Caleb Landry Jones, el actor más inquietante del cine de autor
El texano fue reconocido con el Premio al mejor actor en el Festival de Cannes por el drama Nitram, basado en la masacre de Port Arthur
Caleb Landry Jones (Garland, Texas, 1989) ha cristalizado como un actor secundario imprescindible en el cine de autor. Su rostro pecoso y su mirada tan intensa como turbia han motivado a directores como Jim Jarmusch, Sean Baker, Martin McDonagh, David Lynch y Jordan Peele a cederle personajes que habitualmente la diñan en sus películas en el corto o el medio plazo. Comercializó con gérmenes en Antiviral, fue un heroinómano sin hogar en Heaven Knows What y un soldado desahuciado en Reina y patria. Ha muerto atravesado por un candelabro en Déjame salir, arrojado desde un segundo piso a través de una ventana en Tres anuncios en las afueras y despedazado por zombies en Los muertos no mueren. Puede que no llegue a los títulos de crédito, pero siempre deja una huella indeleble en el espectador.
En paralelo a su carrera cinematográfica, inició un proyecto musical en 2021 que en palabras de Jim Jarmusch a The Washingon Post, suena «como si John Lennon y Brian Wilson estuvieran tomando drogas psicoactivas en el sótano de Daniel Johnston». En todas las propuestas del pelirrojo hay un elemento de extrañeza que puede elevarse a una condición siniestra, escalofriante o amenazadora.
El director australiano Justin Kurzel ha aprovechado todo su potencial en el drama psicológico Nitram, sobre el autor de la masacre que desencadenó que en tan solo 12 días, los gobiernos estatales y territoriales de Australia legislarán en contra del uso de armas de fuego en el país.
El asesino ya había despertado cierta intranquilidad en su comunidad por su actitud violenta en el colegio, una conducta errática y antisocial y acciones molestas, como talar árboles en la casa de un vecino, torturar animales y quitarle el esnórquel a un crío mientras buceaba. La película detalla el día a día previo a la fatídica fecha del 28 de abril de 1996, en que Martin Bryant cometió un tiroteo masivo en una atracción turística de Tasmania. La masacre solo se intuye en los minutos finales y sucede fuera de campo. La trama funciona más como un drama familiar en el que Landry Jones aporta humanidad y credibilidad al chaval inadaptado que se armó hasta los dientes y asesinó a 35 personas e hirió a 23 en la pequeña ciudad de Port Arthur. Su entrega fue recompensada con los premios a mejor actor en Cannes y Sitges. La película está disponible en Movistar+, iTunes, Google Play, Rakuten TV, Amazon, Filmin y Vodafone.
– Te has revelado como un músico notable, ¿por qué te decantaste inicialmente por la actuación?
– Siempre me ha gustado subirme al escenario, al principio, para tocar música, pero en el instituto se me dio la oportunidad de hacer teatro y descubrí que a través de la actuación conseguía desarrollar ciertos aspectos emocionales de los que carecía. No me había planteado una carrera en arte dramático pero resulta que he ido teniendo éxito. En lo que se refiere a la música, nunca he dejado de tocar, así que toco después e incluso durante el trabajo. Lo necesito.
– ¿Qué dificultades te ha supuesto entonces tocar mal el piano en esta película y cantar de manera desafinada?
– Cuando estábamos localizando, fuimos a la casa que pertenecería al personaje de Helen, la vecina rica con la que Nitram inicia una relación. Recuerdo que me puse a tocar pequeño piano en una gran sala y sucedió algo extraño. Todos estaban fuera mirando los exteriores y también sintieron un escalofrío por saber lo que íbamos a rodar y por el sonido de aquellas notas en un espacio tan amplio.
«Es cierto que ha sido un rodaje donde me he sentido muy solo, pero todo el equipo vivíamos juntos en una burbuja»
– Justin Kurzel ha destacado que no abandonabas el acento australiano fuera del set. ¿Cómo te afecta en lo personal esa inmersión en los personajes?
– Estaba preocupado por si perdía el acento en caso de, por ejemplo, hablar con mi novia, así que decidí cortar el problema de raíz y mantenerlo todo el tiempo. Es cierto que ha sido un rodaje donde me he sentido muy solo, pero todo el equipo vivíamos juntos en una burbuja. A veces, me quedaba solo en la habitación, trabajando en algo que Justin me proponía y casi siempre tenía que ver con actividades manuales, como hacer pulseras. Esas tareas pequeñas, que exigían una concentración, me permitían meditar. Recuerdo que también escuchaba videos ASMR, donde hablan muy de cerca. Justin me envió uno de una mujer que distribuía conchas en la arena de la playa. Me pareció muy relajante. Con la responsabilidad que suponía encarnar a esta persona real y la dedicación de todo el equipo, no podía arruinar las cosas con algo tan minúsculo como el acento. Solo conozco una manera de trabajar y es esta.
– ¿Y, al revés, sentiste en algún momento que tu entrega al método afectaba a las personas que te rodeaban?
– El segundo día de rodaje fui a dar una vuelta y estuve filmando en un parque a unos perros con una cámara de video. Lo hice a distancia, para no molestar, pero una mujer se acercó y comenzó a gritarme y a decirme que no tenía derecho a filmar sin pedir permiso. Yo le contesté que no estaba haciendo nada malo. Hoy día, la gente toma fotos a todas horas. Supongo que estaba tratando de comportarme como el personaje y descifrar cómo debía sentirse cuando personas como aquella mujer lo intimidaban. La señora, de hecho, amenazó con llamar a la policía. Fue hermoso de una manera extraña.
– En la película no disparas ningún arma, pero sí cargas con ellas. ¿Qué peso psicológico tuvo representar esas secuencias?
– Solo hubo un día que me dejó tocado, cuando desplegamos todas las armas sobre la mesa de billar. El equipo también lo sintió. Hasta el momento, estábamos trabajando sin pensar en qué suceso recreábamos, lo vivíamos como el rodaje de un drama familiar, pero en aquel momento todo fue tan gráfico que nos recordamos las razones por las que nos habíamos enrolado en este proyecto.
«Las teclas que me apetece pulsar a través de mi trabajo coinciden con los temas que aborda el cine independiente»
– Has trabajado tanto en superproducciones, como X-Men: primera generación, como en cine independiente. ¿De qué depende que te decantes por un tipo u otro de producción?
– Me atraen mucho las cosas que no entiendo, aspectos de la humanidad como el amor, la vida y la muerte. Como apuntas, ya hice un X-Men, ya he cubierto la cuota de vestirme con mallas, ponerme alas y volar. Las teclas que me apetece pulsar a través de mi trabajo coinciden con los temas que aborda el cine independiente. Proyectos como este, donde se abordan asuntos duros que alguien podría pensar que no necesita conocer en profundidad o que ni siquiera quiere saber que sucedieron. Así que presentarla en Cannes, el festival con mayúsculas, me ha hecho sentir muy orgulloso, porque es el escaparate del mejor cine e implica que frente a una tragedia así, no se puede mirar hacia otro lado.