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Cultura

El nepotismo, bien; el consentimiento, veremos

«El acusado» es una película incómoda, donde uno quiere estar del lado del bien, pero la trama no le deja

El nepotismo, bien; el consentimiento, veremos

Ben Attal en una escena de la película.

Las salas de cine tienen poco futuro como lugares donde ver películas. No hay tantos motivos por los que merezca la pena salir de casa, pagar 9 euros, tragarse doscientos anuncios insoportables y que luego encima la película resulte mala. Pero como refugio, iglesia aconfesional o cámara de eco de tus confusiones, las salas de cine pueden sobrevivir.

Fui solo al cine por los motivos por los que la gente va sola al cine: por darse un respiro. El cine era Ideal, o sea, se llama así, y en los 90 ponían las mejores películas y ahora ponen las películas más abyectas, superhéroes, cuñados, romances, palomitas. Por fuera el cine Ideal tiene ya más cine que por dentro, pues el edificio, de 1916, es todo él un primer plano de la vida que merecía la pena.

Dentro de la abyección programada, El acusado parecía lo menos abyecto, una película francesa sobre consentimiento sexual y alta burguesía, que es básicamente de lo que van siempre las películas francesas.

La sala estaba bastante llena para ser martes y poder ver esta película dentro de dos meses en Filmin. Nos asestaron sin avisar el spot del ministerio de Igualdad sobre los hombres blandengues, que por lo que yo he visto a lo largo del siglo XXI son la inmensa mayoría de los hombres de España menores de 50 años, y exactamente los únicos hombres que han visto el spot. Luego pusieron más anuncios.

Yvan Attal le ha echado valor a su cinta El acusado, es algo que no podemos negar. Adapta la novela de Karine Tuil, y elige de protagonista a su hijo, Ben Attal. Luego elige como madre de su hijo en la película a la madre de su hijo en la realidad, que es Charlotte Gainsbourg. Todo esto lo he sabido luego, pues la película trataba del consentimiento, pero por algunas esquinas trataba del nepotismo y de cómo nos reímos en Francia de la meritocracia.

El acusado está bien, el hijo no defrauda al padre que lo escogió como protagonista. Ben Attal parece, en efecto, un niño rico que estudia en Estados Unidos y sabe que la vida es un regalo que se abre para él todos los días. Se nota en su actuación que su abuelo fue Serge Gainsbourg. Somos feos, pero tenemos la música, y cincuenta millones de euros.

La trama de El acusado es retorcida, un punto inverosímil. Después de confundirnos con un encuentro sexual entre un afamado presentador ya vejestorio y su becaria (pensamos si será ese el caso «acusado»), de trazas muy parecidas a como suponemos que actuaba un Harvey Weinstein (hoteles, jerarquía, cierta sexualidad maquinal y cruel), comprendemos que la película irá por otro lado. Es el hijo de este hombre el que ha hecho algo.

El retorcimiento viene de que la víctima/no víctima de la agresión es una menor de edad, de 17 años, hija del hombre con el que ahora convive su madre (Charlotte). Ben Attal, su personaje, visita a su madre, y entre ella y su novio le convencen de que saque de fiesta a la hija de él, y hasta celebran el éxito de esta salida, como si desearan que sus dos hijos se liaran o, al menos, se llevaran bien para facilitar las cosas en la nueva familia.

A la mañana siguiente, la menor presenta una denuncia por violación en comisaría.

Comienza ahí lo más interesante y memorable de la película, que ya nos ha permitido simpatizar con el presunto violador, simpatía que no acaba nunca de desvanecerse. A lo mejor no ha hecho nada, o nada excesivo, o nada no permitido. A lo mejor sí.

Del mismo modo, la joven denunciante aparece en pantalla en todo su desamparo, su miedo y su martirio. Denunciar, ante policías hoscos y poco empáticos, el caso; someterse a exámenes físicos invasivos y crudos; exponer ante la administración (policía, judicatura) su vida sexual con todo detalle. Contarlo todo decenas de veces. Y cargar con la vergüenza, la madre piadosa que debe oír a su hija hablar de follar, y el circo mediático alrededor de todo ello.

No puede negarse que este planteamiento, que le hace a uno dudar todo el tiempo de qué lado ponerse, pues tanto el acusado como su acusadora mienten en algunos detalles, exageran o dan demasiadas cosas por supuesto, fragua en una película incómoda, donde uno quiere estar del lado del bien, como en las de los superhéroes, pero la trama no le deja.

Ambos jóvenes están estupendos en sus papeles, y sólo la elección de los demás actores afea un elenco que podría haber sido más armónico. Charlotte Gainsbourg resulta increíble como madre de su propio hijo, lo que desde luego habla muy mal de los Gainsbourg mismos; Pierre Arditi es demasiado mayor y ministerial para su papel; incluso Mathieu Kassovitz se me antoja demasiado famoso para su pequeño papel secundario.

Vi la película desde la fila 6 o 7 de una sala pequeña, junto a una chica que llegó más tarde que yo y se sentó dos butacas a mi izquierda. Era guapa y leía un libro muy gordo. Yo también llevaba un libro. Estábamos hechos el uno para el otro según ciertas películas de Hollywood. Cuento esto porque cuando acabó el filme sobre agresiones sexuales, la espectadora vecina, que como digo estaba justo a dos butacas de distancia de mí, me pareció de pronto que me quedaba mucho más lejos.

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