Gutiérrez Aragón reflexiona sobre las narraciones en su último libro
«Reuní los relatos de Oriente para que no se perdieran y, al hacerlo, al irlos ordenando, me di cuenta de que todos tienen un nexo: la reflexión sobre las narraciones»
No se sabe bien dónde hay más imágenes, si en sus películas o en sus libros. Manuel Gutiérrez Aragón siembra ambos géneros de fértiles representaciones. Oriente (Anagrama, 2023) es su último trabajo literario. Esta vez, de relatos. Y como en sus cinco (ya son cinco, aunque la cifra le sorprende incluso a él) novelas anteriores, sus personajes reposan sobre las páginas, pero a ratos parecen cobrar vida. THE OBJECTIVE se cita con él en la cafetería del hotel Eurobuilding de Madrid, y aquí empieza una charla que comienza por la literatura y termina en el cine, porque una vida entera dedicada al celuloide, claro, pesa. Sin embargo, el firmante de obras como La vida que te espera o La mitad del cielo siempre quiso escribir. Por eso logró el ingreso en Dirección en la Academia de Cine, por un guion brillante, aunque había tortas para entrar. Toda una carrera dándole a la palabra el valor central que tiene.
«Reuní los relatos de Oriente sobre todo para que no se perdieran y, al hacerlo, al irlos ordenando, me di cuenta de que todos tienen un nexo: la reflexión sobre las narraciones», comienza diciendo el escritor. En el que abre el libro y lleva por nombre El matemático, observamos, traza un paralelismo hermoso entre los números y las narraciones: «Es cierto, porque nunca se acaba de contar, igual que sucede con en el cálculo infinitesimal. Ese es el símil», apunta.
Las narraciones se terminan, y Manuel lo sabe, por delicadeza. Porque hay que contar más historias. Pero antes de colocarles su punto final, es importante que todo funcione a la perfección, máxime si el género elegido es el cuento: «En un relato sucede como en un corto (frente a una película): todo tiene que servir para algo. Mientras que la novela tiene ramas, afluentes, corrientes internas, pantanos… en un relato cada palabra está medida, y eso me gusta mucho hacerlo. Es un gran placer encontrar la precisión narrativa que exige», confiesa Gutiérrez Aragón.
Y lo logra. Es un estudioso de la forma: queda patente en estas ocho narraciones cortas que se presentarán este martes 18 de abril en la RAE. En cuanto a su estilo, la gente le dice que es surrealista, y cierto surrealismo envuelve algunas de estas historias sin dejar de ser simplemente eso, un envoltorio. En Sevilla en el fondo del mar, por ejemplo, el cielo de la capital andaluza amanece cuajado de peces, pero el protagonista de la historia, Manuel, sólo piensa en su ruptura: su novia Rocío le ha dejado por un inglés malencarado llamado John. En su vagar por esa Sevilla marina, a Manuel le importa un pijo que el cielo esté perlado de salmonetes y doradas. La anhedonia funciona así, ya lo sabemos.
«Tú lo has dicho, a mí lo de los peces me importaba nada, es más un estado de ánimo. Cuando me encargaron el cuento me dijeron ‘ahora eres un escritor de realismo mágico’, ¡y a mí me horripila el realismo mágico!», dice entre risas Manuel, y añade: «Es una narración que no llevaría al cine, porque en el cine tienes que verlo de verdad, pero en el relato los peces son palabras». Él se reivindica realista: «Siempre he pensado, también cuando hacía cine, que era un director realista y un escritor realista. Luego la realidad me demuestra que no, y sobre todo los demás. Pero soy el primer sorprendido, a mí los relatos que me gustan son los realistas, la ciencia ficción no me gusta demasiado. Y el surrealismo me sale un poco sólo. Es una combinación distinta de elementos reales, pero no es un surrealismo voluntario».
Lo que Manuel sin duda tiene es confianza en el lector. Por eso deja en sus manos la interpretación final del texto en casi todos estos relatos: «Sí, en ese sentido soy muy seguidor de Roland Barthes porque pienso que el lector da el último brochazo a una narración. En el cine no pasa tanto, es difícil imaginar cosas que no están en la pantalla, pero en un relato según quien lo lea puede tener distinto significado».
Y en su libro hay lugar, también, para lo biográfico. El cuento Oriente, que da título a todo el volumen, está basado en una historia que le contaba su abuela, que vivió en un tumultuoso Santiago de Cuba. Allí se celebró una recepción oficial en la que se colaron representantes de la insurgencia y, como cabe esperar, se lió tremenda. Y en ésas, su abuela tonteaba a la vez con un teniente y un insurgente: «De alguna manera es el origen del autor de los relatos, pues su abuela le cuenta que es nieto de un comerciante y de una narradora de cuentos. De hecho mi padre nació en oriente, era cubano, y todavía tengo el acta de nacimiento que decía ‘nació un varón de raza blanca’, porque en esa época había que especificar», comenta con simpatía Aragón.
Como biográfico es también, en su caso, el cine. En Sesión de cine, el tercero de los cuentos,reflexiona sobre la capacidad evocadora de este arte y sobre ese mundo que casi siempre es mejor que el real. Un universo propio sin esperas ni desplazamientos, ni exceso de fotogramas. La pregunta es obligada: ¿lo añora? Se le abren los ojos para contestar: «¿El cine? Totalmente. Siempre. Siempre. Pero el cine es muy fatigoso físicamente, eso no se explica en las escuelas de cine, pero hay que estar muy entrenado para resistir un rodaje. Y ahora para hacer una película o serie hay que esperar mucho tiempo, tienes que ir a televisiones, te hacen cambiarlo…». Aquí comienza un intercambio rápido:
–¿Eso le pasaría incluso a usted?
–Eso me han dicho muchos y yo siempre contesto lo mismo: lo dejé antes de que me pasara.
–Fue un dejamiento preventivo.
–Sí. Pero sí lo echo de menos, sí. El cine es mucho más intenso.
Echando la vista atrás, Gutiérrez Aragón recuerda que las películas que hacían sus colegas y él eran transgresoras, audaces, sin tapujos: «Y ahora todo se ha vuelto tan aséptico que eso va en contra de la esencia del cine, que tiene que ser provocador. Así que muchos pensamos que aquello que hacíamos ahora no nos dejarían hacerlo, no porque haya censura, sino porque dijeran ‘mira, haz otra cosa’». Aun así, la tentación de volver a hacer una peli siempre flota en su mente: «Pero prefiero no caer en ella», vuelve a decir riendo con franqueza.
Sea como fuere, el cine sigue pesando mucho en la vida de Manuel: «Fíjate, en mis sueños y pesadillas, las pesadillas son de cine, no de literatura». No en vano han sido «entre quince y veinte películas», dice, «según se cuenten», aunque él no suele contarlas. Una de sus grandes obras, La vida que te espera, guarda ciertos paralelismos en cuanto a temática y tratamiento con la gran ganadora de los Goya de este año, As Bestas. «A mí me alegró mucho ver As Bestas porque veo que después de unos ciertos años se puede volver a hacer un cine más de autor, no sólo de drogas en el Estrecho. Me ha reconciliado un poco con que es posible seguir haciendo un cine muy especial. Este año ha sido una muy buena cosecha de cine». Hablando de cine, lo próximo suyo será una recopilación de sus escritos sobre el séptimo arte. La publicará Cátedra y estará bajo la batuta del historiador y crítico cinematográfico José Luis Sánchez Noriega.