'Amor y muerte': de la infidelidad y otros demonios
La interpretación de Elizabeth Olsen consigue que no abandonemos HBO Max cuando el ritmo de la serie decae, algo que juega en su contra
Candy Montgomery. Este nombre no para de sonar cada vez que se quiere sumar audiencia. Se trata de uno de los casos más mediáticos y extraños que interpela a la clase media — y muy religiosa— estadounidense. Como es de conocimiento público, esta mujer de entonces treinta años mató con un hacha a la esposa de su amante, Betty Gore. Desde 1990, este suceso se ha repetido en la televisión. Hulu lo retomó recientemente y le siguió HBO Max, con Amor y muerte y una gran Elizabeth Olsen en rol protagónico.
Para tratar de darle una aproximación más «científica» a este drama, el guión de Amor y muerte (Love and Death originalmente) que se ve en HBO se basa en el libro de no ficción de 1983 de John Bloom y Jim Atkinson, Evidence of Love: A True Story of Passion and Death in the Suburbs. También se aprovecha de la colección de artículos del Texas Monthly firmado por los mismos autores. ¿El resultado? Ambiguo.
Detrás de la serie hay un gran nombre: David E. Kelly, recordado por la divertida Ally McBeal; la histórica La Ley de Los Ángeles y la introspectiva Big Little Lies. Con este bagaje, es extraño que no se haya arriesgado más con esta producción. Si el caso es tan conocido, al formar parte de esa colección de personajes extraños que viven su Día de Furia en la sociedad estadounidense, el realizador podría haber encontrado un punto de vista novedoso. Lamentablemente, Kelly se inclina por una versión episódica básica, que no agrega nada a la consabida historia.
Pero, por otro lado, la interpretación de Olsen consigue que no abandonemos el servicio de streaming cuando el ritmo de la serie decae. Esto último juega en contra de la producción en varios capítulos. La Candy Montgomery que nos regala es tan convincente y atractiva que no paramos de preguntarnos: ¿por qué haría eso? ¿Por qué le propinaría a su vecina y amiga más de 40 hachazos? Hay muchas interrogantes sobre el caso y el espectador deberá sacar sus propias conclusiones.
El arcoíris al final
En una escena clave de Amor y muerte Candy lanza un monólogo corto que más o menos nos lleva a entender a la protagonista. Le dice a su esposo, Pat (un irreconocible Patrick Fugit), que al principio pensaba que esto era lo que deseaba: mirar a las estrellas desde el porche, tener una casa propia, y una pareja que le abrace. «Pero luego empiezas a buscar… tal vez lo que hay al final del arcoíris». Se da a entender que la vida familiar no le llena por completo.
¿Por qué somos infieles? Se ha establecido que, según diferentes estudios, el 60% de los hombres y más del 45% de las mujeres engañan a sus parejas. Las razones son muchas, aunque ninguna es conclusiva. Van desde la dopamina que se libera durante la relación escondida hasta la genética: se ha comprobado que existe una relación con la longitud de los dedos índices respecto a la longitud de los dedos anulares y la propensión a la infidelidad. En todo caso, lo que cada vez más apunta la ciencia y los estudios es que no se trata simplemente de una decisión, como muchos quieren creer.
Kelly intenta que veamos la infidelidad bajo los ojos de Candy, una mujer que en teoría lo tiene todo: dos hijos, un esposo responsable y una tranquila vida en los suburbios. Su agenda personal está marcada por su fe en la iglesia metodista. Sin embargo, su existencia es incompleta, o al menos así lo indica su discurso. Y lo curioso es que no se trata, o al menos no en su totalidad, de falta de sexo. Se intuye, sí, que la rutina le acerca a su amante, Allan Gore, interpretado por el siempre cumplidor Jesse Plemons.
Con el paso de los episodios, no obstante, queda claro que esa insatisfacción de Candy no pasa por tener al lado un esposo poco cariñoso. Lo que ella busca en los talleres literarios, en las recetas de cocina, en su tendencia a remodelar la casa y, finalmente, en la aventura extramatrimonial, es algo que no tiene forma. Ni siquiera es una fantasía.
Muchas personas viven insatisfechas, a pesar de que hoy hay mayor libertad para vivir una sexualidad más amplia, lejos de la monogamia. Pero si retrocedemos al momento en el que ocurrió el crimen, 13 de junio de 1980, comprendemos la camisa de fuerza que rompe la protagonista. Por eso, si bien cometió un asesinato atroz, Kelly se esfuerza en que «comprendamos» las circunstancias del hecho, alejándose de los moralismos.
Al finalizar el juicio real, Bob Pomeroy, padre de la víctima, dijo: «En lo que a mí respecta, se hará justicia. Ella tiene que vivir con eso… Yo no diría que estoy feliz con el veredicto. No sabemos qué pasó y nunca sabremos qué pasó». Escribo estas líneas sin haber visto el episodio final de Amor y muerte, que se estrena el 25 de mayo. Aún así, esa misma sensación de Pomeroy me acompañó durante toda la serie. Hay decisiones en la vida que no pueden explicarse. Una vez que se toman, no hay vuelta atrás, exactamente como pasa con la infidelidad.