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Turismo negro

Llama la atención que este furor de los selfis se produce también en los campos de concentración nazis, donde fueron asesinadas millones de personas

Turismo negro

Entrada al campo de exterminio de Auschwitz (Polonia). | Pixabay

De forma recurrente, aparece una imagen de turistas haciéndose selfis en Auschwitz que provoca un escándalo mediático. En la última, que se hizo viral a finales del mes pasado, se puede ver a un grupo numeroso de personas haciendo fotos a la entrada del campo de exterminio. Una chica posa semi tumbada, mirando al cielo en una postura más propia de estar tomando el sol en una playa. A su lado, otra muchacha juega haciendo equilibrios sobre las vías del tren que transportaba a los prisioneros a los hornos crematorios y las cámaras de gas.

La imagen es el reflejo de lo que se ha dado en llamar «turismo negro», «turismo oscuro», «yolocaust». Llama la atención especialmente al producirse en los campos nazis, donde fueron asesinadas millones de personas. Pero el furor de los selfis en lugares donde tuvieron lugar grandes tragedias va más allá. No hace mucho, con motivo de la popular serie de televisión Chernobyl, una noticia daba cuenta de que cientos de turistas visitaban la central nuclear siniestrada. Hace aún menos, otra noticia informaba de la reactivación de lo que se denomina «turismo de guerra» con motivo de la invasión de Ucrania. Los países más populares para este tipo de viajeros son Afganistán, Libia, Siria o la propia Ucrania.

El fenómeno es antiguo. En algunos viajes, hace ya décadas, a Irlanda del Norte, Israel o Sicilia, tuve la oportunidad de comprobar cómo muchos turistas lo que deseaban visitar eran los lugares donde se habían producido los atentados más dramáticos en el Ulster, las zonas más conflictivas se los Territorios Ocupados o los territorios con más influencia de la mafia.

En el mismo Nueva York, tras los atentados del 11-S, miles de visitantes acudían a contemplar los restos de las torres gemelas del  World Trade Center. En París, aún hoy, los turistas se fotografían ante la sala Bataclan, donde en 2014 noventa personas fueron asesinadas en un atentado del Estado Islámico.

Aquí mismo, en España, no son pocos los viajeros que buscan los restos de nuestra Guerra Civil: las ruinas de la batalla de Belchite, el búnker del general Miaja en el Jardín del Capricho de Madrid  o el Pozo Funeres en Asturias, donde fueron asesinados nueve sospechosos de colaborar con el maquis. Por no hablar del Valle de los Caídos, convertido en popular destino turístico.

«Por culpa de las redes sociales, vivimos en una época de yoísmo, donde nosotros mismos somos los protagonistas de todo, el centro del mundo»

La visita a todos estos lugares puede realizarse, y debe, como un propósito de homenaje a las víctimas, de memoria respetuosa a quienes sufrieron esas tragedias, de recordatorio de grandes desgracias con el objeto de que no se vuelvan a repetir en el futuro. Pero en este tiempo resulta inevitable que se produzcan gestos irrespetuosos u ofensivos por fenómenos propios de la sociedad actual.

Uno, sin duda, es la masificación del turismo, donde entre las grandes masas de visitantes es difícil que algunos inconscientes propasen la línea del decoro, la decencia y el respeto. Otro más son las redes sociales, donde la viralización convierte el más mínimo gesto, que antes pasaba desapercibido, en un acontecimiento global. 

Por culpa precisamente de las redes sociales, vivimos en una época de yoísmo, donde nosotros mismos —como bien muestra la proliferación de los selfis— somos los protagonistas de todo, el centro del mundo. Así, lo importante no es el campo de concentración de Auschwitz u otros lugares donde acontecieron hechos luctuosos, sino «yo en Auschwitz», «yo en la central nuclear de Chernóbil» o «yo ante los restos de las Torres Gemelas». Cuanto más tenebroso o impactante sea el lugar, mejor.

En una reciente entrevista, el escritor mexicano Juan Villoro reflexionaba sobre el asunto. «Las sociedades se parecen cada vez más a las redes sociales —argumentaba—. En vez de ser al revés, parecería que la realidad imita a la virtualidad (…) Los matices, las dudas, las reconsideraciones, los arrepentimientos, en fin, una serie de circunstancias que hacen que el pensamiento pueda ser complejo, han desaparecido de la discusión digital». 

Y si un acontecimiento trágico, como el exterminio nazi, deja de parecernos real, para ser meramente virtual, lo desposeemos de toda su trascendencia, toda su significación histórica, todo el dolor que representa para la humanidad, para convertirlo en una mera postal, un selfi o un videaojuego.

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