alcalde del 'caso Nevenka' rompe su silencio: «Si no hay delito, no hay arrepentimiento»

THE OBJECTIVE publica en exclusiva un adelanto editorial del libro ‘Escrito queda’, del exalcalde de Ponferrada

El alcalde del ‘caso Nevenka’ rompe su silencio: «Si no hay delito, no hay arrepentimiento»

Ilustración de Alejandra Svriz.

Me llamo Ismael Álvarez, fui alcalde de Ponferrada y vi truncada mi carrera política luego de que un juez me condenara por acoso sexual a Nevenka Fernández, con quien había mantenido una relación sentimental. A raíz de aquella sentencia, mi ánimo se quebró, mi vida afectiva se resintió y mi mujer, Montse, y mis hijos y mis nietos, por quienes tanto había peleado, fueron a partir de entonces quienes hubieron de tirar de mí. Sin ellos, no me cabe la menor duda que hoy no estaría aquí.

Tras verme desahuciado de la política, empecé un calvario de psicólogos, médicos, psiquiatras… de tratamientos, en suma, que me hicieron la existencia más llevadera, que trataron de poner fin a ese abatimiento que tantos días me tuvo postrado, sin ganas de leer algo de poesía, de ir a echar la partida. Sin ganas de vivir.

Más de una vez me había planteado escribir un libro para resarcirme, un libro que tuviera para mí un valor terapéutico, pero la empresa me venía muy grande. Había ido tomando notas, sí, pero lo ignoraba todo sobre cómo conjuntar los fragmentos, qué tono darles, qué estrategia narrativa seguir, si tenía que escribir en primera o tercera persona…

En Escrito queda he estado embarcado algo más de dos años. No ha sido fácil por varias razones. La primera se debe a que, si bien soy un avezado lector, sobre todo de poesía, la escritura no es el terreno en que mejor me desenvuelvo. La segunda dificultad ha estribado en el tema del libro, y sobre todo en uno de los temas en particular. Me refiero, cómo no, al episodio que está en la génesis de la obra, esto es, al juicio por que el fui condenado, y que, además de truncar mi carrera política, me dejó tocado y casi hundido en lo personal.

Pero lo escribí, y hoy, 21 de septiembre, la criatura se presenta en sociedad.

El libro pretende ser un legado. Para mi familia, para mis hijos, para mis nietos. Pero también para los ponferradinos. Quería que supieran, que todos supierais, quién era Ismael Álvarez al margen de las maledicencias que sobre mí se han vertido de manera ininterrumpida durante más de 20 años. Que supierais, más allá del caso Nevenka, cuáles fueron mis orígenes, en Dehesas, cómo era la Ponferrada de entonces, cuáles fueron mis inquietudes ya de adolescente, cómo me hice empresario tras pasar una temporada en Madrid y sacarme, con no poco esfuerzo, la carrera de Derecho. Y la política, claro: la ambición insobornable, obstinada, tenaz, de transformar Ponferrada para que tuviera rango de ciudad.

Portada del libro.

Como decía, tenía ya algunas notas, pero hasta que Ana Pastor, para seguir exprimiendo el negocio de Nevenka, emitió la serie en Netflix, no me decidí. De algún modo, esa fue la gota que colmó el vaso. Había permanecido callado durante 20 años, soportando una crítica por aquí, otra por allá. En mi ingenuidad, creí que el silencio contribuiría a que la controversia moriría sola. Pero no. No sólo fue yendo a menos, sino que fue yendo a más, y más, y más… Hasta llegar a la serie de Netflix. ¿Por qué fue yendo a más? Por dos razones: la primera es obvia: al nuevo feminismo de Montero y compañía le conviene caracterizar España, contra toda evidencia, como un país machista, un país homófobo, un país de maltratadores. ¿Para qué? Para presentarse con su ejército de asesoras como solución al problema, por mucho que su paso por la política sólo lo haya agravado, y a las sueltas de violadores me remito.

La segunda razón por la que esto no cesa es, como ya he avanzado, el dinero. Mi caso, mi tema, como le quieran llamar, es un negocio que nutre horas y horas de televisión. ¿Cómo la productora de Netflix y Nevenka misma van a renunciar a ese fuente de ingresos?

Lo que sigue son varios extractos de E scrito queda, que se publica este jueves.

El porqué de este libro

«En marzo de 2021 fui víctima del acoso de una productora audiovisual, que realizó una docuserie absolutamente extemporánea en que se vertía un cúmulo de falsedades sobre mí. Cuando aquel artefacto vio la luz, empecé a acariciar la idea de escribir un libro. No podía continuar por un instante más dando la callada por respuesta frente a los insultos que la productora Newtral y algún medio de comunicación me dedicaban. Personas ilustres del mundo de la comunicación, del derecho y de la psiquiatría, como descubrirá el lector que se adentre en estas páginas, me insuflaron el ánimo suficiente para ello».

Si no hay delito, no hay lugar para el arrepentimiento

«Tal vez pedir perdón en público me habría salido a cuenta. Llegué a meditarlo. Construir un relato basado en la debilidad humana: la historia de un hombre intachable que se ve empujado por el azar o las circunstancias a obrar de forma reprobable. Y presentarme ante los medios de comunicación con mi tormento a cuestas, expiando mis culpas, implorando el perdón. ¡He aquí un arrepentido de corazón, un hombre consciente del dolor que ha ocasionado! Sí, clamaría por ese perdón en todos los foros donde se me requiriera, y lo haría con reiteración, hasta hacerme merecedor del indulto social, de una absolución compasiva que diera paso, quién sabe, a la estima popular. Ya rehabilitado, nada me habría impedido retomar mi actividad política. Es verdad que en unas condiciones diferentes, pero no necesariamente en desventaja, pues si bien mi imagen estaría irremediablemente manchada, también podría hacer valer la carta del ennoblecimiento, la del político auténtico, genuino, humano… incluso resiliente. […] Pero había un problema: yo no había cometido ningún delito».

Una querella inesperada

«La querella de Nevenka me dejó estupefacto. Por más que el día anterior lo hubiera avanzado en el Diario de León el columnista Chencho, habitual azote del Partido Popular, no salía de mi asombro. Es verdad que en toda relación de pareja hay desencuentros. También en la nuestra los hubo, no tengo inconveniente alguno en admitirlo. Seguramente tendríamos que disculparnos mutuamente, y por mi parte no tendría problema en hacerlo. Pero de ahí a que yo cometiera un delito media un abismo. Ella nunca me habló de que estuviera angustiada, desalentada o como quiera que luego dijo que se sentía. Ni lo comentó con su familia ni lo comentó con amigos. Tampoco con nadie del grupo de gobierno, a pesar de la relación de confianza que mantenía con dos compañeras. Jamás expresó a nadie queja alguna. Si a mí me hubiera hecho saber de su malestar, estoy convencido de que la habría ayudado, rectificado o lo que hubiera sido menester. No tengo la menor duda. Además, hasta su marcha siempre había mostrado buen talante con todo el personal del Ayuntamiento, y me atrevería a jurar que en su último día como concejal tenía un aspecto espléndido. Esto es relevante porque es a partir de ahí, y no antes, cuando se inicia la fabricación del relato en que se sostiene la denuncia. Reitero lo que afirmé hace veinte años: nunca salió de mí la menor descalificación hacia ella. Tampoco la leerán en este libro, por mucho que su actuación me infligiera un daño irreparable. De lo que nadie me convencerá es de que no hubo terceras personas que, por intereses espurios, influyeran decisivamente en ella».

De su puño y letra: «Pase lo que pase, sé mi amigo»

«Poco antes de dejar el Ayuntamiento, me entregó esta nota de su puño y letra, que dice textualmente: ‘Sólo una cosa: mantén (si puedes) aquello que siempre me dijiste… pase lo que pase, y sé mi amigo. Que no quisiera por nada del mundo perder ese privilegio / Nev’».

Un acoso peculiar

«Es insostenible que el magistrado De Pedro no aceptara como prueba definitoria a favor de mi absolución el hecho de que una ‘acosada sexualmente’, siete días después de ‘sufrir un auténtico infierno’ en un hotel con su ‘acosador’, reserve dos noches de hotel con esa misma persona. O que hiciera caso omiso al modo en que, a este respecto, mintió Nevenka. O que no concediera valor probatorio a las más de sesenta veces que Nevenka contactó conmigo telefónicamente durante los meses en que, según ella, la acosé. O que no calificase como dato aclaratorio que me llamara a la una, a las dos y a las tres de la madrugada durante esa misma etapa de supuesto acoso. ¿En qué se basó el juez para considerar normal que una mujer ‘acosada’ contacte con su ‘acosador’ a esas horas, estando además probado que no eran respuestas a llamadas mías? Es más, ¿cómo explica que después del ‘escalofriante’ acoso que refiere Nevenka, y tras regresar a Ponferrada el 9 de julio, ella me llamara nuevamente los días 10 y 11, sin que constara llamada alguna por mi parte? En la sala del juicio oral, Nevenka pronunció las palabras: ‘No me mira, no me mira’. Es sorprendente que el Sr. Magistrado no enjuiciase este hecho con la misma lógica que lo hizo una mujer que me paró en cierta ocasión por la calle, una joven de unos 30 años que, siendo conocedora de este detalle, me contó que ella había sufrido un episodio de acoso y que lo último que deseaba es que su acosador la mirase».

‘No hay motivos reales que sustenten la condena’

«Pero hay más. El magistrado que me condenó, José Luis de Pedro, estando ya jubilado, coincidió con un comisario de policía de Ponferrada en una celebración en Valladolid a la que ambos habían sido invitados. Fue el propio juez quien presentó sus credenciales: ‘Yo soy el que condenó a vuestro alcalde’. La charla prosiguió por un cauce distendido y De Pedro acabó confesando al comisario que apenas había motivos reales que sustentaran la condena, pero que la presión mediática lo había puesto contra las cuerdas».

Retazos de una vida

«En verano, cuando arreciaba el calor, había noches en que dormía con mi padre en la era, a la luz de las estrellas, y aunque los insectos me dejaban hecho un Cristo, la experiencia merecía la pena. Mi padre no tenía elección, pues debía vigilar el grano de centeno y de cebada que había cosechado, durante lo que durase la maja. Río abajo se me agolpan los recuerdos, las estampas de la niñez… La del día en que, con 5 años, planté un árbol en la Campablanca con la ayuda de mi padre, y que tantas veces me ha evocado Alberto Cortez, con su Mi árbol y yo; la de ver montados a una misma bicicleta a un hombre y una mujer, ella delante, sentada sobre la barra y con las piernas colgando hacia el mismo lado, o a mujeres pedaleando solas, lo que las obligaba a recogerse las faldas en el regazo… Y el llanto de los que emigraban a Francia o a Suiza en busca de trabajo, y que sólo regresaban por vacaciones. También hubo emigración transatlántica, con México, Brasil y Argentina como principales destinos. Qué despedidas tan estremecedoras».

En la escuela

«Durante los 7 años que pasé en el colegio, ayudé a mi madre con el reparto de leche, dado que entre la salida de clase a mediodía y la vuelta por la tarde mediaban un par de horas; una hora y media, si descontamos el tiempo que empleaba para comer, por lo que al terminar me unía a ella para que acabara antes. Los compañeros de familias pudientes, los que estrenaban ropa en cada estación, se burlaban de mí por ir cántaro arriba, cántaro abajo. Hoy en día, esas expresiones de clasismo están a punto de extinguirse, pero en esa época, por desgracia, eran de lo más normal, sin que se tuviera en cuenta las secuelas que, en forma de complejo, podían dejar».

Vida universitaria: delante de los ‘grises’

«En el campus se convocaban con bastante frecuencia huelgas estudiantiles en las que se cuestionaba el precio de las tasas, el modelo de enseñanza, el plan de estudios… No sé si existían ayudas para estudiantes de familias desfavorecidas, pero lo que es yo no disfruté de ninguna; luego, me sobraban motivos para participar de forma activa en las protestas y acudir a las manifestaciones, y así lo hice. En más de una ocasión me tocó correr delante de los grises, que nos perseguían a caballo. De los grises, así llamados por el color del uniforme, se decía cáusticamente que eran la policía más culta del mundo, pues no había día que no pisaran la universidad. Por aquellos años me hospedaba en pisos donde los propietarios alquilaban una habitación, y me alimentaba en el refectorio del Sindicato de Estudiantes Universitarios, el legendario SEU, a 15 pesetas el menú, que con el bono semanal se quedaba en 12,50. Primero, segundo y postre, con la posibilidad de repetir del primero tantas veces como se quisiera.»

Sin blanca en Madrid

«Mi primer empleo fue de camarero, en un bar de la calle Los Vascos. Me preguntaron si sabía algo del oficio y les dije, por pura necesidad, que sí. Pero mi torpeza con la bandeja me delató y prescindieron de mí. Después me incorporé a una empresa de paquetería, en régimen de media jornada. Mi carestía tocó a su fin, pero los estudios se resintieron».

La discoteca Delfos

«Venía comprobando (no hacía falta ser muy perspicaz, se trataba de una evidencia clamorosa) que la juventud era más propensa a ir a bailar que a ir al cine, y que, en cualquier caso, no eran formas de ocio excluyentes. Por lo tanto, me dije, ¿por qué no reunirlas en un mismo emplazamiento? Y eso hicimos. Con la mínima inversión posible, levantamos un local contiguo de no más de 100 metros cuadrados y pasamos a vender una entrada única ‘de cine y baile’, de forma que tras la película, el público accedía a la sala de baile a través de una puerta interior. Dos años después ampliamos el recinto, ya con el nombre de discoteca Delfos, que andando el tiempo se convertiría en parada obligada de la noche berciana; un templo, diríamos hoy, y disculpen la inmodestia, que en su etapa más esplendorosa, a finales de los ochenta, llegaría a congregar en torno a 1.700 parroquianos en las sesiones de sábado y domingo.»

A la tercera, va la licenciatura

«En 1982, y de la mano del alcalde Celso López Gavela, se había creado en Ponferrada el Centro Asociado de la UNED. Y el desasosiego de no tener una titulación universitaria, ahí seguía, horadándome la conciencia. Lo consulté con la almohada infinidad de veces. ‘¿Comienzo a estudiar una nueva carrera o desisto definitivamente?’ Lo que sí tenía claro es que no me podía permitir otro fracaso. Que una tercera intentona frustrada sería un golpe psicológico del que difícilmente me repondría. Sea como sea, me matriculé en Derecho, lo cual tenía dos ventajas: la carrera me gustaba y no exigía presencialidad».

¿Estarías dispuesto a ser cabeza de lista por el PP?

«Decidí que iría aflojando mis vínculos con la discoteca y empecé a realizar las gestiones para encontrar una oficina, colegiarme y ejercer como abogado, bien en solitario o formando equipo con algún otro colega. Ocupado en ese proyecto, sonó el teléfono. Era Ángel Escuredo, presidente comarcal del Partido Popular. No se anduvo por las ramas: ‘¿Tú estarías dispuesto a ser cabeza de lista por el PP para el Ayuntamiento de Ponferrada?’».

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