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Carla Guelfenbein: «No hay euforia ni éxtasis si no hay dolor y pérdida, van siempre juntos»

La escritora chilena vuelve con ‘La naturaleza del deseo’, una obra que explora la intimidad de dos amantes que llevan su pasión al extremo del desgarro

Carla Guelfenbein: «No hay euforia ni éxtasis si no hay dolor y pérdida, van siempre juntos»

Carla Guelfenbein. | Cedida

Carla Guelfenbein ha escrito una historia de deseo. Y el deseo radica tanto en la piel como en la mente, dos geografías que la autora allana sin contemplaciones. No es fácil describir encuentros sexuales sin caer en lo zafio ni en lo cursi; es, sin duda, uno de los terrenos más resbaladizos para cualquier escritor, y en La naturaleza del deseo (Alfaguara, 2022) Carla pisa firme sobre el mismo. Así que su obra seducirá a muchos lectores por esas descripciones explícitas que contiene, pero estos encontrarán mucho más en su lectura: «Una reivindicación del amor pasional, a pesar del dolor», como ella misma analiza durante el encuentro con THE OBJECTIVE.

Me reúno con Carla tras haber leído su novela en tres sentadas. Literalmente tres. En la cafetería del hotel de Las Letras de Madrid, donde nos vemos, suena música ligera, y me da por pensar que ese pudiera ser uno de los escenarios donde habitualmente se reúnen S y F, los dos amantes protagonistas de su novela. Nos sumergimos así en la historia, que comienza con una terrible y apasionada cita del recientemente fallecido Jean-Luc Godard, de su película El desprecio:

«¿Me ves por detrás en el espejo? 

Sí.

¿Piensas que es bonito mi culo?

Sí, muy.

¿Quieres que me arrodille?

No es necesario.

¿Y mi cara?

Sí.

¿Mi boca, mis ojos, mis orejas?

Sí. Todo.

¿Entonces me amas totalmente?

Sí. Te amo totalmente, tiernamente, trágicamente».

«Es tremenda», le digo a Carla, «tanto como el comienzo». Porque el inicio de su obra cuenta cómo el amante de S ha desaparecido sin darle una sola explicación, dejándola por completo devastada. El resto de la novela avanza en pos de saciar la curiosidad de por qué lo ha hecho. «Siempre pensé que tenía que empezar por ahí, y la razón es dejar muy claro desde el principio que no es una historia romántica, porque las historias de amor siempre terminan en final feliz. Son una seguidilla de circunstancias adversas de dos personas que se van separando y encontrando, pero finalmente uno tiene la confianza de que todo va a desembocar en un encuentro que es el comienzo de un para siempre. Aquí estamos en otro código». 

A la adicción que provoca el texto ayuda también una medida estructura de capítulos cortos, de duración similar, y frases también cortas. Todo en la novela invita a seguir leyendo. También el equilibrio entre narración, acción y diálogo del que hace gala. Imagino que no es algo casual, y la autora me lo confirma: «Tardé cinco años en escribir esta novela, así tan simple como la ves, porque la simplicidad es mucho más compleja que la verborrea. Cualquier escritor mediano para arriba sabe escribir, la capacidad de escribir es infinita, pero si yo puedo decir algo en dos palabras, lo diré en dos. Se trata de encontrar, como dice Flaubert, la mot juste, la palabra justa». 

Para alcanzar esa finura, Carla empuña un arma de los poetas, un recurso consistente en leer en voz alta lo que escribe. Así cuida la musicalidad y protege sus frases de las molestas cacofonías. Y es precisamente en este proceso de trabajo donde la autora chilena encuentra el mayor goce de su oficio: «Construir una novela es como tallar una escultura en un mármol durísimo. Tienes que empezar con un cincel grande, esa parte es la que requiere más fuerza, más decisión, y luego están los cinceles más pequeños y terminas con estos cincelitos que son los más deliciosos de trabajar», dice aludiendo a la parte en la que corrige y pule las construcciones de su obra.

La prosa de Carla tiene, además de esta perfección formal, un alto nivel de lirismo. Valga este botón de muestra: «Descanso la cabeza en su pecho mientras tras las ventanas de nuestro cuarto la lluvia cae sobre los techos, los parques, las hojas secas, sobre las calles dormidas, los faroles, sobre el canal y las bicicletas arrimadas a los muros, sobre los sin casa, los suicidas, los enfermos y los insomnes». Por momentos su escritura se vuelve, incluso, aforística: «La mirada del otro siempre es una celda», reflexiona su protagonista. Y, revestidas de este mimo, sus palabras son el plinto para ejecutar otro de los saltos mortales de cualquier escritor: indagar en la naturaleza humana del sentir.

En La naturaleza del deseo Carla expone a dos sujetos, S y F., en situaciones vitales bien distintas. Ella ha perdido a un hijo y se ha separado de su marido, a quien ya no puede amar porque sus dolores, al juntarse, se multiplican. Él está casado y lleva una vida en apariencia tranquila junto a su mujer, pero en la trastienda de su realidad se esconden sus múltiples amantes. A ninguna ha amado tanto como empieza a amar a S. El cóctel está servido. 

«¿Por qué S y F?», le pregunto con curiosidad. «Tienen identidad, por supuesto, pero los despojo de todas las asociaciones que puedan tener, les saco todas las connotaciones de clases sociales y de todo para que queden desnudos uno frente al otro en estas ciudades que tampoco tienen nombre, de modo que son solo un telón de fondo para que en primer plano estén ellos; esté su cuerpo, estén sus emociones, estén sus identidades en relación al otro», responde.

La viveza de las escenas es evocadora, y no es difícil saltar de lo que les sucede a S y F en las habitaciones de hotel en las que se encuentran a lo vivido por uno en cualquier otra parte. La naturaleza del deseo tiene ese poder de la buena literatura, el de interpelar profundamente. Vista desde mis ojos, habla en esencia del sufrimiento que acarrea el enamoramiento desmedido y cómo justificamos los desplantes de cualquier tipo cuando estamos bajo el yugo de la pasión y sus endorfinas. Pero quiero saber la intención última con que la autora la dio a luz tras cinco años de minucioso parto: «Yo siento que esta novela, a pesar del dolor, es una reivindicación del amor pasional. Siento que esta mujer, a pesar del dolor, a pesar de la pérdida, no termina en el mismo lugar que empezó, termina en otro lugar, se conecta con la vida, es una reivindicación de la experiencia, del heroísmo, de atreverse con la vida… Y si le pudiéramos preguntar ¿habrías vivido esta pasión? Estoy segura de que te diría ‘absolutamente sí’. Incluso en ese echarse de menos hay una intensidad de la vida que, para quien lo ha vivido, sabe de qué estoy hablando».

La historia de La naturaleza del deseo la cuenta en primera persona S. A través de sus ojos sabemos cómo se conocen, cómo se aman, cómo se alejan sus dos protagonistas. Por S, también, llegamos a F. «Creo que quien cuenta la historia es la historia», comienza reflexionado Carla al respecto. «La de él es totalmente distinta. Otra psicología, otro punto de vista de todos los aspectos, morales, sociales, de sexo. La historia que yo quería contar era esta, no era la otra. Además, una tercera persona tendría que haber entrado, tendría que haber opinado, me habría roto esa posibilidad de que el lector pueda casi sentir ese instante, vivirlo a través de ella».

«Quien lo probó, lo sabe» le digo. Carla ríe y repite: «Quien lo probó, lo sabe. Y eso es lo que aquí reivindico». 

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