La batalla de París
Ese trágico recuerdo está detrás de las restricciones a manifestaciones y eventos que ha impuesto Macron en Francia
La Guerra de Argelia dura ya siete años y hay más de medio millón de muertos, Francia vive una tragedia. El general De Gaulle, que lleva dos años en el poder, comprende que es imposible mantener esa guerra, convertida en un cáncer que devora la vida de la nación, y en abril de 1961 inicia conversaciones de paz con el FLN, el Frente de Liberación Nacional argelino. El ejército francés observa un alto el fuego no declarado, suspende las operaciones militares. Pero el FLN no.
El movimiento independentista parece no creerse que Francia vaya a negociar su retirada de Argelia, y sigue recurriendo a su arma más terrible, el terrorismo en París. El objetivo favorito es la Policía, solamente en los dos meses anteriores, agosto y septiembre de 1961, el FLN asesina a once agentes de la ley en la capital. Las comisarías tienen que fortificarse con bloques de cemento, sacos terreros y nidos de ametralladoras, como si estuviera en primera línea de un frente de guerra.
Para frenar esa sangría, el prefecto de París (jefe de la policía) toma medidas. Ordena el cierre de todos los lugares de reunión, tiendas o negocios frecuentados por los argelinos a partir de las 7 de la tarde y «aconseja» a los inmigrantes que no salgan a la calle por la noche. Es un toque de queda de hecho. Y el 2 de octubre el prefecto intenta animar a las fuerzas del orden con una arenga en la que dice: «Por cada golpe que recibamos, les devolveremos diez». Y les tranquiliza sobre las consecuencias: «Os cubriremos; actuáis en estado de legítima defensa».
El FLN no quiere aflojar la presión en París, donde cuenta con una fuerza considerable. En aquella época la inmigración musulmana en Francia está en mantillas, no tiene nada que ver con los casi seis millones de musulmanes que hay ahora, pero en París hay un considerable núcleo de 250.000 argelinos. Son en su mayoría varones en edad laboral, trabajadores industriales que ganan salarios altos. Sobre ellos el FLN, que cuenta con 8.000 militantes en Francia, ejerce un poder dictatorial.
Antes de iniciar los atentados contra franceses, el FLN aterroriza a los inmigrantes argelinos, perpetra una purga sangrienta, 4.000 muertos, contra el partido político rival, el Movimiento Nacionalista Argelino, y contra los inmigrantes que se nieguen a pagar el impuesto revolucionario. Después de eso, las órdenes del FLN se cumplen a rajatabla.
Amparados y escondidos entre esa población que forma un cinturón alrededor de París, a partir de agosto de 1958 el FLN inicia lo que llama su «segundo frente», los atentados contra franceses en Francia, en los que asesina a 150 civiles, 16 militares y 47 policías, once de ellos en los dos últimos meses, como hemos dicho.
Consigna, tomar París
En ese ambiente, la manifestación convocada al anochecer del 17 de octubre de 1961 es una auténtica provocación. Entre otras cosas simplemente por el horario, pues supone que miles de argelinos van a romper el toque de queda. La consigna es «tomar París». Se forman varias columnas que desde la periferia deben avanzar hacia el centro, invadiendo los Campos Elíseo, la Plaza de la Concordia, los Grandes Bulevares, en fin, el París más brillante y emblemático.
Pero hay 7.000 policías esperándoles con la famosa consigna «no pasarán», que al fin y al cabo la inventaron los franceses durante la batalla de Verdún, aunque nosotros la conozcamos por la defensa de Madrid en la Guerra Civil. Los agentes de la ley defienden sobre todo los puentes del Sena, por donde han de pasar algunas de las columnas, y es ahí donde se produce la tragedia.
La policía no dispara, y en la época hay pocos medios antidisturbios, es un trabajo de porra. Pero con el recuerdo de los compañeros recientemente muertos los flics (polis, en francés coloquial) pegan fuerte, muy fuerte. Y si piensan que se les ha ido la mano, que han dejado a alguno medio muerto, se deshacen del cuerpo del delito por el medio más a mano, tirándolo al río.
En los días siguientes hay una pesca macabra en el Sena, aparecen flotando unos 60 cadáveres de argelinos. No está claro el número exacto porque no hay investigación oficial, la promesa de la autoridad superior, «os cubriremos», se mantiene. El propio general De Gaulle hace una declaración pública: «La manifestación estaba prohibida –advierte el presidente de la República- El prefecto de policía había recibido órdenes y tenía el deber de oponerse a ella. Ha hecho lo que tenía que hacer».
La cortina de humo oficial propicia las interpretaciones partidarias, ridículas por su exageración en uno u otro sentido. Los argelinos y sus simpatizantes franceses hablan de 200 muertos y 200 desaparecidos. La policía dice que solamente hay tres muertos y que los han matado los propios argelinos por sus rivalidades internas. Pero todos hablan de «la batalla de París», un nombre que quedará para la Historia.
La prensa y la izquierda francesa, que condena el colonialismo y apoya la independencia de Argelia, denuncian la represión. Aparte de los ahogados, en los días sucesivos hay 12.000 detenciones y 2.000 inmigrantes argelinos son deportados a Argelia y encerrados en el campo de concentración de Béni Messous. Pero lo cierto es que también la progresía parece borrar de sus recuerdos la batalla de París.
Cuatro meses después hay una manifestación de franceses pidiendo el final de la Guerra de Argelia y la policía mata a ocho izquierdistas. El diario Le Monde, auténtico icono informativo de la intelectualidad, siempre en posiciones progresistas, dice que no ha habido una represión semejante desde 1934. ¡Ya se han olvidado de los ahogados del Sena!
La batalla de París resucitará sin embargo por una cuestión marginal. El 1981, la revista satírica de izquierdas Le canard enchainé revela que un ministro del presidente Giscard d’Estaigne ha participado en la deportación de judíos franceses a los campos de exterminio nazis. El ministro se llama Maurice Papon, y es precisamente el prefecto de París que en 1961 le había dicho a los policías «por cada golpe que recibamos, les devolveremos diez, os cubriremos».
Durante la II Guerra Mundial Papon ha sido funcionario de la Francia de Vichy, el régimen colaboracionista del mariscal Pétain, y ha colaborado por tanto con las autoridades alemanas de ocupación. Pero el asunto no está nada claro, porque resulta que en su misma situación ha estado François Mitterrand, jefe del socialismo francés y primer presidente de izquierdas de la V República, que además es amigo personal de Papon. Empieza así un largo proceso judicial de 17 años, hasta que finalmente, en 1998, será condenado a diez años de cárcel por crímenes contra la humanidad.
Por muy tentador que sea, no se puede sin embargo explicar que la actuación del prefecto de París esté relacionada con su pasado colaboracionista, porque quien lo ha nombrado para ese puesto y respalda explícitamente su actuación es De Gaulle, que fue precisamente el alma de la resistencia francesa contra los nazis. Y es que la Historia es muy complicada y no se escribe en blanco y negro.