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'Los reyes del mundo': la Colombia que no se ve en las agencias de viaje

Llega a Netflix la película que representa a Colombia camino al Oscar. Un duro y onírico viaje a la tierra del olvido

‘Los reyes del mundo’: la Colombia que no se ve en las agencias de viaje

Fotograma de la película 'Los reyes del mundo'.

No es de extrañar que Los Reyes del Mundo haya cautivado a la crítica europea. Es de esas cintas que tiene todo lo que los jurados aman: pasajes oníricos, fotografía excelsa de una tierra exótica y subtextos y metáforas que permiten hablar de la violencia sin hacerla explícita. Para el espectador local o sudamericano, la lectura probablemente sea diferente.

Es de celebrar que la película de Laura Mora Ortega (Matar a Jesús) haya llegado a Netflix, después de haber triunfado en San Sebastian 2022 (ganó la Concha de Oro) y ser escogida para representar a Colombia en los premios de La Academia, este año. Hacer este tipo de obras es una labor titánica, sobre todo por su carácter independiente, que no se apunta a la moda de los narcos ni al humor costumbrista. Por lo tanto, la difusión es su mayor premio.

Ahora bien, quien se tope con este largometraje sin saber absolutamente nada de los temas que aborda puede sentirse superado por lo que ve (y no ve) en pantalla. Colombia sigue sin resolver sus problemas de fondo. Sin ir muy lejos, esta misma semana el Gobierno de Gustavo Petro detuvo lo que denomina «cese al fuego bilateral» con cinco grupos armados porque el ELN desmintió al mismo político en este proyecto. No solo eso, cada día muere un líder regional y ya no se sabe si los autores de los crímenes son guerrilleros, narcos, paramilitares o disidencias de organizaciones desarticuladas.

Aún así, el país ha intentado sacar adelante propuestas como la restitución de territorios tomados por grupos irregulares, una consecuencia de los Acuerdos de Paz. En este contexto, tienen derecho a esta restitución las personas propietarias o poseedoras de predios o explotadoras de baldíos que hayan sido o sean víctimas del despojo o abandono forzado de sus tierras a causa del conflicto armado, desde el 1 de enero de 1991 hasta el 10 de junio de 2021.

De más está decir que en efecto, una cosa es lo que dice la ley y otra la práctica. De acuerdo con Dejusticia, un centro de estudios jurídicos y sociales de Bogotá, «sólo el 20,1% de las peticiones (26.940 de 130.606 reclamaciones de restitución presentadas) ha progresado a la etapa judicial transicional, es decir, ante los jueces y magistrados de la especialidad de restitución de tierras. Del 80% de peticiones restantes, solamente 89 reclamaciones han sido revisadas por una autoridad judicial, de manera desarticulada con la justicia transicional».

Una película sobre amigos

De modo que el sueño de Rá (Carlos Andrés Castañeda) de hacerse con los terrenos que heredó de su abuela y que la ley le ha devuelto parte con un gran handicap. Aún así, no para de imaginar cómo será su vida en este idílico lugar. Allí ya no será humillado y compartirá esa felicidad con sus grandes amigos: Sere (Davison Florez), Nano (Brahian Acevedo) y Winny (Cristian Campaña). Incluso Culebro (Cristian David Duque), quien se le ha «torcido» (actuado en contra) varias veces, tiene espacio en este particular viaje a Ítaca. 

Es en el detallado estudio de la amitstad que esta road movie paisa triunfa. El compañerismo para compartir una fruta; el detalle de las bicicletas pegadas por un mínimo hilo a la cola de los grandes camiones; los baños colectivos en patios y ríos, hipnotizan. En determinado momento ya no importa si la cinta te gusta o no, solo quieres saber cómo terminará este grupo de aventureros que por los momentos recuerda al clásico Stand by Me (Rob Reiner).

Sin embargo, la narración pierde fuerza cuando la trama necesita pisar tierra. Es decir, cuando lo bucólico le da paso al llamado cine social. Cada quien sacará sus conclusiones sobre esta transición. Aún así, la directora consigue que nos mantengamos atentos a la pantalla para conocer el desenlace; desenlace, por cierto, que no es fácil. Mora Ortega, que también es guionista, resuelve de manera muy valiente su historia. Lo hace sin concesiones al espectador y fiel a la tragedia que narra.

También es cierto que este trabajo se mantiene por el gran hacer de sus protagonistas. No es fácil mantener la esencia de cada personaje en una obra tan coral. Desconozco si fue así, pero se intuye que la cámara dejó que estos jóvenes improvisaran en sus mejores pasajes. Igual de importantes son esos pequeños homenajes a las familias que perdieron a sus hijos en esta descabella violencia. Son estas personas las que permiten que el sueño de Rá y su pandilla no finalice demasiado pronto.

Hay muchas maneras de contar la realidad. Mora Ortega tira de lo onírico, respetando a sus personajes. Son niños y jóvenes que viven en las calles de Medellín, consumiendo las drogas más baratas para mermar el hambre, mientras el Estado se desentiende y la sociedad aparta la mirada. Ellos no responden con odio. Al menos no buscan la venganza, solo quieren encontrar un lugar donde puedan ser familia; aparentemente un sueño muy grande en un país de desplazados.

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