Amy Ireland, autora de 'Filosofía-ficción': «Catástrofe es sinónimo de novedad»
‘Filosofía-ficción’ es la antología de ensayos de teoría-ficción de la filósofa australiana Amy Ireland. Hablamos con ella sobre ese género de ensayo, sobre el futuro no humano y los feminismos
Un fantasma recorre lentamente el ensayo de nuestro país y es el de la teoría-ficción. Su tuviéramos que tomarle el pulso a este género en España, no lo encontraríamos tan próximo al de los vivos como al de los reanimados no muertos. Dicho de otro modo, a lo mejor no resulta evidente su existencia, pero sí que poco a poco va infectando el resto de los estratos de la práctica del ensayo.
Ediciones Holobionte ha sido pionera importando este tipo de literatura ensayística, ya sea con los filósofos Grafton Tanner o Timothy Morton, junto a la editorial Materia Oscura que ha traducido el material de Nick Land y el CCRU. Poco a poco aparecen autores en nuestro idioma en dichas editoriales como Ramiro Sanchiz o Colectivo Juan de Madre. Ahora finalmente se da un paso más con la aparición del seminal El poemameno: forma y tecnología oculta dentro de Filosofía-Ficción: Inteligencia Artificial, tecnología oculta y el fin de la humanidad (Holobionte, 2022).
Así pues aparecen al fin en nuestro idioma los cruciales textos de la filósofa australiana Amy Ireland (Sídney, 1981). Filósofa, escritora experimental e integrante del colectivo Laboria Cuboniks (crucial para la aparición del xenofeminismo), es coordinadora del grupo de investigación Aesthetics After Finitude, y desde 2021 también coeditora en la editorial inglesa Urbanomic. Su obra ha sido definida como un vertiginoso «remix herético» donde se dan cita las estéticas inhumanas, la tecnología y el lado salvaje de la filosofía.
El papel de la teoría-ficción
Al empezar la entrevista lo primero que quiero saber es como gestionar este género de vanguardia precisamente en un clima de lucha contra las fake news, sobretodo al mirar atrás desde la aparición del primero de sus textos. Amy retrocede en la historia para explicarme su visión: «La teoría-ficción no es realmente algo nuevo. Probablemente se podría argumentar de forma decente que se remonta a los sofistas de la antigua Grecia, pero adquiere una profundidad especial en nuestra época moderna debido a su profunda relación con el nihilismo o la pérdida de coordenadas estables y unificadas para la creación de sentido. Cuando las estructuras en las que tradicionalmente nos hemos apoyado en Occidente para adjudicar entre lo ‘verdadero’ y lo ‘falso’ se han derrumbado o desmantelado no hay forma de evitar la arbitrariedad del signo. Nada conecta el signo con lo real de forma esencial, universal o necesaria. Un sistema de signos funcional no es más que una mezcla de consenso, costumbre, inercia y, a veces, ley. Así, con la llegada de la modernidad, toda la idea de la verdad cambia de valor: es algo que se construye, no algo que llega ya hecho».
«Cuando las estructuras en las que tradicionalmente nos hemos apoyado en Occidente para adjudicar entre lo ‘verdadero’ y lo ‘falso’ se han derrumbado o desmantelado no hay forma de evitar la arbitrariedad del signo. Nada conecta el signo con lo real de forma esencial, universal o necesaria»
«Por eso es importante la teoría-ficción. Opera muy conscientemente en la brecha abierta por el nihilismo -por la modernidad- entre el signo y lo real. No se pregunta si una narración es verdadera, sino qué puede hacer una narración. Muestra cómo se construye la ‘verdad’ y, al hacerlo, al centrarse en el proceso en lugar del producto, redirige la atención hacia cuestiones más significativas y útiles, bloqueadas por el enfoque esencialista. ¿Quién construye esta narrativa? ¿Qué hace? ¿Para quién es? No hay camino de vuelta a los viejos tiempos de la verdad y la falsedad. La teoría-ficción es una herramienta poderosa en esta situación. Es una máquina desprogramadora de ideologías».
El futuro
Leyendo la antología de ensayos de Holobionte queda clara la dialéctica de la autora con otros filósofos como Donna Haraway o Nick Land. El futuro del que habla la primera a lo mejor es muy optimista mientras que está claro que el segundo es un pesimista cósmico. Amy Ireland se queda en un punto medio en el que la invasión tecnológica supone nuestra extinción pero muestra indiferencia.
Esto comentó cuando planteé mi tesis: «Bueno, es importante preguntarse desde qué perspectiva vienen estos juicios de valor. ¿Horrible u optimista para quién (o qué)? Si se aleja lo suficiente en la escala cósmica, pensar en lo que nosotros, los humanos del siglo XXI -una encarnación histórica particular de una única especie cuya evolución fue contingente y completamente innecesaria, en un único planeta, en un único sistema estelar entre millones de otros- pensamos que un futuro es ‘bueno’ o ‘malo’ parece absurdo, si no extrañamente arrogante».
«Hace dos mil millones de años, en la era Paleoproterozoica -la más larga de la historia geológica de la Tierra-, la proliferación de cinobacterias en la superficie de los océanos terrestres provocó un rápido aumento de la cantidad de oxígeno en la atmósfera. Este cambio, ahora conocido como la Catástrofe del Oxígeno, creó las condiciones para el establecimiento de formas de vida multicelulares y, finalmente, la evolución de los seres humanos. Pero también provocó una extinción masiva, eliminando los millones de especies anaerobias existentes en el planeta en ese momento. Como he escrito en El poemameno: visto con indiferencia, catástrofe es sinónimo de novedad».
Pregunté también concretamente por el futuro de los movimientos sociales y las batallas culturales, sobre si faltaban más alianzas, a lo que respondió que sí: «Los grupos o movimientos que se basan en la lógica de la uniformidad parten de la imposibilidad del cambio o la mutación y a menudo acaban perpetuando una dinámica de ellos contra nosotros. Es importante encontrar a otros con los que movilizarse que apoyen tu visión del mundo, pero también es útil ser consciente de cómo estos movimientos pueden rigidizarse y cerrarse a futuros encuentros con la diferencia».
Debate entre feminismos
Existen diversos tipos de feminismos y uno de ellos es el xenofeminismo, que en parte nace gracias al trabajo del colectivo Laboria Cuboniks del que forma parte la autora. En un primer momento podría parecer que hay cierta oposición entre sus posturas y las teorías más queer, sin embargo Ireland aclara las confusiones: «Existe una lectura errónea del ciberfeminismo -y especialmente de Zeros and Ones, de Sadie Plant- que toma la analogía entre el código binario del lenguaje de las máquinas y el género ‘binario’ de forma literal, apoyándose en un tipo de asociación de palabras perezosa, y luego acusa a las ciberfeministas de esencialismo. Esta no es una buena lectura. Pasa por alto el contexto filosófico, la guerra que se libra contra el psicoanálisis (retomada más recientemente por pensadores trans como Paul Preciado), y el movimiento innovador que estaba haciendo el ciberfeminismo en una historia de feminismos que persiguen el derecho de las mujeres a ser sujetos, al igual que los hombres, en lugar de pensar en cómo toda la construcción patriarcal del sujeto humano autónomo podría ser en sí misma defectuosa».
«La teoría-ficción es una herramienta poderosa en esta situación. Es una máquina desprogramadora de ideologías»
Añade: «Hay una cita brillante de una charla que Plant dio en Viena a mediados de los noventa que creo que es útil para disipar cualquier idea de que el ciberfeminismo está abrazando el esencialismo, así como para mostrar su importancia para la política trans y no binaria: ‘Siempre ha sido problemático hablar de la liberación de las mujeres porque eso presupone que sabemos lo que son las mujeres. […] No es una cuestión de liberación sino de evolución, o de ingeniería. Hay una reingeniería gradual de lo que puede ser una mujer y todavía no sabemos qué es. Tenemos que descubrirlo‘».
Intento una última pregunta más ambiental para despedirnos, el típico comentario sobre lo que se espera de la recepción de su obra en castellano, pero Amy Ireland me da una última lección definiendo su postura como amor fati. Esta expresión nihilista que se traduce como amor al destino sea del que sea, remite, finalmente y de nuevo a esa sensación de indiferencia con la que la autora encara la extinción.