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Miguel Ángel Hernández retrata el dolor en su última novela

‘Anoxia’ sigue la vida de una fotógrafa que está de luto y redescubre el valor de las imágenes. Con esta novela, el autor cierra una tetralogía sobre la memoria

Miguel Ángel Hernández retrata el dolor en su última novela

Miguel Ángel Hernández. | Enrique Martínez Bueso

¿Qué es realmente la memoria? ¿Cómo funcionan las imágenes en combinación con esa extraña facultad del cerebro para distorsionar el pasado? ¿Hasta qué punto los muertos siguen vivos a través de la representación? ¿Somos testigos fiables? ¿Cómo gestionamos el futuro que se vuelve pasado? A estas preguntas ha ido dando respuesta Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) -profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia- en novelas repletas de estudiantes de arte, con claras influencias de otros novelistas como Enrique Vila-Matas.

El argumento de Anoxia (Anagrama) -la última novela de Miguel Ángel Hernández- empieza cuando, diez años después de la trágica muerte de su marido, Dolores Ayala, propietaria de un viejo estudio fotográfico que se ha quedado sin clientes, recibe el encargo más insólito de toda su carrera: retratar a un difunto el día de su entierro. Aceptarlo la llevará a conocer a Clemente Artés, un excéntrico anciano obsesionado con recuperar por todos los medios la antigua tradición de fotografiar a los muertos. De su mano, Dolores se adentrará en esa práctica olvidada, experimentará el tiempo lento del daguerrotipo y aprenderá que las imágenes son necesarias para recordar a quienes ya no están, pero también descubrirá que algunas de ellas guardan secretos oscuros que jamás deberían ser revelados y, sobre todo, que hay muertos inquietos que no cesan de moverse y a veces se abalanzan sobre la memoria de los vivos.

Portada del libro

Después de la aplaudida El dolor de los demás, el autor, que ha sido director del Cendeac, Research Fellow del Clark Art Institute (Williamstown, Massachusetts) y Society Fellow de la Society for the Humanities (Cornell University), regresa a la ficción con una novela sutil y deslumbrante sobre las fronteras entre la vida y la muerte, sobre la memoria y la culpa, sobre el pasado que nos acompaña y la búsqueda constante del aire que nos falta para respirar cuando se ha ido un familiar.

Tetralogía de la memoria

Miguel Ángel Hernández habla con THE OBJECTIVE sobre esta novela que escribió «en dos años con muchas elipsis». Primero hizo un borrador y luego trabajó con la estructura y los personajes que le llevó mucho más tiempo, compaginándolo con el trabajo de la universidad. Sobre compaginar la faceta novelística y académica explica que «durante mucho tiempo fue algo muy separado. Estaba acostumbrado a una escritura académica muy formal, con sus convenciones, llena de notas al pie, y una escritura narrativa mucho más afectiva y libre, más vinculada con la creación. En los últimos años voy tendiendo a un punto medio en el que la escritura ensayística en la que me siento cómodo está muy cerca de la narrativa. Mi escritura narrativa ha estado siempre tocada por lo ensayístico, con muchas reflexiones, cosas que tocan mi realidad como historiador del arte».  

La persistencia de la muerte como tema: «Es un interés muy pegado a la realidad. Yo perdí primero a mi abuela, luego al año siguiente mi padre, a los cuatro años a mi madre. Justo cuando yo comienzo a escribir narrativa en mi vida se está produciendo esa realidad en la que pierdes a los seres que más quieres, entonces el tema de la muerte se impone. Comienzo a escribir para tratar de entenderlo. Hay gente que empieza a escribir cuando está enamorado para tratar de entenderlo y seducir. Yo intentaba aclararme con esa sensación terrible de la persona que más quieres ha desaparecido. Decía Gustave Flaubert que los temas no se eligen sino que se padecen, que son obsesiones. Creo que, en mi caso, es algo para comprender la muerte del otro».

Finalmente, habla sobre los cuatro libros publicados por Anagrama como una tetralogía. Dice Miguel Ángel Hernández que pensaba tener un tríptico, donde estaba la relación entre imagen y perdida, entre arte y vida, con tintes autobiográficos. Pero «me puse a escribir otra novela tratando de hacer algo diferente, luego me doy cuenta que estoy escribiendo sobre el mismo tema, la relación entre la muerte y la memoria. Entonces sí forma una tetralogía, pero por primera vez no está narrado en primera persona, la protagonista es una mujer… La obsesión que se padece es la misma. Creo que es la novela en la que desembocan todas las demás que yo he escrito condensado. Es el camino de llegada».

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