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Los militares quieren derribar enjambres de drones cociéndolos en el aire

La evolución de la tecnología de drones, autónomos o controlados a distancia, ha cambiado las reglas de la guerra

Los militares quieren derribar enjambres de drones cociéndolos en el aire

Sistema de Capacidad de Protección contra Fuego Indirecto–Microondas de Alto Poder o IFPC-HPM. | Epirus

La guerra en Ucrania ha acelerado de manera exponencial todos los desarrollos relacionados con los drones. Aunque pudiera pensarse lo contrario, no son los más grandes y desarrollados, a los que más temen los ejércitos, sino a los más pequeños. Su peligro es que pueden volar en enjambre, y por eso se están modificando doctrinas y estrategias.

La alta velocidad de movimientos de los minidrones, su fácil maniobrabilidad y el pequeño tamaño que los caracteriza les confiere unas posibilidades de las que carecen los mayores y en principio temibles. Los más compactos son más baratos, fáciles de fabricar, muy fáciles de transportar, y con todo ello acceden a una nueva forma de guerra: atacar en grupo. Son los temidos «enjambres de drones», algo distinto y para lo que los ejércitos no están preparados. Por eso se están equipando con todo tipo de artilugio y contramedida para poder neutralizar estas nuevas amenazas. Hay de diversos tipos.

Cómo derribar mosquitos

Las defensas antiaéreas se han desarrollado de manera tradicional para repelar ataques de aviones. Más tarde llegaron los misiles, para los que hubo que afinar por velocidad y tamaño, pero lo que viene de camino es distinto. Firmas importantes de la industria armamentística están desarrollando diversos sistemas antidrones basados en el mismo procedimiento con el que David derribó a Goliath: arrojándoles algo. No usan piedras lanzadas con una honda, sino proyectiles con una cadencia tal que a pesar de sus movimientos sean capaces de acertarles. La energía cinética, o los explosivos alojados en sus proyectiles, serían los encargados de dejar KO a la fuera aérea robotizada. 

En el otro extremo, el método más complejo, es el del ataque electrónico. Se trata de interferir sus sistemas para que pierdan la señal que reciben si la hubiera, que no puedan acceder a las señales GPS si se guiasen gracias a este método, o remitirles un chorro de datos para confundir a sus sensores. Requieren de dispositivos muy sofisticados, que ha de manejar personal experto, y que no garantizan su eficacia al 100%. Por otra parte, los drones modernos empiezan a estar actualizados para funcionar de manera autónoma, ajena a señales externas, para hacerse inmunes a este tipo de defensas. Pero hay una tercera vía.

Un cementerio de drones.

Manguerazo de energía

La leyenda cuenta que en 1945 el doctor Percy Spencer realizaba una investigación relacionada con el radar. Al cargar de energía una sección del dispositivo llamado magnetrón, descubrió que una chocolatina se había derretido en su bolsillo. Llegó a la conclusión de que aquel reguero de energía se había proyectado hacia el exterior del aparato. Más tarde hizo pruebas con maíz y obtuvo palomitas, o con un huevo que estalló. Cuando lo metió todo dentro de una caja protectora, que concentrase los haces de energía en un punto, inventó lo que hoy conocemos como horno microondas. 

Este es el principio básico en el que se ha basado la compañía Epirus para desarrollar una suerte de lanzallamas energético. La idea no es otra que remitir señales electromagnéticas a modo de pedrada digital y freír la circuitería de los drones atacantes, o al menos, dejarla inservible. Las partes plásticas sufrirían menos, pero las piezas electrónicas y metálicas tendrán más problemas de supervivencia en pleno vuelo. 

Una de sus ventajas es que aunque se pueda dirigir el chorro de señales electromagnéticas, tienen una anchura mayor que la de un disparo de un proyectil al uso, o un láser de una potencia que permita ejecutar una misión parecida. Un proyectil —una bala de cierto calibre—, tendría que ir muy bien apuntada y dar en un blanco nada fácil. Lo mismo ocurre con la otra opción de entre las llamadas «armas de energía dirigida». Un láser de una potencia suficiente tendría cierto éxito contra un blanco único, pero estaría en graves problemas si de golpe le aparecen medio centenar de estos aparatos en el horizonte; la cantidad le desbordaría.

El temor no es tanto el grupo, sino que solo uno de ellos escape a la repuesta de otros sistemas que no sean capaces de dar abasto con tantos blancos móviles en el aire. La evolución de la tecnología de drones, autónomos o controlados a distancia, ha cambiado las reglas de la guerra. Un pequeño dron comercial equipado con cámaras, puede ser una herramienta de reconocimiento sumamente valiosa, pero armado con explosivos, puede atacar a unidades de infantería o neutralizar vehículos blindados. Su eficacia se incrementa si operan en enjambres dirigidos por inteligencia artificial.

Leónidas y el Paso de Las Termópilas

En el 480 a. C. el rey Leónidas plantó cara junto a sus 300 soldados a Jerjes en el Paso de Las Termópilas. Con pocos se enfrentó a muchos, y por eso debe ser el nombre del sistema desarrollado por la compañía Epirus, porque Leónidas es como ha bautizado a su invento. A cambio de unos 60 millones de euros, han proporcionado al Ejército de EEUU un prototipo —el primero de cuatro—, capaz de lanzar al aire ráfagas de señales electromagnéticas capaces de derribar, o al menos incapacitar, drones ligeros. Al arma se la conoce técnicamente como (sistema de) Capacidad de Protección contra Fuego Indirecto–Microondas de Alto Poder o IFPC-HPM, y su utilidad básica es la de repeler ataques de enjambres de drones. 

Leónidas es un sistema móvil pensando para ir cargado sobre camiones o todoterrenos, y no se parece mucho a los hornos microondas que tenemos en la cocina aunque estén basados en el mismo principio. El aspecto más llamativo es su emisor de señales, una especie de antena rectangular y plana, que recuerda vagamente al monolito de la película 2001 y cuya apariencia es similar a la de algunos radares avanzados. En realidad, tienen bastante en común. Ocurre que si los llamados a detectar amenazas emiten señales electromagnéticas con idea de recibirlas de vuelta, Leónidas las manda con mucha más intensidad con la idea de freír en vuelo a los drones atacantes. 

El resultado que se obtiene una vez disparadas sus señales es el derribo de grupos de drones de hasta cierto tamaño, que caen inertes al recibir el soplido tecnológico en su circuitería. Una de las ventajas es que no concentra su haz, sino que se abre hacia una zona en el aire y es capaz de incidir no en uno sino en grupos. El resultado efectivo es justo al contrario del rifle de un francotirador y se parecería más a un trabuco de un bandolero. 

Francotirador o calderazo

El software y modos de ajuste le permite ajustar en muy poco tiempo la modulación de señales que se ajusten a la amenaza. Puede cambiar la frecuencia, ancho de banda del fogonazo, forma de las ondas y la potencia de cada disparo. Con esto puede abrir o cerrar el disparo a voluntad para adaptarse ante el número, tipología, y tamaño del posible enjambre atacante. 

Lo mejor de todo, una vez pagado el sistema, es que cada zambombazo de microondas tiene un coste de apenas unos euros, si es que llega. Los proyectiles lanzados contra drones son más caros; los misiles que lanza el Iron Dome israelí son muy eficientes ante lo que Hamás les remite desde Gaza, pero cada disparo cuesta una locura. Si uno solo de esos drones traspasa la barrera defensiva y acierta en un tanque, por ejemplo, podría dejar inoperativos blindados de coste millonario, de ahí el enorme valor de la idea. 

El proyecto de Epirus tomó cuerpo a principios de año y durante las dos últimas semanas de diciembre el Ejército estadounidense debería recibir el segundo prototipo, con mejoras y desarrollos no declarados. Los que estuvieron presentes las demostraciones de la primera versión quedaron con la boca abierta al ver cómo una docena de drones cayeron al suelo, inertes, derribados por un manotazo invisible. Aparatos no tripulados, puñetazos invisibles, sin calor, sin explosiones… la guerra está adquiriendo un color muy distinto al conocido; mejor para todos

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