'1899': ¿por qué la serie no ha conseguido el mismo impacto que 'Dark'?
La producción de moda de Netflix juega con las expectativas del espectador, tomando en cuenta la anterior serie de Baran bo Odar y Jantje Friese
Cuando se anunció que Baran bo Odar y Jantje Friese trabajaban en un nuevo proyecto para Netflix, los seguidores de la ciencia ficción estábamos realmente extasiados. Esta pareja había conquistado al mundo con Dark, una producción original sobre el espacio y el tiempo y las consecuencias de intentar manipular ambas cosas. El exitoso debut en la plataforma de streaming obviamente condicionaba su siguiente trabajo.
Específicamente, Bo Odar, guionista y director alemán, había dejado el nivel muy alto y 1899, lamentablemente, está varios peldaños por debajo de su antecesora. Desde el punto de vista técnico, la producción es impecable, incluso mejor desarrollada en lo artístico. El diseño de los trajes de época, la recreación de los barcos, el paso de lo virtual a lo real, están muy bien logrados. No hay nada que objetarle en este sentido. El guion y el ritmo de la serie sí que presentan problemas.
Terminar cada capítulo de 1899, al menos para mí, fue un suplicio. Y la culpa no es de la trama críptica. De hecho, si eres aficionado a las series de este tipo, muy rápido vas a comprender de qué va todo. O, por lo menos, intuyes hacia dónde te quieren llevar los guionistas. Las pistas están ahí desde el inicio, por ejemplo en el nombre del buque en el que todo inicia: Kerberos. Se refiere a la palabra griega que derivaría en cancerbero, la persona que cuida o vigila a otra. Se deduce que esta nave es, por lo tanto, un lugar de reclusión, una especie de cárcel; un lugar del que, en todo caso, cuesta salir.
Y luego llega la pista definitiva, cuando conocemos que el buque espejo (lo que pasa en uno pasa en el otro), se llama Prometheus, que recuerda al gran titán que le roba el fuego a los dioses y se lo da a los humanos. Basta analizar un poco estos dos nombres para avizorar la lucha que posteriormente tienen los personajes más relevantes. De hecho, fue más difícil seguirle el paso a Dark.
Muchas historias, poca profundidad
En 1899 cuesta muchísimo empatizar con el elenco. Ni siquiera en los últimos capítulos, cuando entendemos el dolor de los tres personajes ¿principales? de la trama, sentimos compasión por estos individuos. Como espectadores, participamos como simples testigos de una lucha entre familiares sin que eso nos mueva un pelo. Si estas personas viven o mueren nos da igual. ¿Por qué? Porque los mismos guionistas y el director trabajan en una sola idea: que nos partamos el coco tratando de descubrir lo que sucede. Esta apuesta incide en que no existan vínculos emocionales con la audiencia.
Esa obsesión por hacer muy críptica a la serie genera un desequilibrio que se hace evidente en pequeños detalles. Por ejemplo, durante los cinco primeros episodios, todos los que viajan hacia Nueva York en el barco son reacios a dar pistas sobre las razones por las que llegaron allí. Al mismo tiempo, Maura Franklin (Emily Beecham) y Daniel Soace (Aneurin Barnard), son herméticos sobre ciertas cosas que podrían ayudar a construir una teoría sobre lo que viven. Pero en los tres últimos capítulos, el show se convierte en un confesionario. Todos hablan entre sí y parlotean sin cesar hasta de lo más mínimo.
Pareciera que los guionistas se dieron cuenta de que estaban entrampados y ponen a sus personajes a recitar monólogos para que el público pueda entender lo que ellos no han sabido estructurar. Hay mucha ambición de Friese y Bo Odar. Eso es bueno. Se aplaude cuando los showrunners de las series nos quieren entregar un producto fuera de lo conocido, pero para que ello sea exitoso, debe implicar al espectador, no alejarlo. En este sentido, terminar 1899 se convierte en una tortura, cuando debería ser un genial viaje a lo desconocido, como sucede en Dark.
Un cierre que ya hemos visto
Esta incapacidad para dar con el punto exacto sobre lo que debe decir o hacer cada personaje en 1899 incide en una conclusión tibia, por así llamarla, de la primera temporada. Otro ejemplo: la interacción entre Elliot (Fflyn Edwards) y Henry (Anton Lesser) es completamente antinatural. Entendiendo que hay recuerdos implantados y la idea del bucle, las reacciones de este niño, la manera en que cumple órdenes simplemente porque están en el guion, carecen de verosimilitud.
En este contexto, la última media hora de la serie es bastante explícita y cualquier fan de Love, Death & Robots, La Dimensión Desconocida o The Matrix, puede intuir lo que viene. Podríamos decir que es el equivalente al cliché: todo era un sueño, el peor final que un serieadicto puede tener.
Es precisamente esa escena final, insisto, previsible, lo que termina por desarmar al espectador exigente. Se entiende ese cierre porque abre la puerta para una segunda temporada, pero la sensación que queda es la de haber asistido a un show que busca desesperadamente confundir al televidente solo por el placer de mantenerlo en un laberinto. Es probable que mucha gente se sienta feliz en este experimento, como si estuviera en una capítulo de Black Mirror. Sin embargo, otros compartirán conmigo que, cortos de tiempo como andamos para estar a la orden con tantas series, esta es una producción en la que parece que hemos invertido demasiado horas sin encontrar la esperada recompensa.