THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

El trago

«De rodillas, abrazado como un nieto que se rinde en el regazo de su abuela, mi pene colgaba flácido. Un azote en las nalgas me llegó desde atrás»

El trago

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Seducido por mi yo íntimo, consumo hoy sin modales y a dos manos un Eros afrutado que me lanza como un cohete al destierro de los placeres acallados. Hoy follo el espacio limítrofe entre el sí y el no intentando avivar el fuego de lo inesperado. Hoy consiento a mis sentidos el placer de la sorpresa.  Por eso, hoy me aflojé la hombría, los tirantes y el calzón.

De rodillas, abrazado como un nieto que se rinde en el regazo de su abuela, mi pene colgaba flácido. Un azote en las nalgas me llegó desde atrás y supe que debía elevar la postura y esperar dócil como un animal de cuatro patas. Algo se debatía sobre el lomo de mi espalda y ante tanta expectación me sentí débil.

La postura me avergonzaba. La falta de vigor de mi falo triste señalaba aún más el conjunto de mis carnes flojas. Parecía un sauce llorón y las risas a mi alrededor acrecentaban este sentir. Esto me excitaba. 

Amanda, dulce como su nombre, de mente valiente y mirada fría, me acariciaba la cabeza entre sus piernas. Me susurró que me calmara, que no iba a pasar nada que no hubiera pedido yo mismo y soltó una carcajada tan sonora como su nombre. Le dijo a todos -al resto, a los otros, a quien fuera que estuviera en el lugar- que bajaran la voz, que me asustaban. «¿Véis? », les dijo y me tocó la polla de lejos, con desprecio, penduleando mi pene algunos segundos de lado a lado. 

«Sube el culo, Saúl, abre un poquito las rodillas y mantén la espalda recta».

Una melodía infantil y familiar comenzó a sonar. ¿Cumpleaños feliz? ¿Era esa o el pulso de la sangre en mis oídos distorsionaba la realidad? Sí, era esa. Amanda me levantó la barbilla y me miró a los ojos . «Esto es para ti, Saúl». Deslizó la goma de este cucurucho de papel que ahora me coronaba la cabeza hasta la garganta y contestó a mi mirada inquietante con un «felicidades por tu primera vez, hoy celebramos tu desvirgue anal. ¡Estamos todos muy emocionados!». Un puñado de matasuegras atronaron mis oídos. 

A su orden, el frío metal de una bandeja recayó sobre mi espalda y supe ahora que iba en  serio mi compromiso postural. Sentí el roce de otras pieles en mis piernas, en el culo, en los hombros. Se arremolinaban como buitres a mi alrededor para comer de aquello que había sobre mí. Un trozo de tarta me llegó a la boca de manos de Amanda y un trago de cava le siguió después. «¡Atención!» , reclamó. «Cojan cada uno su copa, que comienza la función». Oí el choque de una decena de vasos de cristal. «Tranquilo, Saúl,  todo va a salir bien. ¿Confías en tu Amanda ? Relájate y disfruta».

Varios pares de manos comenzaron a acariciarme las piernas. Subían y bajaban de las nalgas por los muslos, masajeaban mis pantorrillas y volvían a subir otra vez. Vi cómo algunos torsos reposaban quietos, vigilantes y seguían comiendo de mi espalda aquel sabroso pastel.

Manos finas de mujer, pechos turgentes que me rozaban el culo, robustas manos de hombre que palmoteaban la cara interna de mis muslos. Un crudo gesto de fuerza y poder levantó por un instante mis rodillas del anclaje al que estaban sometidas en el suelo, para abrirme de piernas un poco más. Eso es lubricante, lo sé. Noto el resbalar de los dedos que me acarician el ano. ¿Cuántos son? ¿Y de quién? Amanda me sostiene la cabeza en su regazo, consolando al sollozante silencioso que no deja de temblar. Hay manos que separan las mejillas de mi culo. Las tensan, una a cada lado y el ano se me antoja un globo hinchado incapaz de resistir una soplada más. Gimo y mi Amanda me calma con tres caricias perrunas que recaen en mi cabeza al golpe de «buen chico».

El calor de un dedo me penetra. Una lengua me lame después. Sale el dedo, entra la lengua; sale la lengua, entran dos dedos, suaves, con guantes, lubricados. Salen y entran despacio, pataleando como un nadador en mi interior. Me tensan y destensan el culo en una competición de saltos ornamentales. Alguien ha agarrado mi inútil pene laxo e intenta ordeñarlo como la teta de una vaca vieja.

Extasiado, hechizado acompaño el entrar y salir de los dedos con un acompasado vaivén de cadera. La acerco y la alejo, como tantas otras veces se lo vi hacer a mi mujer. Gimo, esta vez, con un  «sigue, sigue» susurrado y repetido como un mantra. Entonces, paran y salen de mí.

«Toma, Saúl, coge esta copa de cava. Mírala, está llena ¿verdad? Cuando la copa acabe, acabará tu historia. Tú decides el ritmo, el tiempo, los golpes, las caricias. Irás bebiendo de ella. Irás bebiendo de mí. Puedes beber y no tragar. Puedes beber y volverlo a echar. Por cada trago largo recibirás una suave y larga embestida; por cada mojada de labios obtendrás un roce, una caricia. Tu follada: tu ritmo. Relaja ese culo Saúl y recibe esta polla como una ofrenda de fe a tu dueña».

Un par de manos en mis caderas y dos piernas entre las mías me hicieron mirar la copa,  pensar en berbérmela de un trago y salir corriendo de allí. Amanda me miró y me sonrió con esa fría dulzura que me tenía adicto a su ser. Susurró un «tranquilo, dale, estoy aquí y te cuido» que me hizo acercarme la copa a los labios, mojarlos y saborear el cava con timidez. Una pelvis se aproximó a mi grupa y su pene erecto se rozó contra mi ano por unos segundos. Quizás fueron algunos minutos, no lo sé. No habían parado de manosearme la polla ni de comer pastel de mi espalda y todos andaban atentos al próximo trago de mi copa. Aquel glande se paseaba en círculos como un zorro que merodea un suculento rebaño de ovejas. Se relame y sabe que está a punto de entrar a atacar. 

Recuerdo que tengo un gorrito de papel colorido sobre la cabeza. Miro a Amanda como uno de esos borregos a punto de ser devorado y me excita la imagen ridícula de mis ojos plañideros enmarcados por la goma que moldea mis carrillos. La boca sucia de chocolate, mi polla floja y la postura me llenan de libertad. Babea mi mente, mi boca, mi bálano de puro ardor. 

Vuelve el mantra, un gemido que me balancea místico adelante y hacia atrás. Un sorbo más y el calor se adueñará de mi espina dorsal durante tantos tragos como diga mi copa. 

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