'Justo antes del final', la novela de Emiliano Monge que deseas que no termine
El escritor mexicano habla de maternidad, locura y violencia en su nuevo libro
Hablar con el escritor Emiliano Monge (México, 1978) es hablar con un tipo grande en todos los sentidos, que despacha la ternura del guerrero en tiempos de paz. Lo mismo le podría haber dado por el baloncesto, el rugby o salir de chamán albino en Apocalypto, pero se decantó por la escritura. Su último atrevimiento es Justo antes del final. Una novela maternal, enferma, humana y, por tanto, caótica, con la que recorre una fotografía de su país, su familia y de sí mismo.
Sentado, con las piernas cruzadas, responde a las preguntas con el sosiego de un púgil veterano frente a un amateur. ¿Qué es Justo antes del final?, pregunto. «He contado la vida de una mujer. La vida como lucha. La vida de una protagonista que es abandonada por su medio y se siente invisibilizada. Y, de ahí, tratar de construir cómo una mujer puede crear un destino propio en una época de México todavía más complicada que la actual. Ese es el hilo fino. La hebra más gruesa sería narrar una historia del mundo atravesada por los temas del cuidado, la locura, el descuido, el caos y el orden».
El protagonismo femenino no es ninguna casualidad. «La protagonista va sacando hijas de donde puede. La maternidad es una forma de entender el mundo y de enfrentarse a él. A través del cuidado, se pretende crear una burbuja contra el machismo y la violencia. Los modos que se dan al hombre en un país como México, rompen los vínculos de uno con las emociones hacia una racionalidad pura. Esta es una forma de reconstruir sus canales emocionales vía el concepto del cuidado», afirma el escritor.
Justo antes del final es una novela maternal. Una novela que juega con la condición de madre, pero que no escapa a la de abuelo, hijo o hermana. Hay una familia, después de todo, aunque degradada por las circunstancias. ¿Qué es la familia? «Yo creo que la familia es un error. Es el origen de la individualización y la hemos malinterpretado. La familia habría de ser la crianza y no la genética. No debería importar tanto los roles tradicionales. La verdadera familia de esta novela es la que constituye la protagonista con sus amigas y las hijas de todas ellas. Casi como una manada. Hay que reivindicar la manada frente al individuo».
Un término, le recuerdo a Monge, peligroso en España como pocos, pero que no tiene la culpa de la deshumanización de ciertos malnacidos violentos. Y, hablando de violencia, en la obra de Monge ésta es como un Dios omnipresente, cruel y todopoderoso. Por eso, uno se pregunta ¿dónde nace? Si es la violencia de los entornos familiares la que crea esa violencia, o será al contrario…
«La primera víctima del machismo es la masculinidad»
«Al contrario», concluye Monge a velocidad de F1. «Aunque ninguna es síntoma del otro. Son manifestaciones, ambas, de una desconexión del mundo emocional. La explosión de una impotencia por no tener las herramientas para resolverlo de otra manera, lo que la convierte en el motor de resolución de conflictos de la vida en familia. En el caso de la novela, este asunto es muy evidente en la locura. Si uno piensa en el siglo XIX y primeros del XX, los hombres en los hospitales generales eran más que las mujeres, pero en los hospitales psiquiátricos era a la inversa». Piensa en la histeria, ¿no? Le interrumpo. «Sí, exacto» prosigue, «era mucho más fácil nombrar como loco a una mujer. Y, diré más, la historia del entendimiento de la mente es la historia de la refinación del aparato de castigo de los pensamientos que salen de la norma, de lo que es el pensamiento hegemónico y homogéneo. Una violencia que se ve como parte de la familia y se replica en la sociedad. Y así son todas».
¿Qué tendrá la locura que resulta tan atractiva? Para Monge, hay que destacar la relación entre creación y locura. «El artista» dice, «crea una metáfora. La creación alumbra una metáfora que tu puedes ver y eres capaz de controlar y modificar, viéndola desde fuera. El procedimiento del loco es exactamente el mismo. Crea una metáfora. El problema es que se queda dentro, viendo el mundo desde su metáfora sin poder salir». Una metáfora de la que, confiesa, siempre ha temido formar parte. Más a más con un abuelo, el de la novela y el de la vida real, que dedicó su vida a la psiquiatría y a otorgar orden a un caos, muchas veces, con resultado contrario.
Ya que Justo antes del final es un reclamo a una masculinidad distinta, merece la pena preguntar por los talleres de masculinidad. «Lo primero, no creo en los talleres», dice Monge. «Considero que hay cosas que no se pueden enseñar así. Ni en los literarios, ni en estos. En segundo lugar, creo que esta forma de resolver el machismo entre hombres es algo bastante polémico. Verás yo sabía que sólo iba a hacer dos libros autobiográficos. Ni uno, ni tres, dos. Y, aparte de este, el anterior era un libro que trataba el machismo directamente en la búsqueda de las heridas. Sin embargo, ha sido con este último en el que siento que he descubierto realmente mis huecos. Y todo, porque lo he trabajado desde el prisma de la madre. De la maternidad. Hay que apelar mucho más al universo del cuidado del otro. Dentro de eso, la primera víctima del machismo es la masculinidad, pues reivindica su incapacidad a sentir o al ridículo».
«El presidente de México comete el terrible error de atacar a los periodistas y debería ser el primer en reconocer la importancia de la prensa»
Alejándonos de la obra y aprovechando que Emiliano es mexicano, es inevitable preguntarle por la violencia que azota a su país. «Es absolutamente espantoso. Somos el país más peligroso para la prensa, sólo detrás de Ucrania, un país en guerra. La impunidad es el virus. No hay mecanismos de seguridad para la prensa. El presidente comete el terrible error de atacar a los periodistas constantemente y, perdónenme para quienes dicen que esto no tiene nada que ver, pero se está quitando cualquier pátina de responsabilidad con la prensa. Si el presidente se caga de risa o los insulta, se los carga. Él debería ser el primero en reconocer, cada día, la importancia que tiene la prensa, ¿no? Y su lugar no es juzgar si es buena, o mala, sino defenderla. Y una de las razones principales es su incapacidad para combatir el narcotráfico. Porque a los periodistas quien los mata son los narcotraficantes».
Unos narcotraficantes que parecen intocables. ¿Cómo se podría combatirlos? «La legalización de las drogas es urgente. La realidad es que en el triángulo norte la legalización es necesaria para paliar la violencia. Además, porque los artífices de la ilegalización, Nixon, en su día, y demás gobiernos norteamericanos, ahora ya ceden a la legalización. Entonces el negocio ya será suyo, como ha sido siempre, y ahora lo es del todo. Porque la DEA (la agencia antidrogas de EE UU) es el cartel más grande del mundo. Además, la ilegalización es un sinsentido, puesto que quienes la impusieron son los adalides del libre mercado. Es una contradicción. Un elemento anormal dentro del sistema que, inevitablemente, genera corrupción y abusos. Por ejemplo, y aunque parezca sorprendente, los lobbys más interesados en la ilegalidad de las drogas son los fabricantes de colchones para las cárceles, ya que el 70% de los presidiarios está por motivos de drogas. Hay mucho más detrás de lo que vemos a primera vista».
Emiliano Monge publicó hace no mucho un artículo en el que hablaba de los libros infilmables, en el que citaba, por ejemplo, la magnífica obra de Malcolm Lowry, Bajo el Volcán. ¿Es Justo antes del final una obra infilmable? «Pues, espero que no, ¡porque ya vendí los derechos para la película!». Un film que, esperemos, honre esta maravillosa novela.