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Historias de la historia

El mayor esfuerzo por la paz en Europa

El 15 de mayo de 1648 se juró la Paz de Westfalia, que puso fin a 80 años de una guerra europea que abarcó desde España a Suecia

El mayor esfuerzo por la paz en Europa

'Ratificación del Tratado de Münster', obra de Gerard ter Borch. | Wikimedia Commons

Todo empezó por la irritación de unos súbditos ante la ausencia de su soberano. En 1566 los ciudadanos de las Diecisiete Provincias (nombre oficial de lo que también se llamaba Flandes, Bélgica o los Países Bajos) iniciaron una cadena de disturbios protestando porque Felipe II no les hacía caso, vivía encerrado en El Escorial y nunca visitaba su nación, que era de los más prósperas de Europa. El asunto se agravó por la falta de mano izquierda del gobernador español. El duque de Alba no era un estadista sino un soldado, y sólo entendía de golpear fuerte a los adversarios. 

Pero esa rebelión política, que podía haberse arreglado con una visita conciliadora de Felipe II a las Diecisiete Provincias, se complicó con la cuestión religiosa. En el siglo XVI eso era inevitable, desde la aparición de la Reforma protestante las vecinas Alemania y Francia estaban sacudidas por terribles «guerras de religión», y en las Diecisiete Provincias se formaron dos bandos irreconciliables, protestantes y católicos. Siete provincias del Nordeste donde los protestantes eran mayoría, se declararon en rebeldía y, capitaneadas por la más rica, Holanda, formaron la República de las Provincias Unidas, lo que actualmente es Holanda. 

El resto, de mayoría católica, prefirió la lealtad al lejano rey de España que soportar la tiranía protestante, pues la idea de que los protestantes holandeses eran tolerantes es, simplemente, falsa. Esas provincias conformarían la actual Bélgica. Por cierto, el conflicto entre protestantes y católicos sería tan hondo, perviviría tanto tiempo, que en 1830, en un momento en que las Diecisiete Provincias estaban de nuevo unidas en el reino de los Países Bajos, los católicos se sublevaron y proclamaron la independencia de Bélgica.

Pero volvamos a la Guerra de Flandes, como llamaba en España la gente corriente a aquel conflicto que los historiadores llaman Guerra de los Ochenta Años, pues duró desde 1568 hasta 1648. Fue un auténtico cáncer que corroyó a la Monarquía hispánica. Las riquezas que se extraían de América, en vez de invertirse en dinamizar la economía española, se consumían en Flandes, pero además del coste en vidas y recursos económicos, supuso una catástrofe para la imagen de España, pues fue entre los rebeldes holandeses donde se inventó la Leyenda Negra, que todavía hoy pesa sobre nosotros, asumida por una amplia proporción de españoles y manejada hábilmente por los separatistas.

Por más que se enviasen ejércitos con magníficas tropas, por grandes estrategas que fuesen los generales españoles, resultó una guerra imposible de ganar, porque la densa demografía de las Diecisiete Provincias, llenas de poblaciones importantes muy cerca unas de otras, hacía inviables las grandes batallas campales que deciden una guerra, o la conquista de la capital enemiga que pone fin a una campaña, porque había muchas capitales. El conflicto se convirtió en una «guerra de asedios», desesperante para los estrategas, aunque nos haya dejado obras maestras del arte, como la Rendición de Breda de Velázquez.

Además, cada vez que los españoles parecían a punto de ganar el conflicto, los rebeldes recibían apoyo de los países protestantes y, sobre todo, intervenía militarmente Francia, que pese a ser católica se aliaba con el diablo para debilitar a España.

La larga duración de la Guerra de los Ochenta Años hizo que se solapara con otra enorme guerra de religión, la de los Treinta Años, en la vecina Alemania. Estalló en Praga en 1618 y fue una auténtica guerra europea, pues tuvo como escenario el Imperio Alemán, lo que supone los actuales países de Alemania, Austria, Chequia, Eslovaquia y Hungría. Además intervinieron potencias externas como Suecia, Dinamarca, Holanda, Francia, España e Italia. Fue mucho más enconada que la Guerra de Flandes y algunos historiadores contemporáneos han comparado sus consecuencias sobre Alemania con las de una guerra nuclear.

La paz de Westfalia

Por muy vivos que sean los odios, llega un momento en que los adversarios se agotan. Casi literalmente se quedan sin fuerzas para empuñar las armas. Eso sucedió por fin a mediados de la década de 1640. Exhaustos todos los beligerantes decidieron sentarse a la mesa de negociaciones porque ya no podían mantenerse en pie.

El marco elegido fueron las ciudades de Münster y Osnabrück, en la región alemana de Westfalia, por eso se habla de Paz de Westfalia. En Osnabrück se discutió la paz entre el Emperador y Suecia, pero el escenario principal fue Münster, donde se negoció el final de la Guerra de los Ochenta Años y también de la Guerra de los Treinta Años, que se retrasaría unos meses, hasta octubre de 1648.

Las conversaciones llevaron su tiempo, desde 1644 hasta 1648, y convirtieron una pequeña ciudad alemana en el centro de la diplomacia mundial. De allí saldría un nuevo orden europeo que duró hasta la Revolución Francesa, y se consagraron ciertos principios en las relaciones internacionales que han llegado prácticamente a nuestros días. Fue el mayor esfuerzo de paz que ha hecho Europa.

Acudieron muchas delegaciones, pues toda Europa estaba implicada y existían entonces innumerables pequeñas soberanías. En total se reunieron 145 personalidades destacadas de la política europea, incluido el cardenal Chigi, representante de Roma, futuro Papa Alejandro VII, que en realidad intentó boicotear las negociaciones, pues se negaba a discutir con herejes.

Cada uno de estos representantes iba acompañado de su delegación, con lo que eran muchos cientos de diplomáticos y funcionarios los que pululaban por la pequeña Münster, convertida en ciudad cosmopolita que atrajo a comerciantes, artistas y negociantes de todo lo superfluo. Se abrieron incluso escuelas de idiomas, como la del maestro de lenguas Marcos Fernández, en cuya academia aprendían castellano los diplomáticos extranjeros.

La delegación española estaba presidida al principio por un auténtico sabio, el embajador Saavedra Fajardo, aunque luego se haría cargo alguien de mayor relumbrón social, don Gaspar de Bracamonte, Conde de Peñaranda, Grande de España y caballero de Alcántara. Aparte de títulos tenía una sólida formación jurídica porque había seguido la carrera eclesiástica, aunque luego colgó los hábitos para casarse con su sobrina, 28 años más joven y depositaria del título y la hacienda familiares. Don Gaspar llegó rodeado de un magnífico cortejo de 150 personas y luciendo los trajes más elegantes de aquel universo diplomático.

Al frente de la delegación holandesa venía Adriaen Paw, Gran Pensionario (primer ministro) de Holanda y director de la poderosa Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Pauw era el jefe del partido de la paz, y tuvo que vencer fuertes resistencias en las Provincias Unidas para que los Estados Generales (parlamento) ratificasen lo negociado. Bracamonte, por su parte, tuvo que someterlo a la aprobación de Felipe IV. Obtenidas ambas, las dos delegaciones se reunieron el 15 de mayo de 1648 para el solemne juramento acatando la Paz de Münster, de lo que existe prácticamente una fotografía, el magnífico cuadro de Gerard ter Borch que ilustra este artículo. 

La Guerra de los Ochenta Años había terminado.

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