THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Blanca, lujuriosa e impermeable

«Señalarle lo no señalizado para marcarla con la firma de sus labios, su lengua, su polla y sus dientes en lo nunca firmado»

Blanca, lujuriosa e impermeable

«A Amanda el entusiasmo se le revela en las tetas. Las aprieta fuerte, una con cada mano» | Unsplash

A Amanda el entusiasmo se le revela en las tetas. Las aprieta fuerte, una con cada mano, cuando se le altera el ánimo intensa y agradablemente. Igual que una niña da saltos ante la espera de algo deseado, Amanda se las estruja delante del escritorio antes de comenzar cualquier tarea que le apasione o cuando le alcanza un hecho inesperado de los que dan cosquillas de bienestar. También cuando la voz de Saúl le cruza los tímpanos y le explotan sus palabras en la corteza cerebral; las decodifica, y paladea el sentido propio que tienen en su idiolecto compartido.  Con la eme que se le escapa a Saúl de los labios al juntarlos entre sí se perfila el contorno de las mamas. Coloca las manos como cuencos debajo de cada uno de sus pechos y las mece hacia todos los lados como una barca a la deriva. Las pes de Saúl le pellizcan el pezón; se los busca ella con los dedos para presionarlos y estirarlos, simulando que es la boca de él la que anda cerca, y es su lengua y son sus dientes los que merodean desafiando la caricia y el dolor. 

Otras veces a Amanda le llega el sueño entre diálogos y fotogramas de películas que le espesan los párpados; ahí se sujeta el busto. Se masajea los senos con aire distraído, automáticamente, como una panadera que amasa cada día kilos de pan,  y se sume en un estado hipnótico que le tumba la cabeza, le suelta las mejillas y le abre la boca. 

«Le observa beber el agua que resbala por su escote hasta lanzarse como una cascada hacia su garganta»

En la ducha, deja el agua correr y le fluyen hilos desde la cima de sus pezones como chorros de agua dulce se escapan por las grietas de una montaña rocosa. Le piensa Amanda a él ahí, de rodillas ante ella, con la boca tan abierta que parece desencajada, y le observa beber el agua que resbala por su escote hasta lanzarse como una cascada hacia su garganta. Saúl la traga contrayendo la laringe una y otra vez. Emite un sonido, uno de atiborrarse de líquido con ansia, y le dan ganas de cogerle la cabeza  y embutirle sus tetas dentro, una a cada vez. «El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed» , le recita mientras le acerca uno de sus pechos y lo firma con un «Juan 6:35». El agua la envuelve en un abrazo caliente desde la espalda, la boca de Saúl le enciende las entrañas como si, chupando con ahínco como hace, tirara de un filamento que conecta todos sus órganos y los contrae. Saúl chupa y chupa, llenando sus carrillos de la blancura de la teta de Amanda; ella abre sus poros para permearse del agua que lleva la esencia de élAhora le fluye dentro a su antojo. Se miran y entran el uno en el otro. Un Saúl licuado viaja desordenando y salpicándolo todo de él allá por donde pasa. La penetra. Perpetra sobre ella el  delito de ser quien es y arañarle lo enmarañado, señalarle lo no señalizado para marcarla con la firma de sus labios, su lengua, su polla y sus dientes en lo nunca firmado. 

Penden como ubres las tetas de Amanda cuando se agacha hacia delante y se deja caer sobre él. Como un péndulo, se mueven delante de su cara y le invoca las ganas de zarpearlas como un animal indómito. 

Amanda se aprieta fuerte el pecho mientras se ducha, aprieta las piernas, el culo, los hombros, el aire; aprieta el alma que se le escapa por cada poro antes de que un gemido le restituya, hasta que él vuelva, su impermeabilidad hacia todos los demás. 

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