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Historias de la historia

El primer coche-bomba

Una bomba lanzó más de 200 kilos de metralla contra la multitud que llenaba Wall Street

El primer coche-bomba

Wall Street después de la explosión. A la derecha, las columnas del Edificio del Tesoro. | Wikimedia Commons

El mediodía era momento de alegre e intensa actividad en Wall Street, a las 12 de la mañana comenzaba la hora del almuerzo para los miles de empleados de la Bolsa, los bancos y las agencias bursátiles, y todo el mundo salía de sus lugares de trabajo, aunque sólo fuera para comerse un sándwich en la acera de su oficina.

A esa hora del 16 de septiembre de 1920, un carro del que tiraba con dificultad un viejo caballo llegó a la esquina de Wall Street y Broad Street, el corazón del distrito financiero de Nueva York. El carro se detuvo ante la oficina de la Banca Morgan, una empresa emblemática del mundo bancario norteamericano. Allí mismo estaba el llamado Sub-Treasury Building, el Edificio del Tesoro, un auténtico templo griego, y a pocos metros, en Broad Street, se alzaba la fachada neoclásica de la Bolsa más importante del mundo, con sus gigantescas columnas de orden corintio. El carro parecía llevar una carga pesada, pero el conductor se bajó de él y lo dejó aparcado frente al banco, aunque al otro lado de la calle, desapareciendo luego entre la multitud.

«El que preparó aquella super-bomba sabía cómo causar daño»

A las 12 y un minuto exactamente se produjo una pavorosa explosión de la mercancía que llevaba el carro. Una oleada de muerte barrió Wall Street, llevándose por delante la vida de 38 personas y provocando 400 heridos, 150 graves. El carro y el caballo prácticamente se desintegraron. La investigación policial estableció que un mecanismo de relojería muy bien ajustado había hecho estallar una carga de 45 kilos de dinamita y 230 kilos de metralla. La metralla casera estaba formada por pequeños pesos de acero de los que se utilizaban en las ventanas de guillotina. El que preparó aquella super-bomba sabía cómo causar daño.

Había deflagrado el primer coche-bomba de la Historia, aunque no fuese un automóvil, sin un vehículo de tracción animal. Era una técnica de atentado que multiplicaría la morbosidad del terrorismo, porque en un coche se puede colocar muchísima más carga explosiva que en una mochila. En Irlanda del Norte, en los años 70, llegarían a utilizarse camiones bomba con 300 kilogramos de explosivos.

Las primeras sospechas de la policía recayeron sobre un personaje algo excéntrico, Edwin P. Fischer, un abogado de más de 40 años que había sido famoso tenista a finales del siglo anterior. Fischer había escrito a varios amigos advirtiéndoles que se alejaran de Wall Street en el día del atentado, porque «algo gordo» iba a suceder. El problema es que Fischer no estaba en esas fechas en Nueva York, ni siquiera en el país, sino en Canadá.

La Policía Montada lo detuvo en Ontario y lo entregaron a las autoridades norteamericanas. Cuando lo interrogaron sobre su sospechoso conocimiento, explicó que el aviso le había llegado «a través del aire, enviado por Dios». La policía descubrió que no era la primera vez que retransmitía esos avisos «de Dios», y que ya había sido tratado como enfermo mental, de modo que lo llevaron al manicomio de Amityville y cerraron esa línea de investigación.

Otra hipótesis policial era que hubiesen intentado asesinar al dueño de la Banca Morgan, John Pierpoint Morgan Junior, un personaje célebre no sólo en el mundo de los negocios, sino también en el social y el artístico. Heredero de una gran fortuna, J.P. Junior era uno de esos multimillonarios americanos que se creían «los nuevos Medici», y que reunieron grandes colecciones de arte comprado en Europa a precios extravagantes. Sin embargo J.P. Junior estaba en Europa en el momento del atentado, algo que era públicamente conocido, de modo que su muerte concreta no podía ser el móvil.

«Se pensó en una operación para cubrir o facilitar un robo superlativo en el Edificio del Tesoro»

También se pensó en una operación para cubrir o facilitar un robo superlativo en el Edificio del Tesoro. Se había construido en 1842 siguiendo los cánones del orden dórico para albergar la Aduana de Nueva York, pero en los años 20 se utilizaba para custodiar metales preciosos. Precisamente ese día había recibido una fabulosa cantidad de lingotes de oro, valorada en 900 millones de dólares. Sin embargo, no se había producido ningún intento de llevárselos.

Finalmente se encontró una pista que apuntaba al móvil político. Un cartero encontró unas octavillas en un buzón a sólo una manzana del lugar de la explosión. Estaban firmadas por los Combatientes Anarquistas Americanos, y en un lenguaje panfletario exigían la liberación de los «presos políticos».

Anarquistas italianos

Aparte de la necesidad que tenían las autoridades de encontrar un culpable, hay que decir que efectivamente el movimiento anarquista era el más lógico responsable. Desde el siglo XIX los anarquistas practicaban la «propaganda por el hecho», es decir, el terrorismo, y tenían ya una larga nómina de grandes atentados, desde el magnicidio de Sissy, emperatriz de Austria, hasta el de tres presidentes de gobierno españoles. En Estados Unidos un anarquista asesinó al presidente McKinley en 1901, y también habían protagonizado varios atentados con bomba.

Había además un movimiento para reivindicar la puesta en libertad de dos famosos «presos políticos», Sacco y Vanzetti, dos anarquistas italianos detenidos en el mes de mayo por el asesinato de un funcionario y un guardia de seguridad durante un atraco. Habría una movilización de la izquierda mundial por lo que algunos historiadores consideran un juicio sin garantías, que finalmente los llevaría a la silla eléctrica, pero eso es otra historia. El caso es que la bomba de Wall Street se podía relacionar con las acciones de presión extrema de los compañeros de Sacco y Vanzetti.

El FBI estaba recién nacido, hasta el punto de no tener todavía sus tres letras, sino solamente dos, BI, pero se emplearía a fondo en la investigación de su primer caso de terrorismo. Los agentes federales interrogaron a cientos de personas que estaban en la zona del atentado, siguieron la pista de las octavillas de los Combatientes Anarquistas Americanos por todas las imprentas de la Costa Este, y lo mismo hicieron con los posibles fabricantes de los pesos de ventana utilizados como metralla, investigando 500 establecimientos en la misma zona del país. Su encuesta supuso tres años de intenso trabajo, pero al final no habían encontrado ni una pista válida.

«Centraron sus sospechas en Mario Buda, otro inmigrante italiano al que ya se le imputaba un bombazo contra una comisaría de policía de Milwaukee»

No quedaba más procedimiento policial que la deducción por analogía. Los investigadores llegaron a la conclusión de que el autor debía ser alguien del círculo de Luigi Galleani, un emigrante italiano conocido por su extremismo anarquista, notable orador y editor de un periódico, que predicaba la violencia revolucionaria. Centraron sus sospechas en Mario Buda, otro inmigrante italiano al que ya se le imputaba un bombazo contra una comisaría de policía de Milwaukee, en el que habían muerto 10 agentes y una mujer.

El modus operandi era el mismo, rodear la carga explosiva de metralla casera para extremar los daños. Además, Buda era amigo de Sacco y Vanzetti. Comenzó la caza del hombre, pero aquí también fracasaron los agentes de BI. Buda consiguió escapar a Méjico, y luego se fue a Italia, a su pueblo natal en Emilia-Romaña. Allí se puso a trabajar de zapatero, aparentemente se retiró de la acción revolucionaria, y no salió del pueblo más que en los periodos en que las autoridades italianas lo confinaron en alguna isla remota, movidas más por la presión norteamericana que por auténticas sospechas.

El caso del primer coche-bomba del mundo nunca se resolvería. En Wall Street, al día siguiente del atentado se volvió a la actividad normal, pero en el número 23 de la famosa calle todavía se pueden ver los agujeros causados por la metralla.

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