El lado oscuro de la industria pop coreana: así son las duras pruebas que soportan los artistas
Dietas extremas, operaciones estéticas por obligación o entrenamientos casi militares son algunas de las pruebas que deben pasar para llegar a lo más alto
Los suicidios y el continente asiático son una relación casi inmediata. Una relación agresiva, pero reivindicativa de un problema que rodea a la sociedad por las condiciones humanas, laborales y de expectativas. De este horror no se salva nadie, ni si quiera los multimillonarios artistas musicales.
El negocio del espectáculo es ese lugar que llega a la cabeza de las personas si se habla de ámbitos podridos desde dentro. Las dietas extremas, las operaciones estéticas por obligación o los entrenamientos casi militares son algunas de las pruebas que deben pasar los jóvenes artistas. No obstante, el mundo de la música es, sin lugar a dudas, uno de los más complicados, sobre todo si se involucran jóvenes, como en el K-pop.
Toda industria cultural que redirige su atención alrededor del impacto y el volumen económico y social, cuya popularidad fundamenta el traspaso de fronteras y la pulverización de récords, se sustenta por los dos pilares más representativos del éxito fugaz: grandes compañías y talento adolescente.
Esta combinación es un clásico del show business, con ejemplos occidentales como Justin Bieber, o españoles como Abraham Mateo, pero, tras muchos años, se ha demostrado que no era todo lo sana y moralmente correcta como aparentaba de cara al público.
En el caso concreto del K-Pop, la cortina negra que rodea al género es mucho más densa, en muchos casos, por la propia opacidad informativa que ofrecen las culturas asiáticas.
No obstante, esta cortina es mucha más grande en el caso del pop coreano, ya que supone, según el propio gobierno, la lanza cultural más grande de Corea, recaudando 10.000 millones de dólares para su economía. Solo lo recaudado por BTS, 5.000 millones, supone el 0,5% del PIB anual del país.
La alimentación en el K-pop es muy peligrosa
Las dietas extremas son uno de los casos más preocupantes de la industria del Show Business, por la exigencia insana para los adolescentes, que comienzan cuando no han desarrollado totalmente sus cuerpos, provocando fallos físicos y psicológicos a la larga.
Los alumnos de las academias se pesan todas las mañanas y todas las noches, mientras que el profesor va dictando su peso en voz alta. A partir de ahí comienza la infamia: si sobrepasa su peso ‘ideal’, le darán agua en vez de comida durante ese día o el siguiente, viéndose obligados a realizar ayunos constantes.
Además, realizan diferentes dietas condenadas por la OMS (Organización Mundial de la Salud), como la del vaso de papel, en la que solo pueden comer alimentos que quepan en un pequeño vasito de café, o la del hielo, que consiste en no comer nada y, si les entra hambre, masticar un hielo.
Los precedentes sobre las consecuencias que generan estas prácticas son desgarradores: JinE, cantante del grupo Oh My Girl, abandonó el panorama musical tras un descanso, pues la anorexia le llevó a pesar poco más de 35 kilos, con una altura de 1,59 cm.
Por otro lado, Tiffany, de Girls’ Generation confesó que sus compañeros y compañeras de trabajo y discográfica la insultaban y amenazaban, con despectivos como ‘cerda’, porque pesaba 48 kilos midiendo 1,62 cm.
El objetivo de las empresas es subsanar el deseo de los hombres surcoreanos ofreciendo chicas con aspecto de muñecas o niñas pequeñas, sumisas e infantiles, por lo que las academias instan a las alumnas a someterse a cirugías plásticas a muy temprana edad.
No pueden ser solo buenas voces
El caso concreto coreano es hablar de aspirantes a estrellas, es decir, de ídolos adolescentes que generan una identificación inmediata con el público potencial de su música, pero con una presión desmesurada por la razón más obvia.
Cuanto más mayores se van haciendo los artistas, menos identificación tiene el público sobre ellos, lo que supone que las compañías discográficas busquen, rápidamente, sustitutos más jóvenes que funcionen como un nuevo activo.
Este hecho no es exclusivo de la industria coreana, pero la fuerte maquinaria que establece las reglas de juego en la sociedad asiática, sumado a los valores de superproducción de artistas, acelera todos los procesos considerablemente.
Además, el proceso para lograr ser relevante es de los más duros del mundo, semejante a un entrenamiento militar en el ámbito musical.
Los jóvenes salen de las academias como estrellas o como fracasos, pues los ejecutivos de las compañías evalúan el progreso de los alumnos, expulsando a aquellos que no cumplen con las expectativas.
Sin embargo, esas expectativas no solo dependen de saber bailar y cantar. Los jóvenes aprenden a mantener su imagen física a niveles extremos, con dietas destructivas y ejercicios sobrehumanos.
Al finalizar, los que consiguen pasar todas las pruebas salen convertidos en máquinas perfectas para hacer pop, mover a las masas, con una energía que jamás decae y unas coreografías tan sincronizadas que les hacen ver como robots.
El documental de Black Pink abrió las puertas
El 14 de octubre de 2020, Netflix publicó el famoso documental del grupo Black Pink, titulado Light Up The Sky, en el que, las integrantes del grupo, describieron sin pelos en la lengua sus años de adolescencia internadas en una academia.
La descripción fue sencilla: No tenían contacto con el mundo exterior y ensayaban más de 14 horas al día, con un solo día libre cada dos semanas. Su imagen de modernidad sana y positiva era solo la carátula de un sistema de fabricación de estrellas con contratos abusivos, anulación de los individuos y condiciones infrahumanas.
El K-pop es un híbrido de todos los productos populares del mundo, como la cúspide de la máxima expresión de la globalización. Todo ello gracias a la ‘tecnología cultural’ ideada, en 1998, por Lee Soo-Man, fundador de la discográfica SM Entertainment y arquitecto del K-pop.
Lee creó su primera estrella con Hyun Jin-young, que estaba a punto de triunfar cuando fue arrestado por posesión ilegal de drogas. Por ello, se propuso no gastar más tiempo en ‘posibilidades de fallar’, uniendo sus conocimientos de ingeniería con su pasión musical.
Así creó un sistema de comportamiento, entrenamiento y desarrollo para SM, en el que todo el mundo debía memorizar sus pautas. Desde los procesos de contratación hasta el color de sombra de ojos que funcionaba mejor en cada región de Corea del Sur.
Así, según él, creó un sistema de fabricación, empaquetamiento y producción de artistas, como si de ordenadores se tratasen, influyendo de la misma manera que las nuevas tecnologías del momento: Desarrollaban la influencia cultural, la transformación social y el crecimiento económico.