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Cultura

'Smiley': el último gran éxito español de Netflix es más que una comedia romántica gay

La de Guillem Clua es una obra honesta y divertida que nos hace reflexionar sobre la forma en la que nos relacionamos con el otro

Netflix ha vuelto a triunfar con una producción española. Nuestro país es todo un filón para el gigante del streaming, y no es raro ver series y películas españolas entre lo más visto en su plataforma a escala global. Su última apuesta en este sentido es Smiley, una serie creada por el dramaturgo y guionista Guillem Clua y con una pareja de hombres protagonistas: Álex y Bruno, interpretados respectivamente por Carlos Cuevas y Miki Esparbé.

Smiley es una comedia romántica navideña protagonizada por una pareja de gays, aunque no es una comedia solo para gays. El abanico de personajes y situaciones es lo suficientemente amplio para que el gran público, el mainstream, se sienta identificado y acogido por esta nueva ficción. Una suerte de Love Actually reinventado y adaptado a los nuevos tiempos.

Basada en una exitosa obra de teatro

Smiley está basada en una obra homónima creada también por Guillem Clua, que además de por el éxito de su adaptación a la pequeña pantalla, estos días está de enhorabuena por su nominación al Goya a Mejor guion adaptado por la película Los renglones torcidos de Dios, también disponible en la plataforma de Netflix.

Volviendo a Smiley, cuando Clua estrenó su obra, según cuenta él mismo en su cuenta de Twitter, lo hizo en un teatro que contaba con apenas 40 localidades. Ahora, su historia es universal. Bueno, siempre lo fue, ya que la historia que cuenta en Smiley bebe de todo lo que hemos visto a lo largo de nuestras vidas en el género de la comedia romántica. Además, navideña. Y, eso sí, con una pareja gay como protagonista.

Esto último no es revolucionario. Las ficciones mainstream protagonizadas por parejas del mismo sexo cada vez son más numerosas. A principios de siglo, aparecía en nuestras vidas Queer As Folk, un drama que sí revolucionó el tratamiento de la homosexualidad en la pequeña pantalla, o The L Word, que hizo lo propio pero con un grupo de amigas lesbianas de Los Ángeles. 

Mucho ha llovido desde entonces, y lo que antes eran producciones ‘nicho’, dirigidas fundamentalmente al colectivo LGTBI, ahora son ficciones para todos los públicos. En el género de las comedias románticas navideñas ya tenemos varios ejemplos, como La estación de la felicidad, que nos muestra la odisea de la salida del armario de una pareja de lesbianas, aunque este es un género al que todavía le queda mucho por explorar. Y en España, más. Porque, aunque Smiley sea un homenaje constante a la comedia romántica clásica norteamericana, el resultado es muy español (en el buen sentido de la palabra, siempre).

Lo realmente revolucionario de ‘Smiley’

Como decíamos, Smiley no es una serie revolucionaria por tener en el centro de su trama a dos hombres gays. Lo es porque aborda con mucho acierto una serie de problemáticas actuales del colectivo LGTBI, problemáticas que cualquiera que esté acostumbrado a salir por el ambiente en grandes ciudades españolas, como Madrid o Barcelona, puede reconocer al instante.

Especialmente acertado es el tratamiento de la superficialidad reinante en aplicaciones como Grindr, el ‘Tinder gay’, que centra gran parte del argumento de la serie. Bruno, uno de los dos protagonistas, no es la típica musculoca –como comúnmente se conoce en el ambiente a los gays musculados, obsesionados con el físico y que pisan más el gimnasio que su casa– que reina en esas aplicaciones. Tampoco es un chico normal. De hecho, es un arquitecto de éxito, un intelectual, la persona interesante que todos querríamos tener en nuestras vidas. Sin embargo, no siente encajar en su propio colectivo, ya que no responde al arquetipo de gay de moda. Un complejo que interfiere de lleno en su relación con Álex, que responde a todos los patrones anteriormente mencionados.

Este ‘choque de trenes’ centra toda la trama, aunque la serie aborda mucho más que eso. El amor en edad avanzada, la crisis de pareja de dos lesbianas con salida del armario mediante, otra crisis –esta, de mediana edad– en el seno de un matrimonio heterosexual… las formas de amor en Smiley son muchas y muy variadas, y esto enriquece la obra. Por la naturaleza de esta ficción, que aunque no es para adolescentes sí es una comedia que podría ver gente más joven –su calificación de edad es para mayores de 16 años, aunque yo creo que ahí se han pasado de prudentes, aunque haya sexo explícito–, el guion no ahonda en algunas problemáticas más graves, como la epidemia de chemsex que asuela al colectivo en las grandes urbes y que tanto tiene que ver con el abuso de estas aplicaciones. Está bien, aunque por momentos se echa en falta.

Fotograma de ‘Smiley’. | Foto: Netflix

Smiley es, en definitiva, la serie perfecta para ver de una tacada esta Navidad. Sus ocho capítulos duran alrededor de media hora, así que se consume fácilmente. Es de agradecer que sus pretensiones no sean otras que pasar el rato, sobre todo en tiempos de postureo cinéfilo y seriéfilo. La mayoría de las actuaciones son más que correctas, y la serie es visualmente fresca –creando, incluso, una identidad propia con el juego de las pantallas partidas, por ejemplo–. La de Guillem Clua es una obra honesta y divertida que nos hace reflexionar sobre la forma en la que nos relacionamos con el otro, y poco más se le puede pedir a una ficción de estas características. ¿Habrá segunda temporada? La obra de teatro ya contó con su propia secuela, y el éxito de críticas y público está sobrepasando lo esperado, por lo que podemos mantener la esperanza puesta en una segunda entrega de Smiley próximamente en nuestras pantallas.

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