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Un siglo de la Marcha sobre Roma: el jaque fascista a la historia

Entre el 27 y el 29 de octubre de 122, miles de camisas negras tomaron la capital italiana para entregar el poder a Benito Mussolini

Un siglo de la Marcha sobre Roma: el jaque fascista a la historia

Entre el 27 y el 29 de octubre de 122, miles de camisas negras tomaron la capital italiana para entregar el poder a Benito Mussolini

El horizonte era negro en la Roma de tal día como hoy hace un siglo, cuando miles de milicianos se preparaban para hostigar la capital y entregar el poder a su líder, Benito Mussolini. El fascismo se abalanzaba sobre la débil democracia liberal, marcando para siempre con sus fauces la historia del mundo.

A comienzos de la década de 1920, Italia, sesenta años después de su reunificación, era un país exhausto entre el malestar de la Gran Guerra y la amenaza latente de una revolución soviética. En sus calles resonaban las luchas obreras y la violencia fascista arraigaba peligrosamente a base de aceite de ricino y palizas a sindicalistas, mientras Mussolini, periodista de pasado socialista, caldeaba el ambiente desde su periódico, Il Popolo d’Italia.

Así, en 1919 congregó a los chacales del maltrecho ejército en sus Fascios de Combate y más tarde en el Partido Fascista (PNF), que crecería como un parásito al calor de un Estado débil. Pero el jefe fascista no estaba dispuesto a esperar y acabaría lanzando sus hordas a su presa: el poder. Así, en un otoño lluvioso, se consumó la Marcha sobre Roma. Bastaron solo cuatro días.

Las amenazas se leían frecuentemente en su diario, pero el desafío sonó más realista que nunca en el Congreso del PNF en Nápoles el 24 de octubre, antesala del desastre: «Debemos agarrar por el cuello a esta miserable clase política», atacó Mussolini. Se refería especialmente -pero no solo- al hombre que gobernaba en aquel momento, Luigi Facta, un pusilánime de bigotes decimonónicos elegido por el rey Víctor Manuel III en plena tormenta política.

Hacia Roma

Sin embargo, el Gobierno y gran parte de la izquierda infravaloró el riesgo, como demuestra un telegrama de Facta aquel día: «Creo pasada la idea de marchar sobre Roma», refería ingenuamente a un monarca de asueto en los bosques toscanos. También el periódico del comunista Antonio Gramsci dejó por escrito su ingenuidad: «Es evidente que el fascismo está en proceso de desintegración». El pensador moriría en 1937, tras conocer las mazmorras del régimen.

Entretanto, la maquinaria subversiva empezaba a funcionar, y tres días después cuatro jerarcas -Italo Balbo, Michele Bianchi, Emilio De Vono y Cesare Maria De Vecchi- dirigían sus frentes a Roma mientras el líder seguía todo desde Milán por temor a un arresto. El 27 se ocuparon numerosas prefecturas ante la permisividad de un ejército politizado y un día después unos 20.000 «camisas negras» se concentraron en Perugia (centro), cerca de la capital.

El Gobierno reaccionó tarde y, cuando al alba del 28 de octubre decretó el estado de sitio, el rey se negó a firmarlo para, dos días después, entregar el Gobierno a Mussolini. El «hombre de la Providencia», como le bautizaría el Vaticano, conseguía el poder y sus secuaces desfilaban bajo el balcón del rey, como los peones de un sistema que cristalizaría en una dictadura de dos décadas, cuyo calendario empezaba en aquel el 28 de octubre.

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Una onda expansiva

«La Marcha sobre Roma fue el evento más nefasto de la historia italiana y también aciago para la historia europea porque generó imitadores», explica el historiador Marco Mondini, autor del libro Roma 1922: il fascismo e la guerra mai finita (Il Mulino).

Es el caso de Adolf Hitler, que en 1923 intentó un golpe de estado en Múnich, el llamado Putsch de la Cervecería. Aquel jaque italiano «creó un efecto de ola que estimuló la voluntad de dar el golpe de gracia a estados liberales en Europa y fuera», sostiene. En Italia, subraya, funcionó porque la violencia escuadrista fue tolerada por el pánico a un enemigo interno: «La idea era usar el fascismo para aniquilar al socialismo».

En poco tiempo, Mussolini impuso una feroz dictadura que asesinó y confinó a la disidencia, soñó con un mundo nuevo e imperial, promulgó Leyes Raciales y marchó a la guerra contra el mundo, cavando su tumba final.

Fuente: Gonzalo Sánchez (EFE).

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