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El escritor Ismael Grasa: defender el pasado sin nostalgia

El profesor y filósofo conversa con THE OBJECTIVE en vísperas de Año Nuevo sobre la virtud, su libro ‘La hazaña secreta’, la filosofía o el fútbol

El escritor Ismael Grasa: defender el pasado sin nostalgia

El escritor Ismael Grasa. | Josian Pastor

La entrada de año rebosa de nuevos propósitos: guitarras que alguien jurará tocar, idiomas que uno se compromete a chapurrear, proyectos a los que entregarse, gimnasios que pisar para luego abandonar y novelas y poemarios en pañales que un escritor en ciernes se promete terminar.

Hay quien con el Año Nuevo trata de representar una vida nueva, pero lo chocante consiste en comprender que esta no ha cambiado, solo lo que se hace con ella.

Es en esta necesidad de un perpetuo movimiento y un constante cambio donde es necesario plantar los pies y frenar el movimiento para centrarse en lo que ya estaba allí, en lo antiguo, en las fachadas de los edificios que adornan las calles de las ciudades que vieron a tantos crecer, en las gentes que siempre han estado detrás del mostrador ante el que pide café por las mañanas y -este es el caso que motiva esta entrevista- en los libros de las estanterías que viven pendientes de una mirada.

Ismael Grasa (Huesca, 1968) es profesor de filosofía y autor de una de las obras más sorprendentes de los últimos años: La hazaña secreta (Turner). Este librito de menos de 100 páginas se ha convertido en una anomalía que ha crecido con el paso de los años, un derroche de ligereza y buen humor con el que se reivindican detalles tan tribales como lavarse la cara por las mañanas o respetar la vigencia de lo clásico. Una guía al uso para reivindicar entre tanta velocidad la pausa como forma de otear el día a día y valorar lo que rodea al individuo.

Portada de 'La Hazaña Secreta', de Ismael Grasa. Foto: Carmen Suárez.
Portada de ‘La Hazaña Secreta’, de Ismael Grasa. Foto: Carmen Suárez.

Sin quererlo, reflexionando sobre cómo describir al autor y a su obra, quien escribe esto se cruza con una anotación de Ignacio Vidal-Folch en Lo que cuenta es la ilusión acerca de una exposición de arte que ha visitado de la que resalta sus virtudes. Sus palabras son perfectamente aplicables a la obra de Grasa: «Era tan elegante esta estética impersonal donde, excepcionalmente, los creadores no se tomaban en serio ni aspiraban a convertirse en mito».

El libro se mueve entre la seriedad de quien pretende defender lo que considera esencial y quien lo hace sin la pretensión de fijar una doctrina. Quizás, por esa sensación de consejo y no de imposición, resulta tan sorprendente cruzarse con lo que podría ser este código de buenas costumbres. Uno no es el mismo entre la primera y la última reflexión: ha atravesado «la aventura del atardecido».

Grasa tiene la amabilidad de recibir a THE OBJECTIVE en las vísperas del Año Nuevo para conversar sobre sus libros, la literatura, lo antiguo en lo moderno y la filosofía de andar por casa, todo ello en el lugar más adecuado para la reflexión: un restaurante de comida rápida en pleno centro de Zaragoza.

PREGUNTA.- Me ha sorprendido que ha llegado puntual en la mejor de sus definiciones: ni un minuto antes ni un minuto después. En su libro se habla mucho de los valores que ya no están y que se han perdido con el paso de los años. Uno de ellos puede ser la puntualidad, aunque hay otros que menciona como la caballerosidad, el heroísmo, el amor. ¿El siglo XXI ha dejado de lado ‘lo clásico’?

RESPUESTA.- No lo creo en absoluto y la intención del libro no iba en la dirección de elogiar épocas pasadas. No es esa la nostalgia que hay allí. Con la puntualidad, que ha sido un poco casualidad, me acuerdo de Javier Tomeo [escritor], que a su manera era un ogro pero era un gentleman e interpretaba las puntualidades a su manera: era impuntual llegando siempre bastante antes.

Yo hice el libro no porque piense que los valores se estén perdiendo; el mundo cambia, pero no participo de un pesimismo sobre el presente. Yo al principio pensé titularlo Caballero como un libro de género; pero una vez lo comenté con Ignacio Martínez de Pisón [escritor] y me dijo que caballero «es un término que solo queda en las puertas de los cuartos de baño». 

P.- Pero por ejemplo trata temas que se han quedado de lado en el día a día, fuera de vigencia. Habla de la virtud y de cómo el amor es incluso una cosa que se nos ha vuelto ridícula por no ser habitual.

R.- Este libro intenta decir que de vez en cuando tenemos que hablar con el corazón abierto. Esto del amor que dices venía a propósito de la cita de Fernando Pessoa de que todas las cartas de amor son ridículas, pero más ridículo es quien nunca ha escrito una. En ese sentido, cuando escribí este libro me di cuenta de que tenía que escribir una carta de amor. Es mi intento sin ningún afán dogmático de decir qué cosas crees que valen la pena. Si bien es cierto que yo en mi peculiaridad puedo parecer un poco antiguo porque me afeito con maquina de las que se cambian las cuchillas, porque escribo con pluma estilográfica o porque uso reloj mecánico, no pretendo decir que nos hemos dejado algo atrás a lo que tengamos que volver, sino entender que venimos de un pasado y tenemos que reinterpretarlo a nuestra manera. Hay valores que eran buenos antes que siguen siendo buenos ahora.

P.- En esos valores a los que hay que volver a mirar, la generación anterior a la mía los identificaba en el consenso y la unidad, mientras que la actual busca enfrentarse y romper con ellos. Pienso, por ejemplo, en lo que representa la Transición. Hasta hace 15 o 20 años era un hecho indiscutido, sin embargo hoy no hay día que no se ponga en duda.

R.- Allí sois vosotros los que tenéis que entender la importancia de las cosas que están pasando y lo que queremos defender. 

P.- ¿Y cómo saber lo que merece la pena defender?

R.- Hay que informarse, leer periódicos, ir más allá de los tuits, buscar referentes. Ninguna generación los hemos tenido. No hay que pensar que en otra época se ha tenido más fácil que ahora. Es verdad que la Transición salió adelante, pero había muchas voces en contra de ella. Ahora la vemos con júbilo, pero en general había mucho tono de resignación, como esa cita de Herzen del libro: a los españoles no les gusta la libertad, les gusta luchar por ella, y cuando la tuvimos hubo una gran sensación de decepción. Fue la madurez de muchas personas que supieron que su heroísmo fue no hacer otra guerra civil y darse cuenta de qué cosas eran importantes defender y se defendieron. Ahora, evidentemente están en peligro y las tenemos que seguir defendiendo en cada conversación de sobremesa, en cada mesa de café, en cada comentario que hacemos, cada vez que salimos a la calle. 

Tenemos que estar alerta, e igual que nos lavamos la cara por las mañanas, estemos atentos a esos discursos que nos están rodeando todo el rato, que nosotros mismos a veces pronunciamos y que deberíamos escupir cuando nos demos cuenta de que hemos dicho una frase hecha, una idea que apunta hacia el desánimo o hacia formas que nos entorpecen.

«La Psicología no cubre la Filosofía, no la sustituye». 

P.- Hay que defender la virtud, pero es como una cosa muy lejana. ¿Es sencillo encontrarla a diario?

R.- Yo no veo más que héroes a mi alrededor. Hay gente que me deja pasmada: ¿Cómo es capaz esa persona? Saca adelante un panorama familiar difícil, a gente con minusvalías, gente con problemas económicos. Gente virtuosa. Hay que estar ciego para no mirar a nuestro alrededor y ver que está lleno de gente valiosísima. Creo que haces de portavoz de un estado de ánimo desencantado, dando a entender que antes era mejor. Ya te digo yo que no: nunca ha sido mejor que ahora. El problema de nuestra vida en democracia es ver lo que valen las libertades, las cosas que tenemos y los logros. Quizás la palabra ‘virtud’ nos suene antigua, pero el hecho de que hay personas virtuosas a nuestro alrededor es evidente.

P.- Me interesa preguntarle si cree que con esto de los portavoces del desánimo nos hemos rodeado de charlatanes que venden el malestar como la única vida existente.

R.- Quien vende la insatisfacción es porque pretende sacar algo a cambio. Veo que las personas en general necesitan una voz que les diga cosas que estaban allí antes y que sencillamente hay que descubrirlas. Durante un tiempo se decía en España: «Estamos viviendo la mejor época de nuestra historia». Más allá de tonterías que nos hacen percibir que no lo es, sigue siendo así. Es verdad que los peligros que nos azotan (populistas, nacionalistas, corrientes iliberales, como se dice ahora) están ahí, pero para eso estamos nosotros aquí también, para defenderlo y para tomarnos las cosas con sentido del humor y heroicidad. 

P.- En una etapa en la que lo perfecto es tener cuantas menos cosas materiales mejor -tener una silla, una mesa y un par de libros al estilo de Marie Kondo-, usted defiende la importancia de valorar lo antiguo e incluso recomienda tener en casa objetos que han sido recogidos en la calle.

R.- Siento cierto rechazo hacia lo nuevo por lo nuevo, todo lo feo, hacia las cosas que no pueden perdurar en el tiempo. No diría que es el tema central del libro, pero tiene que ver con la ética y con la política el hecho de valorar cosas heredadas, el comprar cosas que otros no van a utilizar. Eso se ve también en las calles, el vivir en continuidad con el pasado y valorar y disfrutar las cosas materiales. Vale que tengas en tu casa cosas de Ikea de usar y tirar, pero hay que tener un cuadro, algo que has heredado, que has restaurado, que cuidas, que viene del pasado y que va dirigido al futuro.

Creo que, a menudo, nuestros jefes de obra y albañiles ven lo práctico como ir al sitio de bricolaje que lo compras todo nuevo. A veces, queremos que las ciudades tengan sabor, pero luego en nuestras casas renunciamos a eso que nos gusta que haya en lo público. La ciudad empieza en la casa de cada cual, en la privacidad de cada uno. Ese valorar lo antiguo empieza desde nosotros, no es algo solo de las instituciones. 

P.- Dentro de todos los planes de estudios de los gobiernos, poco a poco se relegan a una esquina las asignaturas humanísticas y se llenan de polvo, se las desmembra y se las recorta. Da la sensación de que la mejor arma que pueden tener los más jóvenes, el pensamiento crítico, se aísla y se trata como una nimiedad. 

R.- La filosofía en parte se tiene que defender por sí misma y creo que no solo se trata de ella, sino que es la literatura, es la historia, es lo humanístico en general lo que permanece. A mí me da mucho miedo que se instrumentalice la filosofía y que quien esté en el Gobierno la utilice de arma arrojadiza. Por otra parte, ahí sigue. En otros países que supuestamente admiramos no está tan presente en los planes de estudios.

Es cierto que no es el bachillerato que yo hice, de cuatro años, con latín y griego. Tiene cosas y referentes que yo no puedo usar ahora con mis alumnos porque no sabrían de lo que estoy hablando. El de ahora de humanidades es casi residual, pero aun con todo tampoco creo que tengamos que sumarnos al discurso de que las generaciones actuales están mucho peor formadas. No lo percibo, y es verdad que hay pocos chavales que leen libros, pero yo pienso en quiénes leían en mi clase o quiénes leían en la de mi padre y en el fondo y por desgracia en España siempre han sido una minoría. 

«Siento cierto rechazo hacia las cosas que no pueden perdurar en el tiempo».

P.- ¿A las nuevas generaciones les interesa la Filosofía?

R.- Sí. Esto va un poco por series. Los de The Big Bang Theory dispararon las facultades de Física y Matemáticas y la serie de Merlí influyó bastante en una avalancha temporal de Filosofía. Como profesor lo que percibo es que hay mucha gente que hace Psicología, sobre todo chicas. No me parece mal, pero la cuestión del bienestar, el físico, el emocional está ahora mucho más presente en los institutos y en los centros de enseñanza. Se vigila el acoso, se vigila el bienestar de los alumnos, que transmitan sus emociones. Todo eso lo veo bien, pero en última instancia la Psicología no cubre la Filosofía, no la sustituye. Hay unas preguntas últimas y unas cuestiones que tienen que ver con la dignidad y con preguntarnos las cosas que eso es tarea de la Filosofía. 

P.- En la propia contraportada de La hazaña se tiene que especificar que no es un libro de autoayuda. Hasta los filósofos tienen que hacer esa distinción. ¿Por qué cree que todos los libros parecen tener que tratar de paliar las insatisfacciones, los problemas que tenemos, darnos una respuesta?

R.- La Filosofía siempre ha tenido una parte sobre las enseñanzas del vivir, sobre afrontar el dolor, la muerte. Eso no es novedoso, pero en última instancia la Filosofía se hace por una búsqueda desinteresada de la verdad. En ese sentido diría que antes es un veneno que una medicina. Puede ser medicinal, pero el acercamiento a ella tiene que ser no interesado, si no, no se emprende una búsqueda, y cada vida es una búsqueda. La Filosofía es un recurso, pero diría que sin mucho purismo. Esa frase en la contraportada, cuando desmientes algo, en cierto modo estás diciendo que en parte lo es.

«Me da mucho miedo que se instrumentalice la filosofía y que quien esté en el Gobierno la utilice de arma arrojadiza».

P.- Entonces tiene un tanto de autoayuda

R.- Yo no lo escribí con esa intención. Creo que la autoayuda tiene que ser una actitud, no tanto ir a buscar soluciones a un libro. En eso no pretendo dar lecciones a nadie de ningún modo, ofrezco textos de lectura que intentan estar bien escritos, despertar la reflexión, la sonrisa. Es lo que creo que debe tener todo buen libro sin distinguir géneros. 

P.- ¿La pandemia y el coronavirus han cambiado algo de lo que es el libro?

R.- Creo que no.

P.- Pero podemos sacar muchas enseñanzas de lo que ha sido ese periodo.

R.- Creo que la principal está en que desarrollen vacunas para evitar esto. Quiero decir, no hay mal que por bien no venga, pero tenernos encerrados, todas las restricciones, los viajes que no hemos hecho, los encuentros que no hemos tenido: todo eso es una pérdida y ha sido terrible. Hemos pasado en casa temporadas con niños, hemos tenido que dar clases por ordenador. Cada vez que veo una mascarilla y me acuerdo de todo lo que hemos pasado me viene un mal recuerdo. Hemos quedado tocados en cierto modo. Como profesor lo he visto en un porcentaje de alumnos medicalizados psicológicamente como nunca los ha habido. Creo que igual que pasó con la fiebre del comienzo de siglo, luego se olvida y se vuelve algo innombrable porque carece de cualquier tipo de interés. 

P.- Preparando la entrevista me he dado cuenta de que compartimos una cosa que es muy buena y muy miserable al mismo tiempo: a ambos nos gusta el Real Zaragoza, que es la muestra del sufrimiento perpetuo desde hace diez años. ¿Tiene sentido pasarlo mal por cosas tan poco importantes y pequeñas?

R.- Creo que los sufrimientos del fútbol son reales. A mí me gusta ir con amigos, por distraerme y porque molesta a ciertos intelectuales cuando saben que voy. Es un tipo de sufrimiento que no tiene nada que ver con el de las cosas reales de la vida. Es verdad que puede ser muy intenso, los zaragocistas lo saben, pero en el fondo no somos tontos, sabemos qué clase de sufrimiento es. No sé cómo calificarlo, es uno que tiene que ver con los vínculos de la amistad, pero no es algo realmente importante. El fútbol es una tontería, por eso es importante en el fondo: porque podríamos prescindir totalmente de él.

De todas maneras, no soy del Zaragoza, he ido durante años al campo y si escucho la radio y está el Zaragoza, me lo pongo. En el fondo sé que soy del Zaragoza, pero me niego a reconocerme del Zaragoza porque para ser de un equipo tienes que haber sido de niño.

P.- Pero eso sería como decir que para casarse tienes que conocer a tu pareja desde la infancia. El amor puede surgir en cualquier momento y se va renovando o cambiando por momentos. Decíamos de Pessoa que el ridículo es el que nunca escribe una carta de amor, ¿pero no haberse enamorado nunca de alguien o de un equipo de fútbol no es una oportunidad perdida?

R.- Yo creo que mi enamoramiento es con Zaragoza. Aquí he conocido a tantas personas que han sido importantes en mi vida, que me han descubierto libros, experiencias. Con estas personas como Félix Romeo, Aloma Rodríguez, Daniel Gascón, Martínez de Pisón, con Labordeta, con Javier Tomeo, con un montón de gente me he sentido muy libre y muy bien. Empecé a ir al campo con estas personas y para mí Zaragoza es una extensión de esa felicidad que he encontrado en la ciudad. Hay algo en mí que se resiste a identificarse.

«Como profesor he visto un porcentaje muy alto de alumnos medicalizados psicológicamente, como nunca los ha habido». 

P.- Quizás porque el fútbol termina siendo el nacionalismo más tranquilo cuando no eres un ultra.

R.- Estaría dispuesto a aceptar lo que estás diciendo. Me pongo a la defensiva porque mal entendido es un tipo de nacionalismo. Yo no soy del Zaragoza como me niego a ser de otras cosas, pero es verdad que es un nacionalismo inocente. 

P.- En vísperas de Año Nuevo, ¿cuál es un buen propósito para 2023, uno ‘hazañasecretista’?

R.- Diría aprender a ser feliz con lo que uno tiene, valorarlo, tanto con individual como colectivamente e intentar permanecer de buen humor. 

 

 

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