El hombre que revolucionó el siglo XX
Hace justo 100 años murió Lenin, el hombre que convirtió el comunismo en realidad y cambió la Historia
«Muy dotado, siempre limpio y estudioso, primero en todas las materias, cierta tendencia a aislarse y a la reserva». Este informe del profesor Kerenski, director del instituto de Simbirsk, abriría a Vladimir Illich Uliánov las puertas de la Universidad, pese a las reticencias de las autoridades, porque el futuro Lenin era de una familia burguesa demasiado «avanzada». Si el profesor Kerenski no hubiera dado tan excelentes referencias de su alumno, no habría ido a una Universidad donde los hijos de la burguesía liberal se convertían inevitablemente en revolucionarios y donde, efectivamente, comenzó la carrera política de Lenin.
La burla que la Historia nos hace es que 30 años después, el hijo del profesor Kerenski, Alexander Kerenski, presidente del gobierno provisional democrático que había derrocado al zar en la Revolución burguesa de marzo de 1917, sería a su vez derrocado por su paisano y antiguo alumno de su padre, Lenin, jefe del Partido Bolchevique. Porque no hay que olvidar que la Revolución comunista de octubre de 1917 no liquidó al zarismo, como muchos creen, sino a la democracia.
No es el único sarcasmo histórico en la peripecia vital de Lenin. Precisamente el momento culminante de su vida y su obra, cuando consigue apoderarse del poder en Rusia en 1917, es posible también gracias al favor que le hacen unos que son feroces enemigos de todo lo que Lenin representa. En este caso es el Estado Mayor del ejército alemán, una de las instituciones más conservadoras que había en Europa, que juega a aprendiz de brujo.
Es en el marco de la Gran Guerra, como llamaron los contemporáneos a la Primera Guerra Mundial. Alemania tiene que luchar en dos frentes, al Este contra Rusia, al Oeste contra Francia e Inglaterra. A alguno de los auténticos genios militares que poblaban el prestigioso Estado Mayor alemán, se le ocurre una idea osada y brillante. Lenin vive en el exilio en Suiza, y no puede salir de allí porque es un proscrito en Francia, Italia o Alemania. Pero los estrategas alemanes le ofrecen un tren fantasma, que atravesará sellado todo el territorio alemán sin que nadie compruebe qué o quién va dentro. Luego pasará por la neutral Suecia hasta Finlandia, que es territorio ruso. Así llega a tiempo de encabezar la revolución comunista en San Petersburgo, y una vez en el poder, sacará a Rusia de la guerra.
Así sucede, la Revolución triunfa porque Lenin promete la paz, la nueva Rusia comunista se retira de la guerra cediendo a Alemania Ucrania, Polonia y los Países Bálticos, y el Estado Mayor germano puede concentrar todas sus fuerzas en el frente occidental. Hubiera ganado seguramente la Primera Guerra Mundial si no hubiese entrado Estados Unidos en ayuda de Francia e Inglaterra. Sin embargo en 1918 estallaría en Alemania una revolución comunista inspirada en la rusa, y el país padecería una guerra civil después de la Gran Guerra.
Carrera en el exilio
Entre los dos paradójicos acontecimientos que hemos relatado se desarrolla casi toda la carrera de uno de esos personajes que consiguieron cambiar al mundo en su época. Porque Lenin es a la vez un pensador, un teórico de la política creador de la doctrina llamada marxismo-leninismo, que fue en muchos casos dominante del siglo XX y que todavía hoy invoca el gobierno comunista de China, aunque la economía del país viva entregada al capitalismo salvaje.
Pero en vez de quedarse en el universo teórico, como Carlos Marx, Lenin es un animal político, capaz de inventar la forma practica de hacer la revolución, capaz de tomar el poder y luego de gobernar un gigante como es Rusia, transformando su economía.
Curiosamente es en el exilio donde Lenin desarrolla su obra teórica y pone en marcha la máquina revolucionaria que le llevará al poder. En el año 1900 Lenin huye del confinamiento siberiano donde lo mantenían las autoridades zaristas y comienza un exilio por diferentes países europeos. Ya a finales de ese año funda en Alemania el periódico Iskra, que le seguiría en su peregrinación por Inglaterra y Suiza, una publicación de gran repercusión entre los medios revolucionarios. En 1902 publica en Stuttgart ¿Qué hacer?, obra fundamental del marxismo-leninismo, y en 1916, en el exilio suizo, escribe El imperialismo, fase superior del capitalismo.
En el campo de la práctica política, es en 1903 y en el II Congreso del Partido Social-democrático de los Trabajadores de Rusia, celebrado en Londres, donde Lenin muestra su propósito de monopolizar la revolución. Allí consigue una pequeña mayoría circunstancial, e inmediatamente llama a sus seguidores «bolcheviques», que en ruso significa «los de la mayoría». Ese nombre designará en 1912 a un nuevo partido escindido del Social-democrático, el Partido Bolchevique, la herramienta que Lenin necesita para llevar a cabo en 1917 lo que también se conoce como Revolución Bolchevique.
Lenin no sólo quiere un partido a su hechura, que le obedezca ciegamente, también necesita un organismo internacional al que pueda manejar. En 1914 la Gran Guerra provoca una crisis del socialismo europeo, pues aunque la Segunda Internacional Socialista se declarase contraria a que los trabajadores se involucren en la guerra, los diferentes partidos socialistas se dejan tentar por el nacionalismo y apoyan cada uno a su bando. Lenin denuncia la traición a la clase trabajadora de los «social-chauvinistas», declara muerta a la Segunda Internacional y crea la Tercera Internacional, que será la red de apoyo mundial del comunismo soviético. Además lanza la consigna de «transformar la guerra imperialista en una guerra civil», lo que llevará a efecto en Rusia en 1917.
Esa es la ingente tarea del Lenin en el exilio. No vamos a resumir en dos líneas su éxito en la Revolución de Octubre, tema que merece tratamiento aparte. Después de eso le queda poco tiempo de vida, pero refunda su partido creando el Partido Comunista, convierte al Imperio Ruso en Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, e impone una férrea dirección estatal en la economía del país, con planes gigantescos como el que consigue la electrificación de Rusia. En 1921 introduce la Nueva Política Económica, más laxa, menos comunista. Pero eso no significa un ablandamiento del régimen, pues va acompañado de una represión brutal contra cualquier oposición política, incluidos los disidentes bolcheviques.
En 1922 sufre una primera apoplejía que le paraliza parcialmente y le deja mudo. Se recupera, vuelve a sufrir nuevas crisis… A la vista de la muerte le asaltan los temores y en 1923, cuando en uno de sus últimos actos de lucidez dicta su testamento político, advierte contra «la deformación burocrática del Estado obrero», y recomienda que Stalin sea substituido en la Secretaría General del Partido, porque «ha acumulado un poder ilimitado en sus manos».
En ese último año de vida es ya definitivamente un inválido que incluso pierde el habla. Muere el 21 de enero de 1924 y deja para la posteridad el debate de si el estalinismo, con su monstruosa acumulación de crímenes, es una traición al leninismo o su consecuencia lógica. Pero eso ya es otra historia.