‘Limpia’, la oscura historia de una familia bien narrada por su interna
La autora chilena Alia Trabucco, finalista del Man Booker International, regresa con su nueva novela, a caballo entre el ‘thriller’ y la denuncia social
Antes de llegar a España, los derechos de la novela ya se habían vendido a trece países. Alia Trabucco está de moda por méritos propios. En 2022 obtuvo el Premio Anna Seghers por su trayectoria literaria, y la voz sólida y oscura que teje en Limpia (editorial Lumen, 2023) le ha valido también amplios reconocimientos. El argumento de la obra parte de una sencilla premisa: Estela deja a su madre en el sur para trabajar en la casa de una familia acomodada de Santiago de Chile. Nunca antes se ha empleado como interna, pero necesita reunir algún dinero que mandar a su progenitora para que sobrelleve la pobreza en que vive, y sueña con volver pronto a vivir con ella una vida más desahogada. Sin vocación ni oficio, finalmente Estela se quedará allí durante siete años, limpiando y criando a la única hija del matrimonio, una niña harto particular cuya muerte (que no el motivo de la misma) avanza la autora desde las primeras páginas.
Dice la contra: «Como en una tragedia griega, la tensión crece con cada página, con cada personaje o elemento: la perra callejera, el veneno, la pistola, la confesión inconfesable del señor, la aparición de Carlos, hasta un desenlace tan poderoso como inevitable». En efecto, Limpia es una novela tensa, y de esa tensión cuidadosamente urdida se vale Trabucco para retratar la sempiterna lucha de clases, por la que le preguntamos en la entrevista que concede a THE OBJECTIVE: «Creo que el abismo entre las clases sociales no es exclusivamente chileno sino transversal, aunque es cierto que Chile es uno de los países más desiguales de América Latina. Hablamos poco de esa desigualdad de clase, hasta parece incómoda o añeja esa palabra, clase, pero ahí está, muy presente en el descontento contemporáneo», reflexiona.
En su novela, la autora refleja la realidad de una interna que padece, día a día, un trato denigrante por parte de sus patronos: la señora de la casa le grita por darle fruta a la niña sin su permiso, su patrón la considera una inculta, la invitan a cenar en Nochebuena excepcionalmente (pero aguardan a que sea ella quien cambie los platos), en Nochevieja la exhiben ante las amistades y, en general, Estela no existe a sus ojos salvo por lo que de ella puedan obtener. Sin embargo, la protagonista no es la empleada ignorante y abotargada que ellos creen, sino una observadora afilada de la realidad. «Me interesaba la incomodidad y los posibles tropiezos que pudiera generar esa voz en las lectoras y lectores», empieza reflexionando Alia. Y continúa: «Romper con los lugares comunes y las expectativas sobre cómo deberían hablar los sujetos populares. Porque en esas expectativas no solo hay clasismo -que lo hay- sino un tensión en torno a la propiedad o impropiedad del lenguaje: así pueden hablar ciertas personas, así no; tal cosa es verosímil, tal otra no; tales palabras solo las podría ocupar un patrón, pero no la empleada. Y la voz de Estela confronta directamente ese problema».
De hecho, en el juego narrativo que Alia propone la protagonista interpela al lector en todo momento, casi le reta. El comienzo de la novela mismo dice así: «Mi nombre es Estela, ¿me escuchan? (…). No sé si estarán grabando o tomando notas o si en realidad no hay nadie al otro lado, pero si me oyen, si están ahí, les quiero proponer un trato: voy a contarles una historia y cuando llegue al final, ustedes me permiten salir de aquí». ¿A quién le habla Estela? «Ese otro es, por un lado, el que la está escuchando al otro lado de la sala donde se encuentra, pero incluye también a quien está al otro lado del libro, o sea, a las lectoras y lectores. Esa interpelación directa para mí es profundamente política. Es una forma de impedir la distracción, impedir que mires para el lado y pretendas no haber escuchado», nos contesta Trabucco.
Otra arriesgada decisión narrativa que asume es la de contar desde el principio que la niña del matrimonio va a morir. Y funciona: a pesar de conocer el desenlace, leyendo Limpia uno busca saber no solo cómo ha sucedido, sino por qué. ¿La habrá matado la interna? ¿Habrán sido los padres? ¿Un fatal accidente? Las preguntas se encadenan a las páginas: «Lo pensé del siguiente modo: Limpia es dos novelas en una. Por un lado, está la apariencia del policial y su estructura clásica del quién lo hizo y yo decidí utilizarla a sabiendas de que produce intriga, pero no porque me interesara la intriga, sino para contar otra historia. Porque Limpia no se trata de un crimen, ese no es su eje. La novela, la verdadera, trata de la vida de Estela y sus siete años como trabajadora en la casa de una familia acomodada. Esa es la historia que yo quería contar y el pacto con el thriller no es más que una estrategia».
«Chile es uno de los países más desiguales de América Latina. Hablamos poco de esa desigualdad de clase, hasta parece incómoda»
Efectivamente, la muerte de la niña se resuelve apenas en un párrafo de las 225 páginas de la obra. De mucho más calado son los otros temas que la atraviesan, como las consecuencias fatales de una paternidad irresponsable. Desde que nace, los señores de la casa tratan a su hija con un pragmatismo exento de todo afecto: quieren que crezca, que se eduque, que evolucione, pero no les interesa un ápice qué le pasa por dentro. Así que Julia (así se llama la hija del matrimonio) acusa en su cuerpo y su mente las consecuencias: apenas come (solo bebe leche con fruición), se destroza las uñas y es capaz de autolesionarse con tal de salirse con la suya en todo momento. Al respecto comenta la autora: «Me parece que Julia es el espejo de esos padres exitistas, perfeccionistas, solitarios y algo amargos. Es una niña que tiene poca inocencia, es infeliz e incluso vagamente consciente de su posición de poder».
Es Estela, por designación de sus patronos, quien se encarga de que la niña coma, aprenda, viva. Y la relación que nace entre ambas es deliciosamente ambigua: la interna protege a Julia en muchos momentos; en otros tantos, no la soporta. «Esa oscilación afectiva me resultó fascinante de explorar. Es una relación donde están presentes emociones contradictorias. Por un lado, Estela la quiere y la cuida, le causa incluso ternura, se encariña, pero enseguida le causa desesperación, rabia y una profunda irritación».
La novela de Trabucco crea una atmósfera densa partiendo del relato cotidiano del día a día: pequeñas cuitas que van volviendo el aire de la casa familiar irrespirable. Estela aguanta, pese a todo, porque necesita el dinero, y por encima de ella y de su dignidad van pasando los días, los meses, los años. En muchas ocasiones, sufre una especie de desdoblamiento de la personalidad, siente que se sale de su propio cuerpo. Le preguntamos por ello a Alia: «Esa sensación de irrealidad que ella tiene con su propio cuerpo, esa relación de extrañeza consigo misma, con sus manos o con el espejo, fue algo bastante central para construir la alienación, el aislamiento, la soledad del personaje. De pronto parece verse a sí misma desde fuera, como si ella misma no pudiera creer que lleva siete años limpiando o que lleva meses muda. Esa extrañeza hacia sí misma, tal vez como estrategia de sobrevivencia o de disociación, no es rara y me interesa explorarla incluso más allá de este libro».
Los padres de la autora sufrieron la dictadura de Pinochet; su padre, en propia carne, pues fue torturado. Así que por último le preguntamos de qué forma la realidad de su país y su propia biografía influyen en la brillante oscuridad en que se desarrollan sus tramas: «Ese aspecto biográfico incidió mucho en mi primera novela La resta (Lumen, 2015) que trata justamente de la herida que dejó la dictadura en mi generación. Pero además creo que mi interés general por la violencia y cómo marca a las personas, desde la violencia más brutal hasta la más cotidiana, que abordé en Las Homicidas (Lumen, 2019) y sigo abordando con Limpia, probablemente emerja de ahí».