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Cultura

‘Clandestina’, la historia de la judía que eludió su deportación camuflándose en Berlín

La judía berlinesa Marie Jalowicz Simon se alojó durante el auge de Hitler con los más impensados anfitriones para escapar de los campos de concentración

‘Clandestina’, la historia de la judía que eludió su deportación camuflándose en Berlín

Marie Jalowicz Simon. | Cedida.

Cualquier personaje literario realiza un viaje, un trayecto más o menos infortunado que termina por cambiar su personalidad y le obliga a replantearse sus pensamientos iniciales. En el caso de Clandestina, las memorias de la judía Marie Jalowicz Simon hechas libro, este viaje es una huida hacia delante frenética en pos de la supervivencia. Y, en su caso, nada cambia dentro de ella en todo este periplo: de principio a fin de la aventura tiene claro que desea vivir, y que para ello se alojara donde sea necesario y con los compañeros de piso más insospechados, desde artistas de circo y comunistas comprometidos hasta nazis furibundos a los que ocultar su origen. Y todo ello sin salir de su Berlín natal. No en vano, su historia no es una historia de ficción, sino el relato de la cruda realidad que vivió, y esa siempre tiene códigos distintos a los que inventamos.

En 1942, la autora de este libro de memorias tenía 19 años, vivía en Berlín y tenía claro que haría todo lo posible por escapar de los campos de concentración, el destino reservado para ella y su familia. Clandestina es un libro largo y viene a sumarse al inmenso catálogo de productos culturales que tienen como tema central el Holocausto, pero es también diferente a todo lo visto, leído u oído hasta la fecha porque encierra un valioso retrato de las redes de clandestinidad que operaron en Berlín desde el auge de Hitler y la consumación de sus planes antisemitas hasta su caída. Y resulta verdaderamente asombroso viajar con la autora hasta esas casas y descubrir con ella a toda la retahíla de personajes que le dieron cobijo, a sabiendas o no de que era judía. 

El relato de Marie Jalowicz Simon puede llegar a nuestro días gracias a que, cincuenta años después de lo vivido, en el tránsito cercano a su muerte, la autora cogió una grabadora y narró uno tras otro todos los acontecimientos que vivió durante su etapa clandestina. Sus peripecias quedaron registradas en una especie de larguísimo podcast compuesto por 77 casetes, un testimonio vital de inmenso valor que su hijo recogió y bajó al papel en este libro publicado por primera vez en inglés en 2014 y que en 2022 llega a nuestro país editado de forma deliciosa por Errata Naturae y Periférica. Por el modo en que Marie narró su experiencia, exenta de emociones tras haber transcurrido medio siglo, el libro no es un ejercicio de estilo, sino una yuxtaposición de vivencias. La elipsis de alguna de sus partes le habrían aportado otro ritmo, pero también habría dejado de respirar la autenticidad que contienen sus 463 páginas. Y en ellas hay tesoros de un valor incalculable.

Véase por ejemplo el pasaje en el que Marie relata cómo consiguió escapar de la detención que la conduciría a un campo de exterminio. La joven judía había abandonado recientemente el trabajo forzado -y a cambio de un sueldo mísero- en Siemens, alegando primero enfermedad y posteriormente, hablando a las claras: 

–¿Por qué quiere irse de aquí?

–Quiero salvarme.

–No me parece una buena idea. La asignarán de inmediato a otro sitio (…).

–Prefiero el páramo helado y prefiero estar sola porque veo en qué va a acabar esto. Nos deportarán, y será el final para todas.

Después de esa primera gesta, tenía decidido que en modo alguno iba a acompañar a los agentes de la Gestapo que fueron a detenerla al llegarle el turno. Por eso, cuando se presentaron en el domicilio de la señora Jackobsohn, que la acogía temporalmente, le pidió primero al que fue hasta los pies de su cama que le permitiera bajar un momento a que la vecina le hiciera un pequeño desayuno antes de marchar «a declarar». Una vez en el rellano, y en combinación, bajó hasta el portal y, al encontrarse al segundo agente, cambió de papel como si de una actriz camaleónica se tratara: «‘¡Joer, buena la he armao!’, exclamé. ‘Pues no se me ocurre limpiá la manilla antes de ir pal trabajo y el enano, tié dos años y medio, el renacuajo, va y me cierra la puerta. ¡Y ahora me tengo que ir así en combinació a casa la suegra a po otra llave, y me sale un tío en el portal pa tirarme los tejos! (…)’. En esa línea. Él se murió de risa, me dio una palmada en el culo y se mostró encantado (…). Me hizo falta una gran disciplina para caminar despacio hasta la siguiente esquina. Allí eché a correr». 

El ingenio concentrado en esa huida, de aplauso, es el mismo del que tiró durante los tres años siguientes para encontrar siempre una salida y zafarse de la muerte. En su rocambolesco periplo vital trata incluso de casarse con un chino, un subterfugio que a los judíos de la época les daba un pasaporte para fugarse al país asiático. No lo logra y sigue viviendo una especie de cien vidas concentradas en una, una experiencia agotadora que, en cambio, no la deja sin energía. Casi podría decirse que lo que más toca el ánimo de Marie es enfrentar el rechazo de su propia comunidad al huir de la «convocatoria» a la que estaban llamados los judíos. Así, Marie mantiene pequeñas escaramuzas con los pocos familiares que aún están vivos y que han decidido no presentar batalla y dejarse transportar por los trenes sin retorno. Incluso con su propio novio se da un adiós desabrido: «En aquel último encuentro estuvimos muy tensos. Presa de un miedo cerval, recorrí con él la Memhardstraße y la Münzstraße: él llevaba la estrella judía, y yo, por supuesto, no. Sentí una angustia espantosa. ‘Habrá que esperar a ver quién de nosotros ha tomado el camino mejor, quién se dirige hacia la vida y quién no’, me dijo. Renuncié a exponer una vez más mis argumentos. Él, sin embargo, no tuvo inconveniente en repetirme un par de preceptos morales levantando el índice: que yo era de una buena casa judía y no debía olvidar de dónde venía». 

Marie siempre le insistió a su hijo en algo importante para ella: que nadie la llamara «ilegal» pues ilegal, decía, había sido «el mayor asesinato técnico de masas en la historia de la humanidad». Cuando en 1945 fue libre al fin y pudo dejar la clandestinidad, se estableció en su propio piso y consignó una serie de certezas que le acompañarían hasta su muerte y que su hijo recoge en una suerte de epílogo que cierra esta singular obra: « No quería casarse con un no judío; prefería estar sola a tener una pareja sin formación superior; le importaba seguir siendo honesta, como siempre lo fueron sus padres y sus antepasados; se propuso ‘no tutearse con cualquiera’, como era habitual en los bares, y jamás ‘despotricar contra los alemanes de manera indiscriminada’, pues había entre ellos quienes la ayudaron».

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