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Cultura

'El puente de los suicidas', una disección de la decisión final

La novela de Alfonso J. Ussía es una autopsia de las calamidades que empujaron a muchos a precipitarse por el viaducto de Segovia en el Madrid de los noventa

‘El puente de los suicidas’, una disección de la decisión final

Alfonso J. Ussía. | The Objective

El título del último libro de Alfonso J. Ussía, El puente de los suicidas (Círculo de Tiza), no es una metáfora. Trata, efectivamente, de suicidios en el viaducto de Segovia de Madrid y es una novela que, si bien se lee muy deprisa, genera cien preguntas. Espero que el autor me las resuelva sentados en una terraza del Retiro ante dos cervezas, que cuestan 3.70 euros cada una. «Esto es lo que no puede ser», dice Ussía. «Que te claven 3.70 por una cerveza mientras haya políticos que trafican con pagas y con indultos dejándonos a nuestra suerte». 

Asiento sin querer entrar en política. Prefiero hablar sobre dónde empieza la verdad y dónde termina la ficción en El puente de los suicidas. «Efectivamente, el bar Esperanza existió. En el esquinazo que hay si coges Bailén con Cuesta de los Mancebos. Enfrente estaba el mesón con el famoso Mono Manolo», responde Ussía, que se enciende un pitillo agarrándolo con índice y pulgar, en plan canutero. «Así son todas las historias de suicidios que se narran. Lo que cambia es la localización, algunas me las he traído de fuera del viaducto, y las fechas, claro. Ha habido un trabajo de investigación. Me he pasado muchas horas preguntando por la zona. Como cuando me contaron que no tuvieron pan durante tres días en el 97 porque un suicida aplastó al churrero. Lo que no quiere decir, también, que no haya partes de ficción para darle sentido a la historia».

Portada del libro.

El suicidio como respuesta última

Pese a que en su anterior novela, Vatio, Ussía se asomaba al infierno, confiesa que nunca ha intentado suicidarse. «Como casi todas las personas, he reflexionado sobre el asunto. Meditado la opción. Pero nunca con la conclusión de llevarlo a cabo. Por supuesto que sé de gente que se ha suicidado. Más allá de todos estos casos de los que hablo. Es un impulso inhumano porque contradice el instinto de supervivencia, pero también propio sólo de la conciencia. Algo que nos puede pertenecer a todos y que, a la vez, es el mayor mal que tiene la sociedad hoy día».

Lo cierto es que los datos son escalofriantes. «En 1998 se suicidaron 3.000 personas», asegura Ussía. «Hoy se suicidan 4.000. El efecto llamada está comprobado que es real, pero también es verdad que lo que se ha hecho hasta ahora no ha servido para nada. El tabú no ha mermado los suicidios».

El Viaducto de Segovia de Madrid. | Wikimedia Commons

Sin embargo, hay situaciones en las que una retirada a tiempo de la vida puede ser una victoria frente al dolor. «Claro», responde el escritor. «Yo te hablo sobre todo en los grupos mayoritarios como en los jóvenes, en los que no tiene ningún puto sentido que alguien se suicide. Entiendo que tengas 70 años y una enfermedad terminal y, en ese caso, yo voy a ser el primero que voy a ir a cogerme tres gramos de caballo y palante. Vamos… Con una sonrisa de oreja a oreja. Pero lo más importante es que tiene que ser la manera con la que menos sufran quienes están a mi alrededor. No puedo dejar a mi hijo preguntándose por qué se suicidó su padre. Oye, los problemas se arreglan y todo tiene, mal que bien, una solución. La muerte no puede ser una respuesta porque es la última».

Los personajes de la novela transitan desde la desesperación frívola al miedo cerval, de la puerilidad adolescente a la mística predisposición familiar… Todos, sin embargo, comparten el monopolio de su mirada hacia ellos mismos. Y si piensan en los demás, lo hacen como efecto colateral. «Hay que dejar de mirarse tanto el ombligo», dice Ussía. «Hoy la gente pasa por verse como la medida de todas las cosas. ‘Yo soy lo más importante’. ‘Yo soy mis filtros de Instagram’. ‘Mira qué guapo salgo en las fotos’. Yo tengo muchos derechos, sí, pero también tengo mis obligaciones. Sobre todo, de cara a los nuestros, a quienes debemos intentar hacer la vida fácil y no putearlos. Y tú, frente a esa gente que te quiere o te ha apoyado, ¿eres tan narcisista que te vas a quitar de en medio?»

Le cito una frase de Alejandra Pizarnik: «No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo», con la que se despidió de una poética muy encomendada a la autodeterminación vital vía bote de barbitúricos. «Esa es una frase muy honesta», responde Ussía. «No pertenece a alguien que intenta suicidarse, sino que se suicida. Creo que la muerte nos acompaña siempre, pero sobre todo a quienes amamos tanto la vida que tememos que esto se acabe. Porque intuimos que cuando llega el fin, adiós al rock’n’roll, se acabó la función. Pero también hay quien está determinantemente quemado y ha meditado mucho su decisión. Aunque ello no quiere decir que me parezca buena».  

Los bares de Madrid

Cambiando de clima a asuntos menos escabrosos, le recuerdo que nos hemos dado cita en un bar. Porque el Esperanza, aunque sea sólo un bar, lo es todos al mismo tiempo. «En Madrid, los bares son hogares. Las cosas han cambiado, pero los bares eran la extensión del cuarto de cada uno. Hay bares a los que me gusta volver. Ray [Loriga] dice que el mejor bar es el más cercano, aunque yo no lo comparto del todo».

Bares, pero no cualesquiera. Bares castizos, de siempre, donde se fiaba al personal y se hacía piña. Bares de una ciudad que, a pesar de que la obra transita un poco hacia Santander, se enmarcan en una polaroid urbana del Madrid del 99. «Efectivamente, el personaje protagonista de la novela es Madrid. Yo soy gato de los pies a la cabeza y me gustaba la idea de homenajear a esta ciudad que, poco a poco, se hace cada vez menos humana. Antes salía de mi casa y sentía una sensación un poco de pueblo grande. Ahora, con la vida de la pantalla, va todo el mundo mirando el móvil. El Madrid de antes me parece un Madrid mucho más generoso con el ciudadano, el transeúnte, con todo. La gente te miraba a los ojos. Ahora la ciudad es más generosa con el turista que viene a gastar viruta que con cualquiera».

El puente de los suicidas es una novela que planea sobre la decisión final, al tiempo que es un retrato ameno de una forma de vivir la comunidad en las grandes ciudades abocada a la desaparición. Relaciones y amoríos endulzan las amargas caídas que pintaron de sangre y calcio los bajos del viaducto de Segovia. Páginas para viajar al inminente final del siglo pasado recordándonos una dolencia que, día a día, está cada vez más presente.

El puente de los suicidas
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