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Sociedad

Dos paracaidistas saltan durante un vendaval para salvar una vida en el fin del mundo

La tormenta podría detener a una aeronave militar de varios millones, pero no a dos miembros de la Guardia Nacional

Dos paracaidistas saltan durante un vendaval para salvar una vida en el fin del mundo

Efectivos de la Guardia Nacional de EEUU haciendo maniobras en una foto de archivo. | Zuma Press

Pilot Station es un pueblecito de poco más de 600 habitantes. Situado a orillas del río Yukon, podría ser un barrio lejano y pobre de la ciudad donde transcurría la acción en la teleserie Doctor en Alaska. Desde hace poco, sus habitantes creen en los milagros, porque han visto a dos ángeles bajar volando desde el cielo. Tienen pruebas.

El grado de aislamiento de esta población es de tal calibre, que su soledad excede las medidas de nivel europeo. La capital de Alaska, Anchorage, se encuentra a 3.800 kilómetros por carretera de Seattle, la ciudad más al norte de los Estados Unidos continentales. Una vez allí, se puede ir a Pilot Station por mar en un viaje de varios días, y luego subir por el río Yukon para llegar a destino. La alternativa para llegar, y la vía más frecuente, es volar más de 700 kilómetros. Ante el calibre de la empresa, nadie se tomó la molestia de plantear una carretera para cubrir la misma distancia que hay entre Cádiz y Moscú. Es más fácil cruzarse con un extraterrestre que con un turista.

Así es el fin del mundo

Las noventa y dos familias censadas, con el 98% de sus ciudadanos de la raza amerindia —esquimales inuit—, no conocen el asfalto, los semáforos o el alcantarillado al uso. Tienen una escuela, un bar, dos tiendas, y su calle principal se llama Camino del Aeropuerto. El aeródromo, al que se puede ir caminando como el que va a al parking de un supermercado, no es ni recto, la superficie es de tierra y tiene matojos en mitad de la pista. Pilot Station está en el fin de mundo, o al menos en una de sus esquinas.

Lo que sí llega a ese córner del planeta son las señales de radio. A través de una pequeña emisora, el pasado 7 de marzo mandaron una señal de socorro. El mensaje advertía que uno de sus vecinos había sufrido un accidente traumático. Tenía una herida en el cuello, perdía mucha sangre, y no es que estuviera grave, es que con los medios existentes en la zona, apenas podían hacer nada por él más que rezar. El médico que le atendió sabía que si quedaba allí, moriría; necesitaban una evacuación médica urgente.

La llamada cruzó el éter y fue recibida en el Centro de Coordinación de Rescate de Alaska. La única forma llegar a aquel alejado punto con la premura requerida era volando. Pero había un problema. Una ventisca polar azotaba la zona, y las aeronaves que suelen realizar esa ruta serían derrotadas por Eolo y sus fuerzas antes de tomar tierra. La respuesta vendría de la Guardia Nacional: los militares.

La Guardia Nacional es una mezcla de policía regional, ejército regular, la UME y Protección Civil que tienen en los Estados Unidos. Es una fuerza militarizada que pertenece a cada estado. De manera análoga, en España, cada autonomía tendría su propio ejército, y su comandante en jefe sería el presidente regional. Carentes de fuerza naval, sí que poseen tropas de tierra y aeronaves, y en caso de necesidad, el presidente del país podría solicitar que se unieran al US Army.

La particularidad de la Guardia Nacional es que se trata de una fuerza voluntaria. Sus activos solo ejercen los fines de semana y los quince días que en verano han de asistir a maniobras y entrenamientos. No suelen actuar en conflictos al uso, sino que desempeñan su labor de forma esencial en desastres naturales, revueltas o crisis humanitarias.

Ante el cariz de la situación, solo aeronaves militares, con una superior potencia, capacidad de carga —no mucha esta vez—, y sistemas de navegación avanzados podrían llegar hasta Pilot Station con la ayuda necesaria. El 212º Escuadrón de Rescate preparó contra reloj un HH-60G, un helicóptero basado en el reconocible Black Hawk, y un HC-130J Hercules que le repostase en pleno vuelo para realizar todo el trayecto de ida y vuelta.

La meteorología era tan mala que ni siquiera el helicóptero que se usa en rescates navales y tormentas de orden mayor podría llegar a su destino. De hecho despegó, pero tuvo que aterrizar en mitad de la nada ante el empeoramiento de las condiciones, y esperar a que mejorasen. Tampoco la minúscula pista de aterrizaje disponible podría soportar el peso del Hercules, ni tenía la longitud mínima para verle aterrizar. Tras sopesar las distintas posibilidades, el personal de rescate tomó una decisión mitad alocada y mitad audaz: dos de ellos se arrojarían en paracaídas desde el avión en vuelo sobre la zona. La tormenta podría detener a una aeronave militar de varios millones de dólares, pero no a dos miembros de la Guardia Nacional.

Mitad locos, mitad héroes

Sin pensárselo demasiado, un oficial de rescate de combate y un paracaidista regular se lanzaron al vacío para caer lo más cerca posible del paciente que se encontraba ya en estado crítico. Atadas a sus piernas llevaban material médico y dos bolsas de sangre. El pueblo de Pilot Station al completo se puso en marcha para ayudar, y encendieron todas las luces disponibles para guiar a la ayuda que caía del cielo. Su peor temor es que, debido al viento, fueran a parar a las aguas del Yukon, algo que por fortuna no ocurrió. El equipo seleccionó los paracaídas adecuados para ejecutar un salto a gran altura con apertura a muy bajo nivel; se arrojaron en plena tormenta para caer mucho y planear poco.

Con toda la población movilizada, dos buenos samaritanos esperaron en tierra con un vehículo para el transporte rápido a la clínica médica. Nada más tocar suelo, aquellos dos voluntarios fueron transportados hasta donde se encontraba el paciente, al que se le suministró la primera bolsa de sangre, y recibió un auxilio más completo.

Final feliz

Horas más tarde, con el accidentado algo más estable, el servicio de rescate encontró una ventana hábil para que el helicóptero pudiera llegar. Fue transportado hasta el hospital más cercano, en Bethel, a unos 150 kilómetros al suroeste.

El hombre pudo contarlo. Lo que no pudo contar, debido a su inconsciencia, pero sí recuerdan sus vecinos es que sobre Pilot Station llegaron volando dos ángeles al que les debe la vida. No en vano, al cuerpo al que pertenecen aquellos dos miembros, el Ala 176, los llaman Los Ángeles de la Guarda. Los ángeles existen, y no tienen alas, pero sí paracaídas.

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