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'Sweet Tooth 2': Netflix da un paso en falso

A pesar de sus buenas intenciones, la segunda entrega del dulce Gus patina al no encontrar su tono. Al menos queda una temporada para resolverlo mejor

‘Sweet Tooth 2’: Netflix da un paso en falso

Escena de la segunda temporada de 'Sweeth Tooth'. | Netflix

Atención, este artículo contiene spoilers.

La primera temporada de Sweet Tooth fue sorprendente. La palabra que definió a la serie fue «tierna». La paleta de colores y las características de los personajes situaban a la producción de Netflix como un trabajo diferente dentro del extenso catálogo de creaciones apocalípticas que abundan. Sabía, pues, distinguirse en un mercado competitivo. Esto a pesar de que el título en español revelaba demasiado desde el inicio: El niño ciervo

Se sabía que la obra original, las historietas del canadiense Jeff Lemire, no eran fáciles de adaptar porque el tono oscuro de la aventura protagonizada por niños/animales podría herir sensibilidades. Me explico: es una fantasía, sí, pero es imposible no empatizar con estas criaturas indefensas que son explotadas por los adultos. Entonces, una cosa es ver y consumir el material gráfico individualmente y otra muy diferente hacerlo de forma masiva frente a una pantalla. Por ello, es lógico que en la primera temporada esa oscuridad primigenia cediera a una puesta en escena más familiar.

En correlación con lo anterior, la serie creada por Jim Mickle se vio obligada a tomarse muchas libertades. Por ejemplo, decidieron darle un toque más científico y menos mítico al origen del conflicto. De allí que Gus sea producto de un experimento; su nombre viene de: Genetic Unit Series 1. Es el híbrido número 1. Por lo tanto, todo lo que haga y deje de hacer afectará al resto de su especie. Al mismo tiempo, el virus que ha acabado con el 98% de la población, está asociado a ese mismo nacimiento/creación.

De manera que si en el origen de un personaje está el principio de la muerte, era imposible que el guión se mantuviera en esos niveles epidérmicos que evitaban la sangre y la violencia, como se muestra en la primera temporada. Y esto fue lo que terminó sucediendo después: no hubo una transición acertada para que las situaciones dramáticas no se sintieran postizas o incongruentes en la siguiente entrega.

Un buen ejemplo de lo que analizamos es identificable en todo el pasaje del escape de los híbridos en esta segunda parte. Sweet Tooth está grabada como si fuese un cuento infantil, una travesura, con una complicidad no digna de un ejército asesino, que es lo que se reitera una y otra vez: los malos son muy malos. Para tener una mejor imagen del conflicto en la continuación recién estrenada: es como implantar una escena de los Goonies o Snoopy en una película de Quentin Tarantino. El desbalance queda tan marcado que el espectador siente de inmediato que algo chirría en esta historia. 

Personajes que se desdibujan

La segunda temporada de Sweet Tooth está llena de buenas intenciones y obviamente con eso no basta, sobre todo si hemos visto el éxito de series apocalípticas como The Last of Us. Hay escenografías de Barrio Sésamo o El Chavo del Ocho. Hoy, cuando en cada capítulo las productoras se gastan millonadas, estos detalles conspiran contra la credibilidad del producto. Esto cambia, eso sí, cuando la trama se desarrolla en la naturaleza, destacando la magnánima belleza de los bosques.

Y esa es precisamente la falla de la segunda temporada. Todo funciona a medias. A la imposibilidad de unificar el tono, se suman demasiados detalles en el desarrollo de los personajes en un intento por expandir la historia que no terminan bien. El villano, por ejemplo, el general Abbot (Neil Sandilands) parece un clon del Dr. Robotnik (Sonic) y no solo en lo físico. Muchas de las decisiones que le impulsan son ridículas o difusas. Basta recordar todo el tiempo que se toma para acabar con la vida de Gus solo para dar tiempo a que una estampida de búfalos lo sepulte. Incluso aparece en la batalla final sin un arma de respaldo, algo realmente ridículo.

Otro tanto sucede con el Dr. Aditya Singh (Adeel Akhtar). Se pierden horas en mostrarnos sus ojeras producto de su obsesión por encontrar una cura al virus. Lo que se consigue con esto, sin embargo, es la caricaturización de un personaje de suma importancia en la trama, al que probablemente veremos tomando un rol protagónico en la última temporada. Se entiende que el especialista no duerme, que su interés está motivado por la enfermedad de su esposa. Sin embargo, visto cómo termina su investigación, está claro que no necesitaba tanto metraje.

Lo mismo aplica al hermano del general Aboot, Johnny (Marlon Williams), probablemente el personaje más de relleno en esta historia. Se insinuaba que iba a tener un rol clave en el desarrollo final de la segunda temporada. No obstante, su repentino intento de heroicidad, un poco forzado, es tan borroso como su previsible final. Este cierre, por cierto, acentúa los vaivenes del guión: Abbot lo lleva hasta el último trecho del recorrido para darle un tiro de gracia cuando pudo haber resuelto su falta de carácter desde que dejó escapar a Gus.

Y así se van acumulando errores que tocan techo con ese final tipo Solo en casa o Rambo. La forma en la que Gus (Christian Convery), Big Man Jepperd (Nonso Anozie) y Aime (Dania Ramírez) consiguen deshacerse de los mercenarios solo es comparable a lo que hacen los Ewoks contra las máquinas de guerra del Imperio en Star Wars. Este es el mayor problema de verosimilitud de esta nueva entrega. Que un niño, una mujer sin preparación militar y un hombre herido puedan acabar con hombres armados hasta los dientes, es simplemente difícil de tragar.

Lo positivo: aún queda una última temporada para Sweet Tooth. Probablemente esta tenga más de aventura —después de todo van a Alaska—, lo que le permita al show recobrar ese traje de fantasía que mejor le sienta. Sería el digno cierre a un personaje que, pese a todo, nos ha robado el corazón, el pequeño Gus.

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