Trillo: «Solo la unidad del centro-derecha puede acabar con esta etapa terrible de Sánchez»
El exministro y expresidente del Congreso novela en ‘El censor de Shakespeare’ la intimidad del dramaturgo en un contexto de tensión política y religiosa
William Shakespeare ha acompañado a Federico Trillo desde la infancia. Un buen profesor y una mejor madre se lo presentaron a través de los libros y los escenarios, respectivamente. La relación creció en profundidad y densidad a medida que se desarrollaba la fascinante vida de Trillo. De forma sutil en los estudios de Derecho y su ejercicio en el Cuerpo Jurídico de la Armada, en el acceso por oposición al Consejo de Estado y en una carrera política que lo elevó a los cargos de presidente del Congreso de los Diputados, ministro de Defensa y embajador en Reino Unido. De forma más explícita en la elaboración de su tesis doctoral El poder político en los dramas de Shakespeare, que publicó la editorial Espasa. Y de forma ya absolutamente desbocada en la novela El censor de Shakespeare, también editada por Espasa.
Novela que protagonizó la semana pasada la tertulia literaria «Más allá de las historias», una iniciativa de José María Beneyto que se integra en la Escuela Ethos de THE OBJECTIVE. Aprovechamos para charlar con el autor, más conocido (de momento) entre los lectores por su faceta política.
Y claro, la política no ha dejado a Federico Trillo. No puede evitar ver, oír… ¿Se plantea el regreso a la vida institucional? «Me lo preguntan muchas veces por la calle, pero este ya no es mi tiempo. La política y los políticos han cambiado mucho. Nuestra generación tuvo su momento, con la refundación del Partido Popular, pero ahora solo soy un militante de base del partido, y desde ahí apoyo lo que puedo, porque solo la unidad del centro-derecha puede acabar con esta situación a la que hemos llegado con Pedro Sánchez, al que considero terrible».
Política y literatura («Yo he tenido siempre una vida paralela, de lector y de escritor») confluyeron en Shakespeare en un momento decisivo: «Quedé en deuda con él porque decidí hacer mi tesis doctoral [es doctor en Derecho por la Complutense] sobre el poder político en sus dramas y me fue muy bien». Además, después de empaparse de sus obras, a Trillo le quedó la sensación de que «en su vida quedaban zonas muy en penumbra sobre las que quería arrojar luz, muchas incógnitas sobre asuntos como su sexualidad, afectividad, religión…»
La envergadura del personaje, en cualquier caso, y la habilidad del autor, hacen que la misma luz que ilumina esas penumbras del alma también se derrame por unos episodios fascinantes de la Historia: «Hay un contraste entre dos visiones del mundo moderno que asomaba. Esa época, de finales del siglo XVI y principios XVII, hace de bisagra en la Historia: estaba naciendo el hombre moderno».
Más concretamente, en la novela se observa el choque entre «la visión inglesa, ya anglicana, separada de Roma y el ordo medieval tutelado por el papado, y la visión tradicional conservadora de la España de Felipe II y Felipe III, vinculada a Trento, a la compañía de Jesús. Esa segunda fuerza, el imperio, es dueña del mundo… pero justamente al final de la novela comienza su decadencia, en parte por la pérdida del dominio de los mares, que pasa a los ingleses».
Pero antes de ahondar en los entresijos de la novela y su escritura, pagamos al autor con la misma moneda remontándonos en su propia biografía para comprender esa fascinación por Shakespeare. Dos capítulos resultan fundamentales en este sentido.
Capítulo uno. «Soy de una ciudad marítima, Cartagena. Allí los niños estudiábamos inglés en vez de francés en el bachillerato. Había una base estadounidense y nos visitaban a menudo tanto la sexta flota como muchos otros barcos, sobre todo ingleses. A los 15 años me fui a vivir a Cáceres, y allí tuve un profesor de inglés nativo que me dejó unas obras completas de Shakespeare. No entendía nada de aquel inglés antiguo, pero me fascinó la construcción de los personajes y empecé a buscar traducciones».
Capítulo dos. «Un año después, en un viaje a Madrid, mi madre me llevó al Teatro Español a ver Medida por medida, obra clave en la novela, por cierto. Fue una representación impresionante, aún conservo la reseña de Abc de aquella representación. Para un chaval de 16 años aquello era algo realmente especial, me marcó».
Tras el breve viaje sentimental a los orígenes, conectamos de nuevo con el desarrollo profesional-académico de la relación con William en la universidad. «Siempre me ha entusiasmado el reflejo literario del Derecho. En Penal, por ejemplo, no se entiende el parricidio igual sin leer La familia de Pascual Duarte. Y Shakespeare ilustra todo lo relacionado con el poder como nadie. Leyendo Macbeth decidí el enfoque de mi tesis doctoral».
La intensidad del doctorando terminó de estrechar la relación con el Bardo. Pero, como decíamos, quedaron cosas en el tintero. Lo más personal, las simas más profundas del personaje. Para ello eligió «el negativo de las obras censuradas por la Inquisición en Valladolid». Sobre ese proceso crece la trama de una novela histórica vibrante, con ritmo, pero sin renunciar al rigor. «Para construir el personaje de Shakespeare no necesitaba más que su propia vida y sus obras; me he guardado muy mucho de poner en su boca cosas que no haya dicho o escrito».
Diferente es el caso del personaje clave para esta particular aproximación a Shakespeare. La novela arranca con la llegada al Seminario para ingleses de San Albano, en Valladolid, de Monseñor William Sankey, jesuita censor de la Inquisición, para decidir si incluye en el Índice de libros prohibidos un volumen que se halla en la biblioteca del seminario: la edición infolio que reúne póstumamente 36 dramas escritos por William Shakespeare.
Una encomienda desgarradora porque Sankey fue amigo íntimo del dramaturgo desde la infancia compartida en Stratford-upon-Avon hasta las peripecias fascinantes y peligrosas de la época tumultuosa que refleja la novela. Ese desgarro desata la memoria de Sankey, que hace desfilar por la trama compartida con su alma gemela a personajes como Francis Bacon, Walter Raleigh, los condes de Southampton y Essex, Antonio Pérez, el duque de Lerma, el conde de Gondomar…
Sankey existió, ojo: «El censor de la edición infolio de Valladolid firma como William Sanky, y era, en efecto, un jesuita inglés, algo muy inusual por entonces». Aunque sobre él hay menos información que de Shakespeare, evidentemente, por lo que Trillo tuvo que desplegar su imaginación de novelista para darle densidad al personaje y hacer fluir la trama.
Pero la profundidad psicológica de Sankey, uno de los grandes aciertos del libro, tampoco renuncia al rigor de la coherencia. Su carácter atormentado tiene sentido: «He querido reflejar el sufrimiento de una persona con unas convicciones religiosas muy profundas en un ambiente muy hostil: una persecución religiosa constante, con peligro de un sufrimiento atroz en el martirio».
Lejos de la novela histórica facilona, que se limita a situar a personajes anacrónicamente parecidos al lector actual en escenarios más o menos exóticos, en El censor de Shakespeare la textura de la vida interior es sustancialmente distinta a la que desplegamos en el siglo XXI. La religiosidad, clave en la trama de la novela, se experimentaba de otra forma, central para gente como Sankey, que veía como le removían el suelo bajo los pies: «Estábamos saliendo de un mundo con una cosmovisión teocéntrica. En la Inglaterra isabelina se va presentando una visión ya anglicana de la religión, una religión desnuda, sin imágenes, más introvertida, más hacia adentro, mientras que la española es la que surge del barroco, con las grandes imágenes en los techos, los autos sacramentales de Calderón… Está muy presente en la forma de entender la vida».
Además, la visión religiosa del mundo resulta nuclear en una polémica que, se nota, apasiona a Trillo: el hipotético criptocatolicismo de Shakespeare. «Es el tema más de moda en los últimos 50 años. En la Inglaterra victoriana, donde Shakespeare era el gran mito, decir que era católico podía costarte un disgusto muy serio, pero hoy en día es una tesis no ya admitida, sino probable».
Trillo enumera «numerosos indicios racionales de catolicidad, empezando por su familia tradicionalmente católica. Su padre, incluso, deja un testamento en el techo de la casa familiar para que se sepa que él y su familia han seguido en la fe. Y en la obra del propio William aparecen rasgos católicos muy pronunciados, como la invocación a los santos y a la virgen, y el hecho de que nunca se meta con los católicos».
Por supuesto, no hay declaraciones explícitas de catolicidad. Ser católico en la Inglaterra de entonces podía costar la vida. «Una de las cosas que más disfruté documentándome para la novela fue la visita a las casas de campo con priest holes, los agujeros en los que se ocultaban los curas».
También le parece sospechoso a Trillo que Shakespeare no pintara mal en sus obras a los españoles, «algo muy llamativo, porque encarnaban el catolicismo». El enfrentamiento entre Inglaterra y España marca El censor de Shakespeare; de hecho, la segunda parte de la novela comienza con el desastre de la Armada Invencible. «Son tiempos de guerra y todo el teatro isabelino está plagado de chistes e insultos contra los españoles. En Shakespeare, en cambio, no hay nada de eso. ¿Por qué? Porque va unido a la vieja fe de los españoles, de la que son los baluartes».
Sin embargo, la novela arranca y despega con el proceso de la Inquisición contra sus obras. «No vamos a destripar la trama, pero…» Trillo vence la tentación de hablar de algo que a estas alturas ya se ha revelado como una pasión especial y significativamente intensa. El poder, la historia, Inglaterra, España, la religión… Tantas cosas tan cercanas le han ido confluyendo en Shakespeare hasta dar en su bautismo como novelista.
Además de la obvia influencia del Bardo de Avon, Trillo reconoce la influencia en la escritura de El censor de Shakespeare de obras como El nombre de la Rosa, de Umberto Eco; Esa dama, de Kate O’Brien («una magnífica novela sobre la princesa de Éboli que retrata muy bien a Antonio Pérez»); Los nuevos aristócratas, de Michel De Saint Pierre, o incluso de la estética de Harry Potter para recrear ciertos escenarios.
Saldada la deuda con el ya íntimo William, ¿hacia dónde se dirige una inspiración literaria que parece irremisiblemente destapada? «Estoy trabajando, sobrecogido, en una novela sobre uno de los intelectuales al servicio de la de la Segunda República Española que decide dejar su puesto de embajador en Londres para regresar a España, donde sus hijos se incorporan al ejército nacional». ¿Sobrecogido? «Todos los temas que van saliendo me están haciendo sufrir hoy día…» Un paralelismo inquietante que su sensibilidad al respecto no puede obviar.