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El temor al espionaje de los coches chinos abre una nueva guerra entre Washington y Pekín

La orden presidencial podría afectar al ‘software’ a partir de 2027 y al ‘hardware’ en 2029

El temor al espionaje de los coches chinos abre una nueva guerra entre Washington y Pekín

Un coche chino de marca Leapmotor.

La espectacular subida de aranceles, que se quiere pase del 25% al 100% a los vehículos chinos, van en línea con la protección del producto nacional. Pero la nueva propuesta afecta a algo mucho más sensible: espionaje a nivel masivo, o incluso la posibilidad de que se pueda manejar, o suspender la actividad de los vehículos a distancia. A ojos del Gobierno de Joe Biden, esto pondría en una situación muy delicada la seguridad nacional.

El coche chino no acaba de calar en el mercado estadounidense, pero poco a poco está encontrando su hueco. Sin embargo, no es ya el automóvil al completo, sino sus piezas digitales y con acceso a las redes de información con conexiones a través de Internet, lo que se teme. De ahí una directiva que Washington desea poner en marcha lo antes posible, y de momento está en estudio.

Aunque hay un breve periodo de consultas, la propuesta consiste en prohibir todo accesorio conectado de origen chino, ya sea software o hardware, que vaya instalado en coches que rueden por los Estados Unidos, ya sean de construcción oriental, europea o en suelo patrio. Washington no ve otra medida más que esa para impedir la fuga sistemática de datos, e información crítica que se trasvase directamente desde su patio trasero hacia un poderoso rival comercial, y un futurible enemigo bélico.

Se habla de que la orden presidencial podría ser puesta en marcha a partir de los modelos que se vendan a partir de 2027 en lo tocante al software, y 2029 o 2030 a más tardar, en lo relativo al hardware.

De esta manera, los fabricantes nacionales y extranjeros que quieran comercializar sus vehículos en territorio estadounidense tendrán que buscar nuevos proveedores. Esta es la razón por la que representantes de General Motors, Volkswagen, Hyundai y Toyota han expresado que sus compañías necesitarán de cierto tiempo para llevar a cabo los cambios necesarios.

De esta prohibición masiva se lleva hablando desde hace tiempo. El pasado febrero la Casa Blanca ordenó un profundo estudio acerca de las consecuencias que podría traer el no tener bajo estricto control los sistemas que manejan los coches conectados y sobre todo, los futuros coches autónomos. La comunidad de inteligencia alertó sobre la posible desconexión de sus motores, perturbación en sus sistemas GPS, impedir su arranque o cualquier otro comando que se les aplique a través de su sistema conectado. No olvidemos que muchas de sus funciones se refrescan y actualizan de forma regular a través de sus conexiones inalámbricas como las de los teléfonos móviles.

No se trata ya de las cámaras de vídeo que rodean a los Tesla, como los que se han prohibido en ciertas instalaciones militares chinas o de la OTAN, sino algo bastante más siniestro y grave. El pasado mayo, y en relación con la investigación en marcha, la secretaria de Comercio Gina Raimondo dejó sobre la mesa una frase cuyo eco aún resuena: «Puedes imaginarte el resultado más catastrófico teóricamente si tuvieras un par de millones de automóviles en la carretera y el software fuera deshabilitado». Esta posibilidad, la de que desde el exterior del país se pueda dejar congelado a los medios de locomoción internos del pais, aterra al gobierno americano.

En fechas recientes, la agresividad del espionaje chino en suelo yankee ha sobrepasado los límites más insospechados. Uno bastante llamativo es la cantidad de turistas chinos, siempre armados con todo tipo de sistemas de grabación de imágenes, que aparecen en los lugares más insospechados. Inocentes drones que sobrevuelan astilleros militares, alrededor de centrales nucleares, bases militares, factorías de material bélico, laboratorios de alta seguridad. No es difícil suponer que no se trata de los lugares habituales y bien conocidos por ser los destinos propios de las guías turísticas que maneja todo el mundo.

Flagrantes casos previos

El caso de los teléfonos ZTE o Huawei aún colea. Estas dos marcas de dispositivos, cuyos fabricantes tienen una salida relación con el gobierno chino, están proscritos en bases militares. De la misma manera, quedan fuera de toda contrata gubernamental.

Hace no tanto, los servicios de seguridad alertaron de la extraña configuración de los repetidores de teléfonos movil de Huawei. Con una excelente tecnología, llamaba la atención que en lo alto de cada mástil dispusieran de una cámara de vídeo, «es para garantizar la seguridad de la instalación», explicaron las compañías proveedoras. Una de las preguntas que se plantearon a continuación fue «¿y por qué estas apuntan a la entrada y salida de mis bases militares y edificios sensibles?». Los chinos dieron la callada por respuesta cuando se les cuestionó que a donde iban esas imágenes. Acto seguido los repetidores empezaron a ser sustituidos por otros de marcas competidoras como Nokia o Ericsson.

Proveedores alternativos

Lo de las grúas portuarias fue algo parecido. Las gigantescas máquinas que estiban cargas en los muelles comerciales son, o al menos eran, fabricadas en China. Ya no, y se echa mano de unas de origen sueco, cuyo software y hardware parecen ofrecer mayores garantías de privacidad y discreción.

A cada jugada de los americanos, los chinos afirman que no se trata más que de patrañas, paranoias y fijaciones sin sentido. El problema es que todo encaja con un plan visible desde lejos, como el de los sistemas de escucha de última generación instalados en Cuba. Pero eso da para otro artículo.

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