Los psicólogos en el diván de la cultura popular
El éxito de ‘Terapia sin filtro’, que sigue el modelo de ‘Ted Lasso’, ilustra una nueva perspectiva de la figura del profesional de la salud mental
De la normalización al boom. Del boom, a la curiosidad. Hubo un tiempo en el que ir al psicólogo era un tabú. El equivalente a reconocer que estabas mal de la cabeza, que eras, definitivamente, «raro». La moda de los libros de autoayuda comenzó a horadar el prejuicio, pero la terapia con un especialista seguía siendo cosa de personajes de Woody Allen o de sofisticados culturetas argentinos, adictos al psicoanálisis y el posmodernismo en general. Y de repente…
El siglo XXI. La velocidad de internet, la globalización desactivadora de resistencias locales, el estrés desatado ya sin medida. Y, si faltaba algo, una pandemia. Terapia sin filtro, la serie más vista actualmente en Apple TV+, se antoja el aldabonazo definitivo. Un enternecedor e hilarante psicólogo, interpretado por el carismático Jason Segel, intenta ayudar a sus pacientes mientras se las ve y se las desea para curarse a sí mismo del trauma de la muerte de su mujer. Harrison Ford da cobertura y glamour encarnando a un colega gruñón con el que mantiene una extraña relación de tintes edípicos (pero ¿quién querría matar a un padre tan parecido a Indiana Jones?).
Los autores (productores y guionistas) de la serie son los mismos de Ted Lasso, la peripecia de un surrealista entrenador de fútbol estadounidense que acaba entrenando en la Premier League inglesa. Su esquema es, de hecho, muy parecido. Un personaje de un sector que mantiene (al menos de momento) a sus profesionales en un cierto hermetismo para el espectador muestra una intimidad llena de vulnerabilidades. Y lo hace en un formato cómico, en capítulos ligeros, de media hora de duración, puntuados con toques dramáticos, breves pero muy intensos. El resultado fue extraordinario. De público (la segunda temporada sextuplicó audiencia) y de crítica (avalancha de Emmys).
Los problemas psicológicos y existenciales de los protagonistas fueron ganando terreno a lo largo de la primera temporada hasta que, en la segunda, irrumpió el personaje de la psicóloga contratada por el club de fútbol, Sharon, interpretada por Sarah Niles. Su intervención proporcionó un giro narrativo ganador que hizo pensar a los creadores. Además del carácter salvífico de sus intervenciones para los protagonistas, el carácter y los propios problemas de Sharon demostraron tener su propia (y gran) fuerza gravitatoria. La vida interior de un psicólogo daba mucho de sí. Había que aprovecharla. La cosa parecía tan clara que hasta convencieron a Harrison Ford, cuyo renacimiento televisivo parecía ya cubierto por 1923.
La fragilidad del psicólogo como filón narrativo ya había tenido su gran momento con En terapia, que adaptó en 2008 para el público estadounidense el formato de la israelí Be’Tipul, que había tenido un gran éxito local tres años antes. HBO se hizo con los derechos en exclusiva y creó una joya con episodios de media hora, como Terapia sin filtro, pero con un tono radicalmente distinto: muy dramático, de tensión a veces casi insoportable, con el psicólogo protagonista soportando a duras penas los embates de la transferencia, enamoramiento incluido. El acuerdo de compra del formato a los israelíes incluía la posibilidad de crear versiones en 34 países. Lo que decíamos: filón a la vista. En Argentina, por ejemplo, arrancó en 2012 con Diego Peretti de protagonista.
El tirón de Terapia sin filtro augura nuevas exploraciones del fenómeno. Estirando el concepto de «psicólogo», otra estrella como Nicole Kidman se apuntó a la moda de las terapias psicodélicas en la serie Nueve perfectos extraños. Su personaje dirige un resort de well-being donde trata a pacientes con crisis existenciales al más puro estilo neo-hippie californiano que tan rápido se está extendiendo. Hay toda una industria en ciernes alrededor del potencial curativo para las enfermedades mentales. Carolina Freire, por ejemplo, le hizo una muy interesante entrevista al respecto a Jason Silva.
Pero, de nuevo, como en las otras series mencionadas, el ángulo termina cerrándose en torno al mundo interior del terapeuta. En el caso de Nueve perfectos extraños, la perspectiva incorpora otros motivos, como el peligro de las drogas experimentales o ciertos toques esotéricos, pero la premisa central se construye a partir de los demonios interiores del personaje encarnado por la estrella, Nicole Kidman. Ahí está el corazón de la tendencia, parece.
Otra buena muestra de ello sería la película francesa Un diván en Túnez, ganadora del Seminci de Valladolid de 2019 y comidilla de los Premios César de 2020. Cuando una joven psiquiatra formada en Francia decide abrir su propia consulta en un barrio popular de Túnez, las resistencias culturales y los tumultos sociales y políticos añaden la épica a los ingredientes de la fórmula.
Antes de definirse dicha fórmula, los psicólogos ya habían aparecido en el cine con alguna frecuencia. En 1997, El indomable Will Hunting aprovechó las capacidades emocionales del entrañable Robin Williams: todos quisimos que nos curara como curó a Matt Damon. Un éxito de taquilla que supuso un cambio radical del panorama que había dejado seis años atrás el psiquiatra Hannibal Lecter de El silencio de los corderos, con su inquietante afición por la carne humana (Por cierto, aquí mezclamos a los psiquiatras con los psicólogos: no pretendemos producir un análisis científico sobre la salud mental, sino solo un comentario sobre su influencia en la narrativa). Y justo antes de doblar el cabo del siglo, en 1999 Una terapia peligrosa dio el paso decisivo a la normalización con una comedia descacharrante protagonizada por un psiquiatra en apuros (en Woody Allen los motivos de risa solían ser los pacientes, principalmente él mismo).
También en 1999 (quizá el cambio de milenio alimentaba ciertas pulsiones de la psique humana) hubo un muy interesante (pero bastante excéntrico) acercamiento con El sexto sentido, en el que Bruce Willis encarnaba a un psicólogo con problemas, uno de ellos realmente gordo que no aclararemos aquí para no contribuir al récord de spoilers que acumula la película.
La producción más decisiva de este año llegó, no obstante, a través de la pequeña pantalla, con la serie que muchos consideran el hito fundacional de la narrativa televisiva de prestigio: Los Soprano proporcionaron espectadores y, sobre todo, prestigio a la HBO con la historia de un mafioso… ¡que iba al psicólogo! El personaje de la atribulada doctora Jennifer Melfi, interpretada por Lorraine Bracco, fue escalando en importancia a lo largo de los capítulos, demostrando que el público estaba preparado para acercarse a una figura tan fascinante como, quizás, intimidante.
Se había abierto la caja de Pandora narrativa. Sin embargo, a lo mejor por aquello de que el efecto 2000 no acabó con el mundo tal y como lo conocemos, la tendencia se ralentizó. Sin ánimo exhaustivo, en década y pico apenas llama la atención la película Un método peligroso (2011), que no consiguió llamar mucho las atención pese a su calidad y a la presencia de unos colosales Michael Fassbender y Viggo Mortensen en las pieles (y, sobre todo, por debajo de ellas) de Jung y Freud, nada menos. Quizás sea ese «nada menos» lo que subyace al gatillazo: a los espectadores les provocan más morbo las interioridades de los psicólogos más o menos corrientes de la actualidad, en su día a día, que las de los campeones del psicoanálisis de principios del siglo pasado.
En España, en cualquier caso, el fenómeno nunca ha tenido mucho predicamento. En la narrativa audiovisual apenas hay tanteos. Mediaset, por ejemplo, lo ha intentado sin mucho éxito con series como La pecera de Eva y Sé quién eres o Frágiles.
Aunque la normalización a marchas forzadas puede cambiar las cosas. En unos días se van a cumplir dos años de aquella aparición en el Congreso de los Diputados de un Íñigo Errejón autoerigido en inopinado campeón de la psicología. Cuando pedía, con razonable pasión, un plan de salud mental para un país con problemas, muchos problemas, el diputado del PP Carmelo Romero trató de justificarse el sueldo ejerciendo de hooligan. «Vete al médico», le gritó. Error. Probablemente giraría la cabeza cual abusón en el aula de EGB para recibir las risas halagüeñas de los demás niños. Pero hasta los menos sensibles de su bancada se dieron cuenta de que algo había cambiado en esos lares. El tal Romero se apresuró a pedir disculpas por tierra, mar y Twitter. Porque la verdad es la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.
Otra cuestión es cómo pretende cierta izquierda entrarle al asunto. Una avezada narradora como Belén Gopegui lo ha tratado con un libro de cierto impacto, El murmullo, significativamente subtitulado «La autoayuda como novela, un caso de confabulación». Según ella, hay que reformular la psicología para que no le haga el juego al capitalismo. Es necesaria una intervención para dirigirla al bien del colectivo, no al mero desarrollo del individuo.
¿Quién decide ese bien público y por qué y, sobre todo, para qué? Ya hablamos en su momento del modelo existencial que propone Ted Lasso y ahora desarrolla Terapia sin filtro: el individuo intenta, una y otra vez, la automejora, y sus equivocaciones no dan lugar a una reprimenda, y la consiguiente redirección conductual, por un/a gurú/¿esa? versada en sociología marxista, sino un enamoramiento narrativo del esfuerzo a partir de la aparición del Otro como surtido de personajes dispuestos a acompañarle en su viaje, beneficiándose también ellos de la intersección. Hay otras opciones. En un extremo está el ‘lobo de Wall Street’, cierto. En el otro, no lo olvidemos, los campos de reeducación chinos, otra forma de entender la psicología: su historia causaría una sensación distinta en los espectadores. Para gustos…