Valerio Rocco: «No puede haber innovación sin la aportación de las humanidades»
El filósofo y director del Circulo de Bellas Artes conversa con David Mejía sobre la relevancia social de las Artes y las Humanidades
Valerio Rocco Lozano (Roma, 1984) es director del Círculo de Bellas Artes de Madrid desde 2019. También es profesor de Historia de la Filosofía Moderna en la Universidad Autónoma de Madrid, en la que se doctoró en 2011. Entre 2015 y 2019 fue vicedecano de Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma universidad. Actualmente es Tasks Leader del Proyecto de Investigación Horizonte 2020 de la Unión Europea titulado Failure sobre el concepto de fracaso y su reversibilidad.
PREGUNTA.- Cuéntanos dónde naciste y dónde te criaste.
RESPUESTA.- Soy italo-español, nacido en Roma, de padre italiano y madre española. Estuve en Roma hasta los tres años, y luego ya fui recorriendo, por el trabajo de mis padres, diferentes lugares de Europa. Estuve en el Luxemburgo y viví cinco largos años en Lyon. Y ya sobre los 10 u 11 años, llego a Madrid y estudio en el Liceo Italiano, con lo cual mi parte italiana se mantiene. Soy madrileño, pero me considero una persona muy internacional, muy europea, e intento cultivar mucho esa faceta.
P.- ¿Cómo se ejerce ese europeísmo?
R.- En primer lugar, es un europeísmo biográfico. Yo creo que hasta que Europa no se inserte realmente en las personas y las permita forjarse una identidad transnacional, el proyecto europeo no habrá triunfado. Eso hay que promoverlo también desde las instituciones, desde la cultura y desde los medios de comunicación. Nosotros, por ejemplo, en el Círculo de Bellas Artes, estamos integrados en una gran red que apuesta por una concepción transnacional de la cultura. Creo que en ese aspecto podemos hacer mucho. También me siento europeo por la defensa del proyecto europeo, lo cual no siempre implica defender las instituciones europeas, como la Unión Europea. Se puede ser muy europeísta y, al mismo tiempo, crítico con cómo se ha desarrollado el proyecto europeo. Mi madre es profesora de Derecho de la Unión Europea, con lo cual he ‘mamado’ desde pequeño ese conocimiento de Europa.
P.- Eres europeísta, pero desconfías de cómo se ha desarrollado el proyecto europeo.
R.- Sí, desde luego, porque me parece que falta esa parte cultural. Por otro lado, no se ha sabido ocultar ese barniz tecnócrata que permea las instituciones europeas y también hay cierta dosis de opacidad.
P.- Desde tu condición de italoespañol, ¿cómo valoras los prejuicios de los países del Norte respecto a los países del Sur?
R.- La anterior crisis económica mostró esto. Es la idea de los PIGS y de los CHIPS, que ahora parece muy lejana porque estamos en otro momento de la política intraeuropea. Ese fue un momento de guerra abierta entre el Norte y el Sur de Europa: una guerra que no se luchó con tanques o con soldados, sino con herramientas económicas y financieras, estrangulando los mercados con los tipos de interés. Por suerte, esta fase ha pasado, pero sigue habiendo un prejuicio o una desconfianza. Ahora la gran barrera y la gran preocupación de Europa es la mirada hacia el Este. Pero yo creo que el Sur puede aportar mucho a una concepción europea más rica. La Escuela de Artistas del Círculo de Bellas Artes se llama Sur, justamente porque pretende, dentro de una institución que es Casa Europa, dar esa visión que proviene del Mediterráneo.
P.- La historia de Europa no se explica sin Grecia, Roma o a la Revolución Francesa.
R.- Absolutamente. Yo me he dedicado mucho a Roma. Sigo creyendo que esa vía romana, que comentaba Rémi Brague, sigue siendo una de las ideas fundamentales para la construcción de Europa.
P.- Por tu perfil e inquietudes habrías encajado muy bien en la carrera diplomática y en sector de las relaciones internacionales. ¿Por qué estudias filosofía?
R.- Fue en gran medida un desafío. Yo estudié en el Liceo italiano, aquí en Madrid. En la educación pública italiana, la filosofía es muy importante y también muy difícil. Nosotros teníamos un gran profesor de filosofía, muy rígido, muy severo, que me ha marcado muchísimo. Aprobar filosofía era casi aprobar la asignatura más difícil. Por eso yo salí a los 18 años de Liceo queriendo estudiar esta materia, porque representaba para mí un desafío intelectual. En un momento dado, me planteé hacer medicina, pero al final estudié Filosofía y creo que fue una excelente elección de la que me alegro cada día.
«Leí mucho a Nietzsche con 17 y 18 años y ahora me doy cuenta de que no entendí absolutamente nada, porque esa prosa seductora y aparentemente fácil en realidad esconde todo un universo»
P.- ¿Y por qué Hegel?
R.- Dentro de la filosofía como disciplina, el autor legendario por su dificultad era Hegel. De él me gustaba mucho la posibilidad de encontrar solución, con su método, a cualquier problema de la realidad. Esto que Popper critica del marxismo y del psicoanálisis, a los que considera seudociencias porque parece que tienen respuestas para cualquier asunto de nuestro entorno, yo lo encontraba en Hegel. El método dialéctico explica mucho de la realidad, quizás porque esta última tenga una naturaleza dialéctica. Y aunque, evidentemente, hay mucho que revisar de esa potencia de su método, me parece a día de hoy insuperable. Modestamente, intento practicarla en los pequeños detalles de la vida y me sigue pareciendo muy, muy poderosa.
P.- ¿Dirías que, por esa dificultad, Hegel es un autor inaccesible para alguien que no está inmerso profesionalmente en la filosofía?
R.- Es un autor difícil. Y no hay que engañarse: la filosofía exige una preparación, un conocimiento, un manejo de los conceptos. El problema es que, ante una primera lectura, no se puede disfrutar o entender a Hegel como puede ocurrir con Descartes. Pero hay, por ejemplo, autores como Nietzsche que son falsamente fáciles. Yo también leí mucho a Nietzsche con 17 y 18 años y ahora me doy cuenta de que no entendí absolutamente nada, porque esa prosa seductora y aparentemente fácil en realidad esconde todo un universo. Para acceder a ese conocimiento, necesitamos a grandes maestros.
P.- ¿Qué impronta ha dejado en tu trayectoria intelectual y académica el profesor Félix Duque?
R.- Félix ha sido como un padre académico para mí. Recuerdo los últimos meses de la tesis doctoral. La exigencia que me demandaba y, al mismo tiempo, también su generosidad. Recuerdo mandarle un artículo a las doce de la noche, diciendo que tenía una conferencia muy importante en una universidad extranjera, y que me sentía inseguro sobre algunos puntos. Él me contestaba a las cuatro de la madrugada, con todas sus observaciones. Es decir, la suya es una generosidad realmente increíble en términos personales e intelectuales.
P.- ¿Dirías que parte de la riqueza de dedicarse al mundo académico es establecer relaciones discipulares con figuras a las que uno admira?
R.- Creo que sí. Soy una persona con enormes defectos, pero uno de los pocos que no tengo es la envidia. Siempre he intentado acercarme a las personas que yo veía mejores que yo, que son muchísimas, evidentemente, porque esa admiración me estimula muchísimo. Desde luego, la academia permite esto, porque encuentras verdaderos maestros. Pero también la universidad es, a veces, el lugar justamente donde se forjan las mayores enemistades y los mayores conflictos.
P.- ¿Por qué crees que el ámbito universitario favorece esos conflictos?
R.- Bueno, la respuesta más fácil sería que se debe a los celos. En fin, es una respuesta antropológica. Pero como no me voy a meter en ese jardín, creo que también hay una parte institucional. Las universidades son grandes instrumentos de formación, de investigación y de transferencia del conocimiento. Y sin embargo, lo que prevalece a la hora de evaluar la calidad de los profesores es fundamentalmente el desarrollo individual. Es decir, el protagonismo. Y eso no fomenta el trabajo en equipo.
P.- ¿Te sientes igual de cómodo en la figura de guía y en la de guiado?
R.- Quizás me sienta más cómodo, como casi todo el mundo, en la de guiado, porque es muchísimo más cómoda. La palabra ‘guía’ me da un poco de reparo, también por sus resonancias políticas. Abogaría por una concepción de guía como alguien que abre espacios. Yo, más que sentirme guía de nada, me siento una persona que ahora mismo tiene la posibilidad de abrir espacios para que ocurran cosas y para que las personas a las que admiro puedan desarrollar su talento. Creo que, modestamente, soy un buen docente. Mis clases son muy interactivas, y no por las novedades de la flipped classroom que nos imponen las nuevas pedagogías, sino porque realmente me gustan las clases que construimos entre todos. Evidentemente, teniendo en cuenta que yo soy el profesor, y que evidentemente sé más de la materia. Creo en ese poder de de lo que surge de entre muchos. «Entre muchos decimos verdad», como decía Heráclito. Y creo que esto sigue siendo así en filosofía.
P.- ¿En qué momento está tu carrera académica, ahora que eres director del Círculo de Bellas Artes?
R.- Ahora mismo estoy de excedencia. El término técnico es un poco más complicado, pero básicamente es una excedencia. Es una oportunidad que me ha dado la Universidad Autónoma. Al mismo tiempo que soy director del Círculo, me han nombrado profesor honorario porque quiero seguir con esa vinculación con la universidad, y sigo dando clases en el master y alguna clase en el grado. Evidentemente, sigo investigando y sigo gestionando los proyectos que me corresponden. Me siento realmente ciudadano de dos mundos, como diría Kant. Justamente buscando un vínculo entre ambos mundos, el de la cultura y el de la universidad, que pienso que se han dado la espalda muchas veces.
«La cultura y la universidad se han dado la espalda muchas veces»
P.- ¿Por qué crees que se han dado la espalda y qué se puede hacer para remediarlo?
R.- La primera pregunta es muy difícil, porque creo que es un fenómeno muy español. Muchas veces se trata de cuestiones biográficas. No ha habido tantos trasvases de uno a otro como, por ejemplo sí que ocurre en Italia o en Francia. Y en segundo lugar, porque creo que son mundos muy distintos. Las universidades en España han vivido su propio ecosistema y se han abierto poco a la sociedad. Por suerte, eso está cambiando mucho desde que se ha puesto la transferencia del conocimiento como la tercera misión de la universidad, a veces incluso más valorada que la docencia o la investigación. La oportunidad está en cómo se transfiere el conocimiento de las humanidades a la sociedad. Todos tenemos muy claro que la filosofía, la antropología o la filología son fundamentales para la sociedad, y que no podemos renunciar a ellas. Pero si nos preguntamos cómo acontece de manera práctica esa transmisión, es muy difícil responder. En medicina, en biología o en arquitectura, sabemos perfectamente cómo se transfiere esa investigación a la sociedad: con prototipos, con contratos de investigación y patentes. Pero, ¿qué pasa con las humanidades? Yo sostengo que la transferencia del conocimiento en artes y humanidades se hace a través de la cultura. Entonces, desde esta óptica, si abandonamos conceptos como la divulgación, que creo que han hecho mucho daño a ese propósito, y si aprovechamos también coyunturas actuales, como los sexenios de transferencia que premian en todos los ámbitos esa capacidad del profesorado, se abre una gran oportunidad para aumentar los contactos entre cultura y universidad.
P.- ¿Por qué son importantes las humanidades para la sociedad?
R.- Las humanidades, al igual que las artes, son fundamentales por muchas razones. Pero si hay que destacar una es su capacidad de transformar las preguntas, ponerlas bajo sospecha. Hacer ver los implícitos, los presupuestos, los sesgos, las condiciones de poder que existen tras las preguntas que nos estamos haciendo y a las que estamos buscando respuestas. No puede haber genuina innovación sin la aportación de las artes, de las humanidades, del pensamiento, que innovan hasta el punto de cambiar las preguntas que nos hacemos.
P.- Hace poco, tuvisteis en el Círculo unas jornadas sobre Humanidades y Empresa en las que participaron también nuestros amigos del Instituto de Empresa. ¿Cuál es esa relación entre las humanidades y la empresa privada?
R.- Ese encuentro, que yo creo que fue muy exitoso, contó en su inauguración con la participación de la vicepresidenta Nadia Calviño y con responsables de primerísima línea de varias universidades, pero también de distintas empresas. Eso fue muy interesante. Desde el Círculo, intentamos buscar la posible participación de las humanidades y las artes en diferentes ámbitos de la sociedad: la comunicación, la inteligencia artificial, el turismo, la medicina… Y ese foro estaba destinado y dedicado a la empresa. Creo en la participación de las humanidades en la empresa de dos maneras. En primer lugar, por el papel social de la empresa. Hoy en día, en nuestro contexto de sociedad civil absolutamente hipertrofiada frente a las estructuras públicas, la empresa es un actor fundamental de la sociedad y, por lo tanto, debe promover valores, más allá de la búsqueda del rendimiento económico, que debe ser evidentemente su primer objetivo. Y por eso, debe haber una intervención de la ética de las humanidades dentro de las empresas para aclarar cuáles son esos fines, de modo que también las empresas puedan así participar en la consecución de una sociedad más igualitaria, más libre y más justa. También creo que las humanidades pueden aportar mucho dentro de las empresas: transformando sus modelos de gobernanza o nutriendo culturalmente a los equipos, con beneficios como dar a los empleados la posibilidad de intervenir en la programación cultural de su ciudad, de modo que ellos mismos sean más cultos.
P.- Al hilo de esto, pienso en el concepto de capitalismo woke. Algunas empresas han adoptado el discurso dominante sobre la justicia social simplemente para lavar su imagen. Y surgen paradojas, por ejemplo, se solidarizan con el movimiento LGTBI, pero siguen operando en países como Arabia Saudí. ¿Temes que las empresa utilicen estos valores como bandera por conveniencia, pero no por convicción?
R.- Es una buena pregunta. Y aquí me voy a poner hegeliano. Aunque sucediera algo así y haya un beneficio oculto, la empresa ya estaría de algún modo haciendo su trabajo. La difusión de ciertas ideas de mayor igualdad, de mayor compromiso social, de no discriminación, ya me parecería una cierta victoria.
P.- La hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud, que decía La Rochefoucauld.
R.- Efectivamente. Pero yo creo que cada vez más empresas se están dando cuenta de que, frente a un cortoplacismo del mero rendimiento económico, apostar por estos valores en serio, de verdad, al final tiene enormes beneficios hacia afuera, pero también hacia adentro. No olvidemos el ‘hacia dentro’ de las empresas: la fidelización, por ejemplo, de los empleados. La auténtica convicción de los empleados hacia el proyecto de esa empresa. En este foro que tuvimos, un altísimo directivo de una gran cadena de supermercados -que, por cierto, está formado en filosofía- explicó hasta qué punto sus decisiones diarias se ven inspiradas por Kant. Quizás fuera una hipérbole, pero analizando determinadas cosas que ha hecho esa compañía, me he dado cuenta de que a lo mejor es verdad. Esto a lo mejor te hace competitivo, no desde un punto de vista estrictamente económico, pero competitivo en otro sentido.
P.- ¿Crees que hay una demonización injustificada de las grandes empresas por parte de ciertos sectores políticos?
R.- Sin duda. Es muy fácil y es un discurso que vende mucho. Cuando me presenté por primera vez en la facultad a un puesto de representación, uno de los puntos de nuestro programa era «Fuera la empresa de la universidad». Sinceramente, no teníamos ni idea. La colaboración entre la universidad y la empresa, siempre que se haga de igual a igual, me parece algo muy sano, tanto para la universidad como para la empresa. En un contexto en el que, sobre todo en determinados lugares y determinadas comunidades autónomas, la inversión en sanidad o en investigación está decreciendo de manera alarmante, hay todo un trabajo que se está haciendo desde la empresa privada, sin el que seguramente no habría, por ejemplo, desarrollo de nuevos fármacos o de nuevas técnicas médicas. Entonces, al mismo tiempo que se demanda una adecuada financiación de lo público, también se debe reconocer el enorme papel social que las empresas están haciendo para la mejora de nuestra calidad de vida. Las dos cosas no son incompatibles. De hecho, el Círculo de Bellas Artes es una organización privada, sin ánimo de lucro. Lo privado y lo público pueden coexistir.
«La inversión en sanidad o en investigación está decreciendo de manera alarmante, hay todo un trabajo que se está haciendo desde la empresa privada, sin el que seguramente no habría desarrollo de nuevos fármacos o de nuevas técnicas médicas»
P.- ¿Crees que esa coexistencia especialmente necesaria en el sector cultural? ¿Debemos abrirnos a la cultura del mecenazgo y la filantropía tan arraigada, por ejemplo, en Estados Unidos?
R.- Sí, evidentemente la cuestión del mecenazgo es fundamental, porque el mecenazgo, si se desarrollara bien en España, introduciría fondos privados en todo el sector cultural. Y además fondos privados que vienen desde amantes de la cultura y quieren apoyar al sector cultural, pero que no quieren controlarlo. Y eso es fundamental, porque la independencia, igual que es fundamental en la universidad, lo es para las instituciones culturales. El Círculo de Bellas Artes es la única gran institución cultural de este país que es privada, no pública, y por lo tanto, libre de todo condicionamiento político. Siendo privada, no depende de una fundación, de un banco o de una aseguradora. Esa independencia absoluta la tiene el Círculo por ser una asociación. Al final, el hecho de ser una institución de un carácter muy democrático es impagable. Ojalá se pudiera replicar mucho más.
P.- ¿Cómo llegas a la dirección del Círculo de Bellas Artes?
R.- Llevaba años en la universidad. Era vicedecano de investigación. Por lo tanto, gestionaba un mundo muy complicado, como es la gran facultad de Filosofía y Letras de la Autónoma. Al mismo tiempo, llevaba desde el año 2014 colaborando con la Escuela Sur, que es esta escuela de artistas en el Círculo de Bellas Artes, que aspira a formar lo que llamamos artistas totales contra toda la especialización. Y ahí yo, con otros compañeros, me encargaba de las asignaturas teóricas. Eso me permitió conocer muy bien el Círculo. Cuando se produjo la vacante del anterior director, Juan Barja, que había hecho un excelente trabajo, hubo un concurso. Se me animó a presentar el proyecto. Al final, tuvieron la mala idea de elegirme a mí entre todos los proyectos presentados.
P.- ¿Cuál dirías que es el punto diferencial de tu programa?
R.- Los grandes ejes de mi programa han sido el rejuvenecimiento del público y la programación, la internacionalización y una comprensión no exclusivamente digital de la innovación. Han ido en esta línea exposiciones como las dedicadas a Tintín y a Stanley Kubrick. No han sido bien recibidas por todo el mundo porque son exposiciones muy mainstream, a pesar de ser de una enorme calidad y contar con un equipo de comisarios extraordinarios. Pero a veces causa malestar tener una exposición que tiene más de 100.000 visitantes, que para nosotros es una cifra enorme. Siempre hay, sobre todo desde cierto periodismo, cierta visión muy alternativa y a veces un poco purista de la cultura. A veces, esas exposiciones se tachan como una especie de rendición hacia un criterio orientado al mercado. Pero yo no comparto este punto de vista.
Nosotros fuimos pioneros de las grandes exposiciones inmersivas. como la de Van Gogh, que atraían a un público muy distinto del que va normalmente a las instituciones culturales y a los museos. Por otro lado, se hacía un modelo de exposición muy de tesis, muy de autor. Creo que actualmente, poco a poco, hemos ido acercando esos dos mundos. Ya no hacemos exposiciones inmersivas. Hacemos este otro tipo de exposición que creemos que tiene un valor muchísimo mayor desde el punto de vista artístico y cultural. Y por otro lado, seguimos haciendo exposiciones muy selectas.
P.- ¿Cuál la estrategia respecto a la juventud?
R.- Nosotros teníamos una responsabilidad mayor que cualquier otra institución cultural por atraer a la juventud, quizás porque nuestra propuesta cultural había quedado un poco envejecida. Hemos conseguido bajar la edad media del público de nuestra programación. Y eso se ha hecho de muchas maneras. Entre otras, intentando unificar el público. A ese casi millón de personas que sube cada año a la azotea, que es un público sobre todo extranjero y joven, hemos intentado llevarle a nuestra programación. Lo hemos conseguido, al menos en parte. Pero contestando a tu pregunta, yo creo que esta generación, sobre todo, quiere tener una voz propia. Los jóvenes de 20 años no iban al Círculo porque no había gente de su generación allí, con propuestas expositivas, dando conferencias, presentando libros, dando recitales de poesía u organizando congresos. Evidentemente, no hay que caer en la simplificación y en el peligro de segmentar las propuestas culturales: «Voy a traer a un veinteañero para que vayan a escucharle veinteañeros. Voy a traer un señor de 50 para que vayan señoras de 50». Pero para atraer a estos jóvenes, hay que empezar por ahí.
P.- Es una generación que está bombardeada por imágenes, por estímulos, algunos de mayor o menor profundidad cultural. ¿Consideras importante ponerlos en contacto con otras imágenes o es preferible invitarles a la desconexión y a un viaje más interior?
R.- Lo tengo clarísimo. Apuesto por la segunda vía. Para mí es paradigmático un artículo que publicó Diego S. Garrocho que se titulaba «Educar es resistir». Y él allí decía exactamente esto: ante el imperio y la dictadura de las imágenes, la educación y también la cultura tienen que proponer todo aquello que, como diría Heidegger, no está «a la mano», es decir, inmediatamente disponible. Ahora mismo estoy embarcado, por ejemplo, en un pequeño proyecto filosófico de reivindicación del aburrimiento. Porque el aburrimiento ha sido considerado en la historia de la filosofía como una puerta de acceso a un conocimiento más profundo, a un autoconocimiento, a ir hacia la libertad. A veces, hoy en día está el drama de que muchos no saben o no sabemos aburrirnos. Se ha perdido la posibilidad incluso de aburrirse teniendo un teléfono móvil siempre encima, que nos proporciona estímulos incesantes. No solo abogo por la desconexión con respecto a las imágenes, sino por sacar de las experiencias aburridas todo el jugo intelectual y existencial. De lo contrario, estaremos condenando a varias generaciones a la incapacidad de aburrirse y a estar constantemente buscando un estímulo externo, que les dé un chute casi como si fuera una droga.
«El Círculo de Bellas Artes es la única gran institución cultural de este país que es privada, no pública, y por lo tanto, libre de todo condicionamiento político»
P.- Otro de los proyectos en los que estás involucrado es el llamado Failure Project, un proyecto que indaga sobre el fracaso.
R.- La razón por la que es interesante para mí y por la que también la Unión Europea decidió financiar este proyecto con 1 millón y medio de euros -lo cual ha permitido montar un proyecto de investigación de más de 100 investigadores en todo el mundo, con 13 instituciones, universidades y instituciones culturales de primerísima magnitud- es porque igual que no sabemos aburrirnos hoy en día, tampoco sabemos fracasar. O dicho de otra manera, fracasamos mal. Como ocultamos el fracaso vergonzosamente, entendemos que vivimos en una sociedad donde solo el éxito tiene un valor. En el otro extremo, que sobre todo es el extremo empresarial o a veces del coaching, fracasar se ha vuelto casi un deber: algo que se exhibe impúdicamente. Dime cuántas veces has fracasado y te diré hasta dónde puedes llegar. Nosotros apostamos, como diría Samuel Beckett, por saber fracasar mejor. Ello encierra actitudes como la resiliencia, el perdón y la disculpa del fracaso ajeno, que se están perdiendo absolutamente y que es necesario rescatar, en la medida en que el fracaso constituye probablemente uno de los elementos constitutivos de lo que es el ser humano.
P.- Cerramos con la pregunta habitual, ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?
R.- Voy a apostar por una gran mujer. Una investigadora que es muy buena comunicadora y que, sobre todo, ha reflexionado mucho sobre la comunicación. La filóloga Lola Pons.