Una fábula negra directa a los Oscar
Hoy se estrena el filme ‘Almas en pena de Inisherin‘, nominado a nueve Oscar, de Martin McDonagh, director de la célebre película ‘Tres anuncios a las afueras‘
Vives en una pequeña isla. Como la isla es irlandesa, a diario te pasas a recoger a tu amigo de toda la vida por su casa para ir al pub a beber una pinta de Guinness. Pero un día tu colega está meditabundo ante la chimenea y no te hace ni caso cuando golpeas en su ventana. Después, aparece por el pub y te dice que ya no quiere seguir siendo tu amigo, porque eres muy aburrido y se ha dado cuenta de que, dada su edad, no dispone ya de tanto tiempo para disfrutar de la vida y no está dispuesto a seguir perdiéndolo.
Así arranca Almas en pena de Inisherin, nominada a nueve Oscar, incluidos mejor película, dirección y guión (ambos de Martin McDonagh). Con este argumento, jugando con las contradicciones de los personajes, una dramaturga como Yasmina Reza te monta una obra redonda sobre la amistad en la estela de su célebre pieza Arte. Lo de mencionar a una autora de teatro viene a cuento porque, aunque mucha gente no lo sabe, McDonagh es, además de cineasta, uno de los dramaturgos contemporáneos en lengua inglesa más potentes. Su formación teatral se nota, para bien, en cómo plantea la progresión de las situaciones y personajes, y en la fuerza de unos diálogos siempre incisivos, nunca obvios. Sin embargo, pudiendo haberse limitado al tema de la amistad rota y los conflictos de las relaciones humanas, decide ir más allá, bastante más allá. Y lo que empieza con un tono de comedia absurda, deriva en comedia negra y finalmente en tragicomedia gore (con la aparición estelar de varios dedos amputados).
Este crescendo sangriento no es gratuito, sirve para construir una suerte de cuento moral sobre el sentido que le queremos dar a la vida cuando nos enfrentamos a nuestra finitud. Tema abordado sin dejar nunca el tono de comedia estrafalaria y cierto aire costumbrista, como si estuviéramos ante una reelaboración moderna, asilvestrada y nada inocente de El hombre tranquilo de John Ford. Ambas películas comparten el uso de la bucólica Irlanda rural convertida en mito. En Almas en pena de Inisherin el paisaje está filmado de manera exquisita y preciosista. A lo que se añade la presencia constante de animales -un borrico y un caballo que se meten en casa, un perro, vacas, carneros…- que contribuyen al tono de fábula que desprende la historia.
Los personajes principales son Colm (Brendan Gleeson), el tipo que decide que no quiere perder más el tiempo y dice que del siglo XVIII solo recordamos a Mozart y no a quienes fueron amables y buenas personas; por ello quiere dejar un legado en forma de composición para el violín que toca en las reuniones del pub. Padric (Colin Farrell), el amigo despechado, un hombre simple al que la nueva situación le provoca una crisis existencial en toda regla y que empieza a preguntarse si de verdad es tan aburrido y superficial. Su hermana (Kerry Condon), una mujer sensible y culta, que solo piensa en largarse de la isla para ser bibliotecaria en la ciudad. Y el tonto oficial del pueblo (Barry Keoghan), un chico enamoradizo con una peculiar visión del mundo. Los cuatro actores mencionados están nominados al Oscar -Farrell como protagonista, el resto como secundarios- y verlos en acción es uno de los grandes placeres que aporta la película, porque están todos superlativos.
El elenco de personajes lo completan varios arquetipos locales: un policía muy agresivo (el padre del tonto del pueblo), la vieja chismosa de la tienda, el cura que escucha confesiones y da reprimendas, el dueño del pub que todo lo ve y una anciana de aspecto inquietante que fuma en pipa y anuncia las tragedias que están por llegar. La anciana es una banshee (una figura del folclore irlandés predictora de la muerte, que aparece en el título original –The banshees of Inisherin–, pero que en la traducción se ha sustituido por «almas en pena»). Su presencia añade un elemento sobrenatural, como si fuera una de las tres brujas de Macbeth. El contrapeso de la realidad lo aportan los cañonazos que a veces se oyen a lo lejos, porque la película está ambientada en los años veinte del siglo pasado, durante la guerra civil irlandesa, de la que la pequeña isla se mantiene al margen.
La película supone el regreso a casa de Martin McDonagh (nacido en Inglaterra, pero de padres irlandeses), que ya ambientó en la Irlanda rural la mayor parte de sus piezas teatrales, entre las que destacan La reina de la belleza de Leenane, Un cráneo en Connemara y El teniente de Inishmore, todas ellas de cruda y violenta intensidad.
Almas en pena de Inisherin es también el reencuentro con sus dos protagonistas, que ya trabajaron juntos para él en su primera película, la extraordinaria Perdidos en Brujas, sobre dos asesinos a sueldo obligados a ocultarse. Su tono ya marca el «estilo McDonagh» y la podríamos describir como un cóctel entre cine policiaco, comedia disparatada y teatro del absurdo de Samuel Beckett o Harold Pinter. Le siguió la más endeble Siete psicópatas y después el cineasta triunfó a lo grande con Tres anuncios a las afueras. Si me permiten aportar un chisme: McDonagh es pareja desde 2018 de Phoebe Waller-Bridge, la creadora y protagonista de la genial serie de Amazon Fleabag, guionista de la serie de HBO Killing Eve y coguionista de la entrega de la saga Bond Sin tiempo para morir. Como actriz la veremos en breve en la nueva película de Indiana Jones que llegará este verano.
Almas en pena de Inisherin aborda a través del humor -un humor bastante negro, eso sí- temas como el miedo a la finitud y a la soledad, la depresión, los sueños frente al conformismo y las paradojas de las relaciones humanas. Consigue el milagro de ser al mismo tiempo divertida, profunda, conmovedora y extravagante, con ese aire de fábula macabra, de cuento tradicional irlandés que nos cuentan frente el fuego con una pinta de Guinness en la mano.