Desde 'El Quijote' a 'La isla del tesoro', cómo los mapas agrandan nuestras ficciones
El uso de mapas en la ficción sirve como puente para dar veracidad a la historia y a los personajes
Se suele decir (y se dice mucho, sobre todo en los ambientes literarios) que hay escritores de brújula y otros de mapas. Los de brújula son aquellos que van orientándose sobre la marcha en su novela o relato, al albur de lo que les marca una brújula imaginaria que les indica por dónde deben seguir su camino narrativo. Los de mapas, por el contrario, trazan un plan bien definido antes de ponerse a escribir, y saben la geografía exacta por la que sus personajes se van a desempeñar; qué cuitas, qué romances, qué afrentas van a vivir y cuál será su desenlace. Sin embargo, en este reportaje vamos a hablar de los escritores que incorporan mapas físicos a sus narraciones como aderezo de estas, porque eso es precisamente lo que ha investigado el prestigioso historiador francés Roger Chartier en su último ensayo, titulado Cartografías imaginarias (Editorial Ampersand, 2023).
«En el momento presente y desde Tolkien, es muy común que todos los autores del género de la epic fantasy incorporen uno o más mapas a sus libros. Pero no era tan frecuente en mi periodo de trabajo, entre los siglos XVI al XVIII», comienza explicando el autor en conversación con THE OBJECTIVE, y añade: «De hecho, era muy excepcional encontrar un mapa en un libro de ficción, en una novela, una sátira o una utopía (sí había, claro, en los libros de geografía, crónicas o relatos de viajes)».
Tenemos esta charla con Chartier en una cafetería del centro de Madrid y allí, con didáctica, el historiador -especializado en Historia del Libro e Historia de la Lectura- pasa a relatarnos algunos de los casos excepcionales que ha encontrado durante sus años de estudio. Uno de los que más ha llamado su atención ha sido la obra cumbre de la literatura en español: «Las ediciones de finales del siglo XVIII (una de 1780 y la otra de 1798) de Don Quijote contienen mapas. Se trata de mapas desplegables sobre los cuales se encuentran retratadas las tres salidas de don Quijote de la Mancha. Y es algo muy interesante porque el libro es de 1605 y el mapa aparece en 1780, casi dos siglos más tarde», avanza el historiador. ¿Por qué decidieron entonces incluirlo los editores, si es algo que el propio Cervantes no contempló?
«Estos mapas refuerzan lo que Borges designaba como el encuentro entre el mundo del libro y el mundo del lector. Son un elemento complementario para proponer al lector que entre en este juego de dar crédito a lo imaginario, de leerlo como si fuera una historia real», desarrolla Chartier, incidiendo en la idea de que el texto se presenta como las peripecias vitales de Alonso Quijano, y nunca como una novela. Uno de ellos reza lo siguiente: «Mapa de una porción del Reyno de España que comprehende los parages por donde anduvo Don Quixote, y los sitios de sus aventuras» y fue ilustrado por Tomás López, cartógrafo del Rey Carlos III.
Además, estos mapas se crearon ad hoc de cada escena concebida por el genio de Cervantes. Así dice el ensayo de Chartier en un momento dado: «En la edición de 1780, Vicente de los Ríos se dica a evaluar la credibilidad de la narración y, con ese fin, transforma las distancias en el mapa en duraciones de los viajes: una legua sobre el terreno, que corresponde a ocho centrímetros en el mapa, exige una hora de viaje». Todo, así, ayuda a que el lector se convierta «en un compañero de viaje de El Quijote», como nos dice el historiador durante nuestra charla.
Los viajes de Gulliver o Robinson Crusoe, obras que nacieron con un mapa
El caso contrario a El Quijote lo encuentra Roger Chartier en libros como Los viajes de Gulliver, Robinson Crusoe y Mundus Alter et Idem. En estas tres obras inglesas los mapas se incluyen desde su publicación misma, como escribe en Cartografías imaginarias: «La primera edición de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson contiene en el frontispicio un mapa de la isla. Las instrucciones crípticas y las tres cruces rojas indicadas en él deben llevar a protagonistas y lectores al descubrimiento del tesoro oculto». Durante nuestra entrevista, nos explica que gran parte de los personajes de ficción de su periodo de estudio eran viajeros que seguían «fragmentos de mapas correspondientes a territorios reales» o incluso «mapas del mundo entero», como es el caso de Robinson Crusoe. «Otras veces, por ejemplo en Los viajes de Gulliver, se combinan fragmentos de territorio identificables geográficamente con islas totalmente imaginarias», apostilla.
Otro mapa que el autor define como «una maravilla intelectual» es el que se incluye en la edición de Utopía, de Tomás Moro, una obra filosófica y política publicada en 1516 y en la que el autor diserta sobre una ciudad ideal: «Lo interesante en este caso es que incluía un mapa con una descripción precisa de la dimensión, el diámetro y todas las indicaciones topográficas, pero este mapa es el de una ou-topia, un no-lugar, así que implica trazar el mapa de un lugar que no existe.
Los mapas, ¿empequeñecen o agrandan la ficción?
Trasladamos al experto la pregunta de nuestro último epígrafe. Chartier se toma un momento para elaborar su respuesta: «La razón por la que en la antigüedad no había tanto mapa era porque la teoría dominante consideraba que con las palabras se podía producir imágenes en la mente del lector», reflexiona. Luego alude a un concepto retórico clave como es la écfrasis: «Esto significa que las palabras pueden traducirse a imágenes, y con el tiempo nació la conciencia de que estas imágenes podían dar un suplemento de sentido que ampliara el relato. El mapa, en definitiva, puede despertar sentimientos, emociones y percepciones que no están en el texto. Con el mapa los sueños y la memoria se activan».