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Mi yo salvaje

Dentro, alto y profundo sin un solo beso

«Se imagina cómo Saúl se encuentra con su coño y con ligeros toques circulares le activa y prepara la zona para embutirse en ella sin un solo beso»

Dentro, alto y profundo sin un solo beso

Toa Heftiba (Unsplash)

No pudo sostener más su mirada a través de la charla distendida y entre las tazas de café. Se le arrodilló delante y puso la cabeza sobre una de sus rodillas. Saúl no dejó de beber de la taza pero puso una mano sobre la cabeza de Amanda y hablaron desde ahí como si no pasara nada. Enredaba él en su pelo las palabras y Amanda las transcribía para que sus huellas quedaran morfológicamente talladas en su cuero cabelludo. 

La sorna con la que Saúl gobierna los oídos de Amanda no la tiene su tacto y a éste se rinde ella cuando cierra los ojos y le olfatea el pantalón. Saúl huele a ropa limpia que, mezclado con los aromas de la jugosidad de su existencia, estremece a Amanda en un viaje sensorial que acaba de comenzar. Allí de rodillas, ladea la cabeza a uno y otro lado mientras le trepa la nariz por el pantalón. Sigue el rastro destilado de su esencia y la lleva por sus montes y veredas. Saúl abre las piernas para dejarse hacer.

Ha soltado la taza; la acompaña enmarañando su melena con las dos manos, como si toda ella se concentrara en la pelota que ahora ascendía sobre sí. Le pasa las palmas por la cara como si ciego buscara el ángulo de los elementos de su rostro para constatar una y otra vez que es Amanda y que de ella se trata esto de estar ahí. De ella y de su coño concupiscente.

Se vara Amanda en su vientre. Saúl la aprieta contra él hasta que pierde la respiración. Cede a la angustia placentera para volverla a apretar una y otra vez. Se pierde ella en la asfixia de cada ola de carne que le penetra la nariz y la boca; estira su camiseta y se esconde allí con la firme idea de no salir jamás. Si le mordiera la barriga y se quedara enganchada como un pin podría prolongar este momento. Saúl podría abrir el pantalón y aplastarla dentro de él como si robara una prenda de vestir en un hipermercado.  Saldría a su vida y tendría acceso a esta mona enganchada a su voluntad. 

«Revuelve la cabeza en su entrepierna que, al descubrirla dura, le turba el coño; boquea como un pez simulando que le engulle desde el glande»

Pegada al cuerpo de Saúl y envuelta por su ropa como una crisálida Amanda ralentizaría sus funciones vitales al mínimo del estado de hibernación. Lo justo para respirarle y esperar desde el letargo a ser buscada. Saúl podría activarla a su antojo como una mona que responde a cada carantoña agradecida. Se imagina cómo Saúl en sus ratos tontos de oficina se encuentra con su coño de macaca y con ligeros toques circulares, como el que acaricia la cabeza de un jilguero, le activa y prepara la zona para embutirse en ella sin un solo beso; una muñeca aturdida agarrada a su piel como si le fuera la vida en ello, que sonríe y agradece cada milímetro de tacto que le quisiera conceder; un llavero usable a su gusto y antojo; un utensilio con el que hacerle la vida más agradable. 

Amanda le agarra con las manos la cintura y Saúl la aprieta entera desde la cabeza con la misma intensidad en un lenguaje de amperios que no requiere de fonemas ni sintaxis. Le muerde ella la cintura del pantalón con el amago de bajarlo; revuelve la cabeza en su entrepierna que, al descubrirla dura, le turba el coño; boquea como un pez simulando que le engulle desde el glande para, juntos, arrancar el pantalón y amorrar su cabeza entre las ingles, la polla y los huevos de Saúl.

Rendida, subordinada, entregada a la textura de su piel, al calor y sus olores Amanda sueña con convertirse en un broche, en una horquilla, en un pendiente, en un hilo dental; cualquier cosa que le hiciera casi invisible, imperceptible, transportable para que los dedos de Saúl le circularan por el coño en cualquier momento del día con el ánimo preparador de apretársele luego él entero dentro, alto y profundo; sin un solo beso, en un lenguaje de amperios que no requieren de traductor. 

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