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Cultura

Álvaro Pombo, la propia familia como herramienta narrativa

Con ‘Santander, 1936’, el escritor santanderino se une a una variante de la tendencia de la autoficción: novelar los entresijos familiares

Álvaro Pombo, la propia familia como herramienta narrativa

Álvaro Pombo. | Real Academia Española (RAE)

Refugio y herida supurante, fuente de felicidad y de problemas. La familia, fundadora de la identidad, ha sido y será por siempre uno de los temas preferidos de la literatura. La intimidad que implica adquiere un cariz aún más intenso en pleno boom de la autoficción. Escribir sobre la propia familia resulta un ejercicio tan fascinante como peligroso. Un clásico de nuestras letras, Álvaro Pombo, escribe sobre su tío Alvarín en Santander, 1936 (Anagrama). En ese mismo año, curiosamente, nació Mario Vargas Llosa, que según las malas lenguas hizo lo propio, con más o menos disimulo, sobre su matrimonio y el añadido de Isabel Preysler en el relato Los vientos. Mientras, Eduardo Halfon, Lina Meruane y Emiliano Monge diseccionaban la materia en el encuentro «Historias de familia: entre la memoria, la novela y los secretos familiares» del Festival Centroamérica Cuenta 2022. 

Álvaro Pombo, nacido en Santander en 1939, narra en su última novela la peripecia de su tío Álvaro Pombo Caller, más conocido entre amigos y familiares como Alvarín, desde su afiliación a Falange Española en 1934 hasta el comienzo de la Guerra Civil. El Pombo novelista regresa al escenario santanderino de su infancia y adolescencia para bucear en una tragedia que conecta sus orígenes familiares con la parte más significativa de la historia española contemporánea. Marca la pauta de la novela la relación de Alvarín, de 17 años, con su enfermizo padre Cayo, un liberal agnóstico abandonado por su esposa Ana Caller Donesteve, la célebre Ana de Pombo, triunfadora en la moda parisina de esos años.

Portada del libro

Símbolo de una España que pudo ser y no fue, Alvarín y su padre se llevan bien pese a lo dispar de sus opiniones políticas. El autor, que no duda en inventar las reflexiones de los personajes, intuye la razón de ese prodigio, pero es consciente también de la dificultad de explicarlo desde la distancia. Por eso, aunque durante casi toda la trama prefiere no intervenir, en alguna ocasión muy puntual saca el periscopio desde su presente. Por ejemplo: «Alvarín, en aquel entonces, no llegó, ni siquiera remotamente, a pensar en la palabra equidistancia. Eso es de antes de ayer. Pero sí pensaba, porque tenía amigos a ambos lados del dilema, que había que encontrar una manera de resolver los dilemas sin armarla».

El narrador necesita resaltar ese detalle para armar el mapa de las relaciones familiares y trazar las conexiones con los graves acontecimientos que estaban empujando nuestro país al precipicio. Así, cuando profundiza en la deriva política de Alvarín, resalta la figura de la madre: «De no haber tenido su madre la energía que tenía, de haber sido capaz de resignarse a su papel de madre burguesa encerrada en Santander y haciendo una vida análoga a la de sus hermanas, no hubiera encontrado Álvarín tan fascinante Falange Española». Para preguntarse a continuación: «¿No eran el Frente Nacional y el Frente Popular dos expresiones rígidas, frentistas, de una misma voluntad mítica de alcanzar el todo de una sola vez y de un golpe?». 

Pero la constelación afectiva de la familia impide las perspectivas simplistas: «¡Qué bien entendía esa tarde Alvarín, contemplando el suave chapoteo de los botes amarrados frente al Club Marítimo y en la dársena del Puertochico, el republicanismo burgués de su padre, tan parecido en tantas cosas al republicanismo burgués del presidente Azaña! ¡Lo razonable y reglamentado por oposición a lo furioso, a lo encrespado, a lo divino, a lo mítico!». En otra ocasión, Alvarín le dice a su padre: «Falange española es un himno solar, una ficción política arcangélica, si quieres expresar así. Yo me he sentido convocado por sus rituales militares guerreros, audaces, y me he comprometido con ellos, papá. Pero, claro, dejaría de ser hijo tuyo si no me sintiera escéptico o dubitante en ocasiones». 

Cayo es un hombre derrotado por la decadencia del propio linaje. El abandono de su mujer no hace sino confirmarlo, pero «le parecía ahora que la vida en compañía de su hijo dando paseos por Santander o sentándose a cenar o almorzar juntos hacía posible una existencia nueva». De nuevo la España posible que cantaba Antonio Machado… frustrada por el cainismo ya definitivamente desatado. 

El motor de la identidad

En el diálogo sobre la familia como argumento novelesco que tuvo lugar en el Festival Centroamérica Cuenta, el mexicano Emiliano Monge sostuvo que, para la literatura, la familia es, «además de un tema en sí mismo», sobre todo «un contendor, como una plataforma de lanzamiento para ir hacia diferentes lugares, seamos conscientes o no». 

En el caso de Pombo resulta evidente el lugar en el que aterriza la narración. Wences, uno de los personajes más lúcidos de Santander, 1936, percibe en los fanáticos que estaban tomando la escena en España «una cierta ingenuidad, como en una crueldad de la familia, unos contra otros, una maliciosidad como infantil. Como cuando uno tiene una madre pegona o malhumorada y a la vez se cabrea con ella y piensa que todo ello no tiene gran importancia y que en el fondo es todo ello muy ingenuo, familiar…». Alvarín no entiende que use el término ingenuidad para algo tan grave como lo que está sucediendo, y Wences intenta explicarse: «Supongo que llamo ingenuos a los que se aferran a una seguridad o a una convicción propia que creen infinitamente estable y que les hace sentirse, ingenuamente, seguros de sí mismos, seguros de que tienen toda la razón. Son malvados ingenuos, yo digo, porque no ven más allá de sus narices. Si vieran más allá de sus narices verían lo crueles que están siendo. O, quizá, lo crueles que estamos siendo los unos con los otros estos años». 

Álvaro Pombo firmando libros en la Feria de Madrid, 2007. | Wikimedia Commons

El motor último de la escritura probablemente sea la búsqueda de la propia identidad y, por tanto, del sentido en las coordenadas espacio-temporales que la narrativa aspira a recrear. En Santander, 1936, esta búsqueda culmina, de forma iluminadora, en el desastre absoluto en que se sumió España en aquella época. Dice un personaje en las últimas páginas: «Yo me acerqué a uno, no pude evitarlo, uno que parecía el capitán o el jefe de los milicianos, y le pregunté que si podía ver los cadáveres, reconocer a un familiar mío, dije yo. Y me contestó: No, no puedes, compañera, ni falta que te hace, ¿para qué quieres verle?, ahora nadie es nadie, los llevamos todos a Ciriego». Llegaba el momento de las fosas comunes. Lo peor, añade el personaje es que «no lo decía malamente el capitán aquel, el miliciano. Lo decía fríamente, sencillamente, sobre todo lo último que dijo: ahora nadie es nadie. Era terrible oírlo decir, porque a la vez era la verdad». 

En el encuentro de Centroamérica Cuenta, la chilena Lina Meruane matizó, precisamente, que «la familia es un lugar de mucho amor y de muchísimo odio… Y el odio es un gran tema en la literatura». Encaja con la visión de Pombo su idea de que «las tensiones familiares son también las más feroces». En su caso, además, existe el riesgo añadido de herir a personajes «reales», con los que comparte coordenadas espacio-temporales. Aunque ella tiene una ventaja: «Mi formación de escritora fue en silencio y en soledad. Y a mí nunca nadie me leyó. Mi mamá me dejó de leer cuando empecé a leer mi poesía de niña que se publicaba en la revista del colegio y me quería mandar al psiquiatra». Además, y sobre todo, trabaja «con mucha distancia, de manera ficcionalizada. Aun cuando los personajes estén basados en alguien de la realidad, los llevo a un extremo en el que ya no son, en el que ya no se reconocen». 

Monge recordó el problema de «los que no aparecen» y, «sin que uno lo espere, de repente te reclaman». Él reconoce que, en la planificación, sí que se plantea posibles problemas con el material autobiográfico, pero «después, durante la escritura, uno deja de pensar en las consecuencias. El problema es que luego llegan, las consecuencias y ya no hay vuelta atrás. Y pueden ser duras. A mí alguno me ha dejado de hablar». El problema estriba en que la literatura conlleva «una pérdida de la inocencia», en el sentido de que «casi todo el mundo sigue pensando que estamos hechos de relatos fiables, homogéneos, pero en realidad lo estamos de esas perspectivas y suposiciones y ficciones que están en el corazón mismo de la literatura». 

A veces, la extrema toma de consciencia que puede suponer la literatura propicia situaciones muy dramáticas en este ámbito. El guatemalteco Eduardo Halfon explicó que el tratamiento en El boxeador polaco de la historia de su abuelo en Auschwitz no sentó bien entre sus familiares, pese a que no cree que ninguno leyera el libro. «Yo vengo de una familia que no lee», dijo, antes de matizar con una escena impresionante: «Mi abuelo muere un viernes en la noche. Yo entro a su habitación el sábado en la mañana y mi libro está en su mesa de noche. Murió con el libro. No lo leyó, pero era su testimonio». 

Al concluir el encuentro, en el turno de preguntas uno de los asistentes constató que no habían tocado «el tema maravilloso y jugoso de los ex». Los tres escritores presentes declinaron hablar al respecto. Quizá por lo espinoso de las consecuencias. Entonces no había saltado a la opinión pública la ruptura de Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler: el gran pelotazo socio-literario (por decirlo de alguna manera) del momento. 

El tratamiento del asunto en los medios, a veces más bien bochornoso, merece un aquí comentario por el epílogo literario que supuso la publicación por Vargas Llosa del relato Los vientos en octubre de 2021 en la revista Letras Libres. Aunque el autor ha negado que se refiriera a su relación con Isabel Preysler, algunos insisten en ver conexiones evidentes. 

La anécdota inicial marca el tono crepuscular del relato, que se puede englobar en el género de la ciencia ficción: el narrador acude a la manifestación por la clausura de los cines Ideal en Madrid y reflexiona: «[A]penas acababa de comenzar, me sobrevino uno de esos vientos intempestivos que ahora me asaltan con frecuencia. Pero nadie se dio cuenta a mi alrededor. Lamenté haber ido porque éramos apenas cuatro gatos y casi todos unas ruinas humanas como yo». Se recrea el autor en su propia decadencia física enmarcada en un futuro cercano (el narrador y protagonista ha cumplido los 100 años, Vargas Llosa tiene actualmente 86) y distópico, donde las novelas se encargan a un ordenador y la combinación de papel y tinta tiende a desaparecer por insalubre.

Algo autobiográfico suena la frase «Me acuerdo apenas de mis padres, con los que, creo, nunca me llevé bien». Es conocido que buena parte de la motivación literaria de Vargas Llosa tiene que ver con la rebelión contra el autoritarismo de su padre. Pero las alarmas del morbo surgieron a partir del fragmento en el que el narrador asegura: «[D]e Carmencita, mi mujer por muchos años, me acuerdo muy bien […] Todas las noches, parece mentira, desde que cometí la locura de abandonarla, pienso en ella y me asaltan los remordimientos. Creo que solo una cosa hice mal en la vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena». La esposa del escritor se llama Carmen Patricia y esa mujer que no valía la pena…

«Nunca la quise. Fue un enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida. Por hacer lo que hice, mi vida se reventó y ya nunca más fui feliz», se lamenta el narrador. «Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ahora ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí. ¿Por qué sigo diciendo ‘pichula’, algo que no dice nadie en España? La fuerza de la costumbre, por supuesto». Poco más. Quizá, retorciendo mucho la imaginación, alguna alusión velada en la sarcástica descripción de una cena «donde los Arismendi, esos millonarios o más bien billonarios». 

El bizarro cruce de prensa rosa y oráculos literarios insiste en que se trata de un desahogo por la añoranza de la vida familiar (auténtica). En cualquier caso, el Premio Nobel lo niega y opta por la discreción. Quizá recuerda el caso de Truman Capote que quiso, cual Ícaro literario, crear la obra perfecta despellejando a todos sus conocidos. En 1975, la revista Esquire publicó dos capítulos de su aún inconclusa novela Plegarias atendidas. Todo el mundo reconoció a los personajes descritos en sus más íntimas miserias. La novela no llegó a publicarse y Capote murió en el ostracismo, ahogando su error en alcohol.

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