“No son gigantes, mi señor, sino molinos”, decía el pobre y sufrido Sancho a su querido don Quijote, pero este hacía caso omiso y se lanzaba, como alma que lleva el diablo, contra las inmensas aspas de los molinos castellanos. Pues no es fango, Presidente Pedro, es un río de mierda colosal, y es suyo, de sus entrañas.
Mazón la cagó desde el minuto uno. Estuvo en el sitio equivocado en el momento equivocado: comiendo con una periodista de muy buen ver, y aunque seguramente no había nada, lo cierto es que, cuando uno está al cargo y sucede una desgracia, como dicen los americanos, you own it. Me resulta imposible pensar en una multinacional que hubiese permitido un desliz semejante durante más de tres días a cualquiera de sus altos ejecutivos. Sea o no su culpa, ocurrió —otra vez, como dicen los gringos— on your watch, o sea, cuando estaba de guardia. Y eso, en el mundo de la empresa, cuando la pasta es de los accionistas, solo significa una cosa: te vas a la puta calle. Implacable, y además sin bonus.
Estoy seguro de que Mazón hubiese preferido ahorrarse este año de horror, de griterío e insultos; que se quedó por intentar remediar lo irremediable. Pero es que una tragedia de estas dimensiones no tiene final feliz: hay doscientos y pico muertos en el barrizal.
Otra cosa es la actuación del cínico mayor del reino, nuestro guapo presidente Sánchez, que no pierde oportunidad de chamuscar al oponente, y si es sobre los cadáveres de sus conciudadanos, miel sobre hojuelas. Ha hecho —o, mejor dicho, no ha hecho— lo imposible para que aquello saliese lo peor posible para Valencia, porque en él todo es cálculo electoral, y los muertos, en este caso, no votan, pero son votos.
Qué personaje tan nefasto, cainita y deleznable. Es como una DANA en sí mismo.


