THE OBJECTIVE
El purgatorio

Carlos Hipólito: «No comparto nada con Santiago Abascal, pero no le odio»

El veterano actor madrileño reflexiona sobre la cultura en España: «Nos falta ser una industria, nos falta rentabilidad»

Al principio de sus tiempos sobre los escenarios, no le terminaba de convencer su voz. Carlos Hipólito (Madrid, 1956) quería algo más grave, más hondo, como la de Constantino Romero, pero nunca fue así, y sin embargo, es su voz el instrumento más reconocible de la larga y exitosa carrera interpretativa del actor madrileño. Su voz, ese cálido sonido que ha dado vida a Carlitos en Cuéntame cómo pasó, no puede opacar el talento y el tesón con el que Hipólito ha entretenido a miles de espectadores, en cine, en series, en teatros… Y esperemos que en El purgatorio.

PREGUNTA. – ¿Alguna vez ha cancelado una función?

RESPUESTA. – Solamente una vez, hace muchísimos años, pero porque estaba muy enfermo. Hice un día en Logroño, al día siguiente yo estaba fatal. Y entonces le dije a la gerente «Llévame a algún sitio porque no me encuentro bien y no sé qué me pasa». Me llevaron a un hospital de la ciudad y me dijeron los médicos que tenía neumonía. O sea, no podía trabajar y hubo que suspender, pero por otras razones nunca. 

P.- La única vez en 45 años.

R.- Lo hecho con las tripas fuera, con fiebre, lo he hecho el día que murió mi padre, el día que murió mi madre, lo he hecho el día que murió mi hermano. Eso es lo más duro del teatro. La gente piensa que lo más duro del teatro es que no se puede repetir, que estás en directo. Lo más duro del teatro es que te pase lo que te pase en tu vida, tú a las 07:15 o a las 7:45 o la hora que sea, tienes que estar impecable y eso no siempre es fácil.

P.- ¿Es cierto que si se suspende una función de teatro tiene que ir la policía?

R.- Sí, claro. O sea, todo lo que supone eventos para los que se han vendido entradas al público, si se cancelan, se supone que puede producirse, existe esa posibilidad, alteración de orden público. Esa es la figura legal. Entonces cuando se suspende una representación hay que llamar a la comisaría de distrito, tienen que dar parte de que efectivamente algo pasa. Si lo que pasa es que algún actor está enfermo, tiene que ir un médico al teatro para dar fe en el teatro. Con lo cual, qué pasa, que acabamos haciendo la función pues en estados absolutamente lamentables de gripes, catarros, otitis, neumonía.

P.- La genética manda mucho, y uno a veces tiene la fortuna de nacer con la voz con la que nació Carlos Hipólito, una voz cálida. Aunque al principio de su carrera, no le gustara nada.

R.- Ya me he acostumbrado, pero de joven odiaba mi voz. Ahora la tengo un pelín, no mucho, un pelín más grave de lo que la tenía el joven. Yo quería tener una voz como Constantino Romero y no la tenía. Cada vez que me escuchaba en un casete me preguntaba: «¿A dónde voy yo de actor con esta voz?» No hice nada, seguía hablando, y a fuerza de hablar pues me fue cambiando.

Al final la voz la estudié mucho, el instrumento de la voz, como todos los que hacemos mucho teatro, porque claro, la voz hay que trabajarla. Es un instrumento que hay que trabajar muchísimo, sobre todo cuando no tienes un micro delante. Y tienes que llegar a un teatro de mil localidades, pues hay que saber proyectar la voz de manera que se escuche un susurro sin gritar y todo eso son técnicas.

Pero bueno, quién me iba a decir a mí que esa voz que yo siempre oía y cada vez que lo escuchaba decía «no, yo ese no soy. Eso está mal, ese aparato está estropeado» Pues se va a convertir en una voz un poco icónica. O sea que de repente mucha gente me reconoce.

El experimentado actor posa en la sede de THE OBJECTIVE – Foto: Carmen Suárez

P.- La voz de Carlitos durante las 23 temporadas de Cuéntame cómo pasó. ¿Le dio pena el final? 

R.- Bueno, tenía que llegar un día en que se acabara. Es cierto que por un momento todos llegamos a pensar que esa serie era inmortal. Y que nos sobreviviría a todos. Esa serie recuerdo que cuando se inició todos pensábamos si íbamos a hacer una segunda y hemos acabado haciendo 23 temporadas en 22 años, una barbaridad. De todas maneras, cuando empezó Cuéntame, yo me enfadé con los productores, con Miguel Bernardeau, porque haces una serie nueva y yo soy una voz en off. O sea, pero me estás vacilando, ¿no puedo hacer un personaje? Y me dijo Miguel, «es que la voz va a ser muy importante». Yo pensé, pues que lo haga un locutor, pero me aclaró que no, que tenía que ser un actor, porque iba a ser un personaje más. Pues mira, lo conseguí hacer.

P.- Actor desde joven, actor por vocación, por convicción, por oficio, ¿No tenía ningún pasado familiar qué se dedicará a este mundillo?

R.- Lo que sí tenía era unos padres que eran muy aficionados al teatro. Mucho. Hasta tal punto que para que te hagas una idea de hasta qué punto el teatro era importante para ellos, en la época que yo era pequeño había un programa de Televisión Española que se llamaba Estudio 1, que eran grandes textos hechos por los mejores actores de la época que hacían teatro entonces, y eran muy buenos. La verdad que había cosas buenísimas y en mi casa el día del Estudio 1 se cenaba antes para sentarnos todos en el sofá a ver como si fuera el partido de la Selección.

P.- Empezó en el 78 con Así que pasen cinco años de Lorca dirigida por Miguel Narros. Y desde entonces ha visto toda esa época convulsa de libertad, de democracia, de aperturismo, y ahora hay compañeros suyos, bien lo sabrá, que argumentan que había más libertad en los 80 que ahora.

R.- No, yo no lo creo. Hombre, habría más libertad, para según qué cosas porque las costumbres sociales eran diferentes. Y es verdad que sí hubo un estallido de afán y deseo de libertad recién terminada la dictadura. Obvio y lógico, porque este país pasó de estar en blanco y negro a estar en color, valga esta metáfora tan manida. Entonces, claro, sí es verdad que había muchas ansias de libertad, mucho deseo de luchar por conseguir libertades y derechos.

Pero vamos a ver, los derechos que tenemos adquiridos ahora mismo no se tenían entonces ni de broma. Así que no. Es verdad que ahora hay otro tipo de cortapisas, como es lo políticamente correcto, autocensurarse por no herir a determinados colectivos. Evidentemente a medida que va habiendo más derechos va habiendo gente que lucha por sus derechos, que se siente agredida con cosas que a lo mejor antes no tenían importancia. Pero cuidado, igual sí que la tienen. 

P.- ¿El peligro de hoy en día es más la autocensura?

R.- Sí, el peligro ahora es la autocensura, que muchas veces está provocada por esa especie de deseo irrenunciable parece que hay ahora mismo de gustar a todo el mundo. Y es que no se puede gustar a todo el mundo. Quiero decir con esto que para no herir a estos, no voy a decir esto, para no molestar a nosequién no voy a decir esto, para que todos los tenga como seguidores, para que todos me den el like, para que todos me digan que qué estupendo soy. Bueno, pues yo creo que también esa es una de las enfermedades de esta etapa.

P.- ¿Dónde hay más libertad creativa, más valentía a la hora de hacer determinadas cosas?

R.- En general está más en el ámbito artístico, más que en el social, digamos, en el político, pero en el ámbito artístico, dentro del ámbito artístico, hay gente muy valiente en todos los sectores. En el tema de la ficción televisiva, es verdad que en muchos casos ha ido por delante del cine. A veces a la hora de arriesgar, sobre todo internacionalmente, a través de plataformas míticas como HBO que realmente construyeron e hicieron series, apostaron por cosas que no eran las que aparentemente iban a tener más éxito y sin embargo se han convertido en referentes. En el caso de, por ejemplo, en la pintura, en la música, en la escultura, en la literatura, yo creo que sí hay mucha gente muy valiente, muy libre y muy innovadora.

P.- ¿Y qué le falta a la industria cultural en España? Porque usted ha vivido esos 45 años de cambio, de evolución, entiendo que de mejoría, pero también todavía de defectos comparado con Francia o con países del resto de Europa.

R.- Lo que le falta es justamente ser industria, es que no nos consideran industria. No tenemos los privilegios que tienen las industrias en nuestro país. En otros países no existe una ley de mecenazgo, por ejemplo, que ayudaría muchísimo a que la industria del teatro, de las películas, pudiera salir adelante con más facilidad. Nos falta ser una industria, nos falta rentabilidad y sobre todo nos falta que se reconozca de una manera oficial los ingresos que son enormes, que nuestra actividad proporciona al país, al PIB de España.

Tú sabes que solamente con la recaudación de los de las funciones de teatro musical en ciudades como Madrid, Barcelona o en España, llega a tener un índice del PIB. O sea, es que realmente no se nos valora. Se considera como un entretenimiento, una obra, pero es una industria y debería serlo más desde el punto de vista político.

P.- O sea, falta ese apoyo de verdad.

R.- Y no es pedir proteccionismo. El cine francés ha sobrevivido, primero porque tiene muy buenos creadores, pero es que esos también los hay aquí, los ha habido y los habrá, pero ha sobrevivido también porque sus gobiernos han hecho políticas que han protegido la producción y la distribución de su propio cine. Es decir, han puesto cuotas para intentar apoyar ante la voracidad del mercado americano, que se lo merienda todo.

Y eso no es ser esclavos, ni obreros, ni esta cosa tan manida de los subvencionados, los titiriteros, en fin, esa cosa que a mí me da pereza ni siquiera hablar de la gente que dice esas cosas, no me interesa ni siquiera hablar de ellos. Pero creo que no es nada de eso de lo que es de lo que estoy hablando, estoy hablando de que se apoye realmente una industria que produce beneficios al país.

P.- Esto se suele repetir mucho, los titiriteros o los subvencionados.

R.- O sea, cuando por ejemplo, la gente de extrema derecha de este país decía en pandemia, «ahora se demuestra que los titiriteros no sirven de nada y que lo que importa son los enfermeros». Esas personas seguramente estaban encerradas en su casa viendo sin parar series de televisión, películas que ¿quién las ha hecho? Esos titiriteros de los que está hablando. O sea, es que es una mentira tras otra la que dice esta gente bueno.

P.- Sobre personajes sí le he leído que Carlos Hipólito es uno de esos actores que dice «no, yo el personaje lo dejo en el camerino o en el set de rodaje». Y esto es una cosa muy honesta por su parte y muy elogiosa, porque hay cada pelma en la actuación, en el periodismo, en la vida que habla de ser actor, periodista, fontanero, las 24 horas.

R.- Qué pereza. Bueno, yo respeto muchísimo, cada uno tiene sus procesos, sus cosas, pero realmente cuando leo entrevistas de compañeros españoles y extranjeros que dicen cosas como «tuve que quitarme el personaje de encima me costó, me afectó en mi vida privada, me lo llevaba a casa»”. Y yo cuando lo leo pienso, «joer, que poco interesante soy yo como actor». Porque a mí me han tocado personajes dramáticos y dramáticos. O sea, quiero decir, más allá de la tragedia, he hecho de padres que perdían a sus hijos, que buscaban al asesino de sus hijos, y creo que los he hecho con la mayor sinceridad que he podido. Pero yo estaba contando un chiste antes de hacer una escena (ríe) No soy ese tipo de actores. 

P.- ¿Su psicólogo son los personajes?

R.- Sí, total. Pero además no sabes hasta qué punto. El oficio de actor es un oficio que te hace mejor persona, en general. A lo mejor hay gente a la que le estimula cosas chungas, pero me explico, cuando eres actor tienes la obligación y la necesidad sobre todo de entender por qué un personaje se comporta como se comporta, independientemente de que compartas o no su manera de actuar. Entonces te toca hacer un asesino, te toca hacer un violador, te toca hacer un personaje muy negativo, pero tú tienes que intentar entender qué cosas le han llevado a comportarse así para poderlo incorporar. Eso no quiere decir que lo justifiques, pero sí que lo entiendas.

Entonces, inevitablemente yo creo que el hacer un personaje tras otro a través de este tipo de acercamiento te vuelve una persona mejor porque te vuelve más tolerante, te vuelves más empático, te vuelve alguien que es capaz de entender realidades que no tienen nada que ver con la suya, formas de relacionarse y de comunicarse y de entender la vida, el sexo, las relaciones, etcétera. Formas de vivir de una manera que a otros les puede parecer aberrante, pues chico, yo qué sé, yo creo que en ese sentido nos hace mejores. 

P.- Se ponen ustedes en la piel del otro.

R.- Eso que acabas de decir es exactamente el mayor consejo y la mejor enseñanza que mis padres, que fueron dos seres extraterrestres maravillosos, bueno, eran de Madrid (ríe), pero eran dos ángeles, buenísimas personas, cultísimos y una gente estupenda. Y me enseñaron a ponernos a mí y a mis hermanos siempre en el lugar del otro. Es una enseñanza dura porque ponerse en el lugar del otro significa que a veces no se puede regodearse en el rencor y en la venganza, que es algo muy placentero por momentos, aunque muy venenoso.

P.- ¿Pero se puede llegar a odiar a un personaje?

R.- Si lo puedes odiar, yo he hecho personajes que nunca jamás serían mis amigos. Los actores tenemos una especie de esquizofrenia que es difícil de entender para la gente que no se dedica a lo nuestro. Tú puedes estar en un escenario o delante de una cámara, viviendo un momento enormemente dramático, con las lágrimas cayéndote y la cara desencajada, incluso te cambia el color de la cara, o sea, te transformas físicamente. Y a la vez estás diciendo «qué bien está saliendo», pues eso pasa a la vez. Entonces eso es difícil, con lo cual tú puedes estar haciendo un personaje con mucha entrega, con mucho estrés, y estar pensando qué asqueroso es ¿Cómo no va a odiar a su personaje? Pues yo qué sé, el que hace de malo de Juego de Tronos o el malo de Hannibal Lecter.

P.- Me interesa este concepto de la vida al servicio del personaje. La vida del actor o de la actriz al servicio de la ficción.

R.- Sí, es que creo, hay muchos tipos de actores, pero básicamente hay dos. Los actores que ponen el personaje al servicio de su personalidad y consecuentemente, siempre acaban siendo ellos mismos. No daremos nombres, pero acaban siendo ellos mismos en situaciones imaginarias diferentes. Pero siempre tú los puedes reconocer.

Y luego hay otro tipo de actores que ponen su personalidad al servicio del personaje, que son los actores que a mí más me gustan como espectador y a los que yo me quiero parecer, que son los actores que casi a veces no reconoces de un papel a otro. Y alucinas viéndole, esos son los que a mí me gustan más. 

«Me cabreé cuando me eligieron solo como una voz en Cuéntame»

P.- Quiero hablar de la concentración. Una de las cosas que más me impresiona de los actores de actores de teatro es la concentración, ¿Cómo lo trabaja?

R.- No te sabría dar una fórmula así sencilla, mantener a raya la cabeza. Tú decías la concentración del actor de teatro, pero casi te diré que en el cine es más importante estar concentrado porque tienes muchas más cosas que te distraen. O sea, en el teatro finalmente tú estás en un escenario, tienes al público, las cosas van pasando, tú vas reaccionando a lo que va pasando y estás más o menos en una especie de mundo imaginario más aislado.

Pero en el cine tú estás rodando la secuencia en la que tienes que decir «Ha muerto», y acabas de ver que se ha muerto tu hijo, tu padre, tu madre, tu perro. Y de pronto lo que estás mirando es la cabeza de un técnico que está con un micrófono. O justo antes de empezar a hacer la secuencia, viene y te colocan en el pelo. Entonces ahí es donde hay que estar mucho más concentrado. La pregunta era ¿qué hago yo? Pues lo que intento hacer es aislarme un poco lo más posible, o sea, intentar dominar los caballos para pensar lo que tienes que estar pensando. 

P.- Es cierto que hay muchos más elementos alrededor para concentrarse, ¿Le ha ocurrido también con alguna escena de sexo en un rodaje?

R.- Sí, claro. A todos nos toca alguna vez, pero es que las escenas de sexo, en contra de lo que la gente pueda pensar son muy poco sensuales. Son coreografías, pero hasta donde pones el dedo en la ceja como baja, llegas al pecho, acaricias, lo coges por abajo, ten cuidado porque la sombra de la mano quita no sé qué. En fin, en la mayoría de los casos está muy coreografiado, muy pactado todo lo que se hace. Salvo que el director te mande fiesta…

Hipólto durante la entrevista – Foto: Carmen Suárez

P.- Pero es curioso para los actores, al menos así me lo imagino, tomarse el café en su casa a las 09:00 y a las 09:30 tienen que rodar una escena en la que tienen que estar sensuales.

R.- De todas maneras, se desmitifica mucho todo eso en el propio rodaje. Cuando tú tienes que hacer una secuencia de ese tipo y tienes, por ejemplo, que estar desnudo, pues en general suele producir pudor. La cuestión es primero, para ese tipo de secuencias se suele dejar un equipo reducido. Tampoco es que esté pasando gente por ahí por la puerta. Están los imprescindibles para poder hacer el trabajo, que por otro lado no son dos, o sea, son bastantes. Pero la cuestión es que llega un momento en que al principio tú terminas una toma y vas a ver cómo ha quedado o lo que sea al combo, que es donde llamamos al lugar donde están las pantallitas.

Y a lo mejor el director o directora te pide que vayas para ver la escena, como ha quedado. Entonces tú vas con tu albornoz, enseguida te dan un albornoz. Y al final ya nos levantábamos cuando llevábamos cinco horas haciendo aquello, ya nos levantábamos directamente y estábamos ahí en bolas mirando aquello, pues llega un momento que lo naturalizas. El pudor se va porque nadie está allí como para buscar ningún tipo de situación rara.

«La cultura no tiene los privilegios del resto de industrias en España»

P.- ¿Dónde ha alcanzado más la felicidad en el teatro, en una película o son diferentes tipos de felicidad? 

R.- Son diferentes, la verdad, porque el trabajo con la cámara es muy mágico, porque claro, la cámara te permite esa cosa que se llama primer plano. Es que con una mirada, puedes contar tantas cosas. Y como Mario Camus, que fue uno de los grandes directores con los que yo pude trabajar cuando era joven. Él me enseñó muchísimas cosas y me decía «es que cuando te hacen un primer plano no hay que hacer nada. Lo que tienes que hacer es pensar, porque la cámara está viendo lo que piensas. No tienes que contarlo, no tienes que explicarlo».

Eso no quiere decir tampoco que tengas que ser el rostro impenetrable, puedes hacer gestos, pero es verdad que los actores tenemos tendencia a explicarlo demasiado. Y no hace falta. Entonces el cine te permite eso. Y cuando tú consigues hacer un primer plano, bien, por ejemplo, una secuencia bonita grabada, es que te sientes el rey del mambo, porque claro, luego lo ves y es una magia la que hay ahí, es que no te parece increíble. O una escena de acción, por ejemplo, que yo he hecho alguna también y de pronto, cuando luego lo ves hecho, pues que te sientes como un niño feliz.

Por otro lado, en el escenario lo que ocurre es que tienes la respuesta inmediata de lo que estás haciendo. Es decir, si haces algo que se supone que es cómico, pues tienes la risa inmediata. O la no risa que también puede ser terrible. Y cuando tienes algo muy dramático, lo que sea, se crean a veces unos silencios tan cómplices. Tienes la sensación de tener a la gente en la mano, de que a partir de ahora podemos hacer juntos lo que queramos y eso te da mucha magia. O sea, produce mucha felicidad. En general, interpretar produce mucha felicidad cuando sale bien, cuando sale mal o cuando las circunstancias son complicadas puede producir mucha infelicidad. 

P.- ¿Los silencios también se ensayan?

R.- No se suelen ensayar, pero los silencios son probablemente lo más importante. Un texto está bien escrito cuando tiene implícitos buenos silencios. Los silencios generalmente suelen ser transiciones, momentos en los que permites al espectador que vea al personaje pensar, no solo hablar y actuar. Un personaje yo creo que está bien hecho y empatiza con el espectador, que finalmente es para lo que actuamos. Cuando consigues que piensen contigo, no solamente que te escuchen. 

«Pedro Sánchez sería un actor estupendo»

P.- THE OBJECTIVE es un medio muy político, no le voy a consultar sobre ningún asunto de actualidad, ¿pero cree que se le da mucha importancia a lo que opinan los actores, cantantes, mundo de la cultura, sobre los asuntos de actualidad?

R.- Pues es que no lo sé. A mí siempre me ha parecido muy marciano toda esta polémica, porque yo no tengo ninguna intención de dogmatizar en nada. Para empezar, no estoy ni en redes, no digo más. Me salí de todas las redes, no tengo ningún interés en hacer la frase ingeniosa sobre tal cosa, dar mi opinión sobre lo que sea y consecuentemente, la opinión de mucha gente y su frase ingeniosa me interesan un poco. Entonces no tengo ningún interés en opinar sobre lo que ha pasado en no sé dónde o sobre lo que ha hecho no sé qué, pero si me hacen una entrevista sobre el tema que sea.

Generalmente a mí me hacen entrevistas por temas profesionales, por mi trabajo como actor y a lo mejor el entrevistador me pregunta por algo en concreto. Pues yo le contesto, pero eso no quiere decir que yo haya hecho la entrevista para dar una arenga sobre no sé qué cosa. Claro, que tú opines sobre algo no quiere decir que tú hayas hecho esa entrevista para opinar sobre eso, ni para decir eso, es que has sido educado y le has contestado a un señor lo que pensabas, pero no pretendiendo ni que nadie te siga en ese pensamiento. Desde luego yo, desde mi pequeñísima y humilde parcela, no tengo ningún interés en dogmatizar. Ni en hacer proselitismo de ningún tipo de idea. Cada cual que tenga las suyas. 

El interprete madrileño en el plató de THE OBJECTIVE – Foto: Carmen Suárez

P.- Me refiero no tanto a que conteste o no, pero que una vez contestado hay mucha gente que se lo toma muy a pecho, tanto a favor como en contra por una simple opinión de un actor.

R.- Que podría ser la de cualquier ciudadano. Pero entonces, por ejemplo, si tú opinas sobre algo porque contestas en una entrevista, te lo digo porque a mí me pasó también y me he quedado de piedra porque digo «pero bueno, y esta tormenta de repente». Si es una entrevista en un periódico, pues hay comentarios en ese periódico, a esa entrevista. Y de pronto hay gente que te llama imbécil, otro actor de mierda que ya se cree muy listo, vete a Cuba o vete a vivir con Fidel Castro. Entonces siempre me quedo pensando, ¿pero por qué me dice esto ese señor? Si yo no le he ofendido en nada ni me he metido con sus ideas.

P.- Ya que hablamos de política, ¿cuál considera que puede ser el político con más dotes para la actuación?

R.- Dos buenos ejemplos, siendo como son tan diferentes. Felipe González en su momento fue un gran seductor, que concitó las ilusiones de muchísima gente de este país. Y eso lo consiguió a base de decir una cosa y a veces la contraria, porque también muchas veces esa es la política.

Y hoy en día el mayor exponente de eso sería Pedro Sánchez, que también es otro gran seductor. Es un gran seductor que por otro lado despierta y concita unos odios que me resultan realmente incomprensibles. O sea, porque yo puedo no estar de acuerdo con un político, por ejemplo, de extrema derecha, pero yo no le odio.

P.- Usted no odia a Abascal, por ejemplo. 

R.- No, yo no comparto nada con ese señor, pero tampoco le odio precisamente porque no tiene sentido. Me puede parecer mejor, peor, me pueden gustar más o menos las cosas que diga la gente, pero por eso no lo tienes que odiar. Es que esta polarización en la que estamos este conmigo o contra mí, este no querer escuchar más que lo que nos reafirma en lo que nosotros pensamos, no admitir ningún tipo de argumento que no sea exactamente la doctrina que nosotros tenemos en la cabeza nos lleva al desastre. O sea, es que yo creo que es fatal, es que no se pueden potenciar esos odios. Ahora a partir de que Pedro Sánchez sería aparte de un galán, porque tiene un físico, pero sería un actor estupendo.

P.- Rajoy hizo una vez un cameo en una serie, y no lo hizo mal. Aunque hacía de él mismo.

R.- Rajoy sería, por ejemplo, un actor característico, perfecto, porque los actores característicos, esto se decía antiguamente, eran los que tenían una peculiaridad física, un tipo de voz, una manera de hablar que les hacía muy característicos y que para según qué personajes que generalmente iban unidos a la comedia, pues servían muy bien.

P.- Carlos López Hipólito es un hombre gracioso.

R.- ¿Ah, sí? Bueno, como decía mi gran y querido actor Alberto Closas que nos dejó hace mucho tiempo, «esto de hacerlo bien, hacerlo mal, hacer reír, hacer esto, esto es o muy fácil o imposible». 

P.- Pues Carlos lo ha hecho posible durante 45 años de carrera. Y los que le quedan todavía.

R.- Yo bueno, voy a seguir trabajando. Es que los actores podemos seguir trabajando porque siempre habrá abuelitos para hacer. Esto de las familias es un gran invento, porque primero haces de hijo, luego de padre, más tarde hacer de abuelo y luego ya si llegara de bisabuelo.

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