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'La piedra de los filósofos': ciencia, alquimia y prejuicios anglosajones

La traducción española de un libro de 1680 invita a revisar la historia del conocimiento científico en Europa

‘La piedra de los filósofos’: ciencia, alquimia y prejuicios anglosajones

Un alquimista pintado por Jan Matejko. | Wikimedia Commons

Esta es la historia de un monje agustino, Johann Wenzel Seiler, profeso en la abadía de Santo Tomás de Brno (actual República Checa), que encontró un polvo rojo de transmutación de manera milagrosa y comenzó a fabricar oro a partir de estaño y plata. Es, también, la historia de un miembro del Consejo de Estado del Sacro Imperio Germánico, Johann Joachim Becher, comisionado por el emperador Leopoldo I para asistir y constatar la verdad de la transmutación que decía hacer el agustino. Verdad constatada y que puede observarse, hoy en día, en las dos monedas alquímicas conservadas en el Gabinete de Medallas del Kunsthistorisches Museum de Viena. Es, increíblemente, la historia de un Robert Boyle, considerado como el padre de la química moderna, que no dejaba escapar ni a un solo alquimista sin preguntarle por sus métodos. Es, precisamente, este Boyle alquimista, este aspiring adept –utilizando la definición que de él hizo su más reciente estudioso, Lawrence M. Principe– quien encarga la redacción de esta extraordinaria aventura alquímica, ocurrida en pleno corazón de la Europa del último cuarto del siglo XVII.

Magnalia Naturæ or, the Philosophers-Stone (London, 1680) es un pequeño opúsculo, publicado por Thomas Dawks, impresor real, que acaba de ser traducido y publicado en español, con un completo estudio introductorio, por Miguel López Pérez, gran conocedor de la historia de la alquimia en la Edad Moderna. Un libro que no deja de ser una rara avis en el panorama nacional, poco dado a publicar estudios sobre historia de la ciencia, mucho menos traducciones. 

Hablar de alquimia y de piedras filosofales en los tiempos que corren es sinónimo de novelas de aventuras protagonizadas por niños magos que aprenden artes nigrománticas en colegios decimonónicos: cada época es deudora de sus propios arquetipos culturales. Sin embargo, la alquimia tiene una larga trayectoria en la historia del ser humano como el arte de modificar la materia por acción del fuego. Desde los muros de los templos egipcios hasta los códices transcritos en los monasterios medievales, pasando por los libros de agricultura de Al-Andalus, la alquimia vive uno de sus momentos dorados en la profusión de opúsculos y panfletos publicados en la Europa de las nacientes academias científicas, a finales del siglo XVII.

«Hablar de alquimia y de piedras filosofales en los tiempos que corren es sinónimo de novelas de aventuras protagonizadas por niños magos»

Centrándonos en el Londres de la Restauración, escenario en el que se publica la Magnalia Naturæ de Johann Joachim Becher, sorprende el elevado número de ediciones de textos alquímicos, en su mayoría traducciones de obras escritas en otros idiomas.

La historiografía ha explicado esta circunstancia como una efervescencia experimental propia de los llamados padres de la ciencia. Una historiografía escrita por franceses, ingleses y alemanes del siglo XIX, coincidiendo con el nacimiento de los nacionalismos y la necesidad de crear orígenes gloriosos para las patrias europeas emergentes de las cenizas ilustradas. Naciones que empiezan a colonizar otros continentes, creando imperios que enriquecerán la metrópoli, único centro emisor de ciencia y cultura.  

Portada del libro

La historia de la alquimia ha sido escrita mayoritariamente por químicos actuales que, tal y como señala López Pérez en la presentación de su traducción, han causado mucho daño a la hora de ponerse a ejercer como historiadores. Una mezcla de carencia de rigor aderezada con bastante orgullo propio que les ha llevado, en ocasiones, a ignorar pretenciosamente y a manipular de forma intencionada su propio pasado, en aras a dar una imagen de haber recorrido un camino triunfal hasta la posición que ocupan actualmente. Se dice a menudo que la química, como ciencia seria y respetable, data de 1661, cuando Robert Boyle publica su The Skeptical Chymist, presentado como el trabajo que distingue entre químicos y alquimistas.

De ahí la importancia del texto ahora traducido, un pequeño opúsculo escrito a instancias de ese Boyle escéptico que, en realidad, coleccionaba ávidamente cuantas noticias de transmutaciones alquímicas llegaban a sus oídos. Importancia que va más allá de la propia alquimia, toda vez que la Magnalia Naturæ fue publicada por un librero londinense especializado en imprimir textos dedicados a desprestigiar el catolicismo.

«Los estudiosos anglosajones consideran que el centro difusor de conocimiento son las naciones protestantes frente al papel receptor de las periféricas naciones católicas»

En ese sentido, el escrito de Johann Joachim Becher no deja de ser obra de un representante del Sacro Imperio, un católico «atrasado» por seguir creyendo en transmutaciones metálicas, frente a los muy avanzados protestantes anglosajones, que ya tienen instituciones como la Royal Society, descontaminada de lacras papistas, situadas en el correcto camino hacia el conocimiento «idóneo». Una visión del siglo XVII que sigue trasladándose a los textos escritos hoy en día. Es lo que vengo llamando «narrativa protestante», una forma de interpretar el pasado de la historia de la ciencia, en general –y de la alquimia, en particular– como una narración épica en la que se busca liberar a la verdad de las cadenas de la ignorancia y la superstición. Una epopeya en la que el papel de villano corresponde, como es previsible, a los papistas del mediodía.

‘Un alquimista en su laboratorio’, óleo de un pintor del taller de David Teniers el joven. | Wikimedia Commons

Una historia sesgada de la ciencia

Si acudimos a las páginas de la revista Ambix, una de las publicaciones más antiguas sobre historia de la alquimia y la química en lengua inglesa, observamos la casi total ausencia de artículos dedicados a la alquimia practicada en las naciones católicas de la Edad Moderna. Cuando se ha publicado alguno, suele aparecer con el curioso título de «Peripheral Science» (ciencia periférica) acuñado para hablar de las colonias en relación al centro constituido por la metrópoli europea. De esta forma, los estudiosos anglosajones de la historia de la alquimia consideran que el centro difusor de conocimiento son las naciones protestantes frente al papel receptor de las periféricas naciones católicas.

La realidad, como casi siempre suele ocurrir, dista mucho de esta visión sesgada. De ahí la importancia de esta traducción: describe la situación del Imperio de los Habsburgo en un momento determinado a la par que ofrece, también, una instantánea del estado de la cuestión en Inglaterra. Está escrita en un momento en que la alquimia y la química se mezclaron íntimamente, en las décadas que precedieron a la aparición de ésta última como disciplina independiente. Nos ayuda, además, a entender un mundo de creencias firmemente arraigado en la mentalidad del Barroco. Nos muestra una Europa dividida pero muy interconectada a la vez. En definitiva, como señala López Pérez, nos facilita el poder dejar de ver como extraordinario lo que entonces era normal, a saber, la convivencia entre poder político, desarrollo científico, creencias mágicas y convicciones religiosas.

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en aspectos alquímicos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna. Es autora de numerosos libros y artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales.

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