Cinco consejos para no hacer el ridículo en un concierto de música clásica
La música clásica y la ópera tienen ciertos códigos que conviene conocer, de lo contrario uno se expone a una mala experiencia
«Acaban ustedes de destruir uno de los pasajes más hermosos de esta obra». Esta fue la reprimenda que el director de orquesta William Christie dirigió a los espectadores del Auditorio Nacional de Madrid durante un concierto en diciembre de 2016. El maestro nacionalizado francés detuvo la interpretación del Mesías de Händel cuando en el patio de butacas se escuchó un teléfono móvil por tercera vez.
La anécdota es un ejemplo llevado al extremo del deficiente comportamiento que los espectadores demuestran en ocasiones en recitales de música clásica y ópera. Porque esta clase de espectáculos, como el teatro, el circo o los toros, tienen sus códigos más o menos oficiales. Conocerlos puede ayudarnos a no hacer el ridículo y, en positivo, a disfrutar mejor de este tipo de conciertos. Ahí van algunas recomendaciones.
Preparación previa
La experiencia de un concierto arranca antes de llegar al auditorio. Así, es aconsejable hacer una consulta rápida (Wikipedia suele ser suficiente) sobre la vida del autor, en particular sobre su situación existencial y laboral en el momento de componer la pieza que se va a escuchar. También conviene leer algo sobre la obra. No tanto sobre aspectos técnicos musicales, sino sobre lo que la inspiró y sobre su estructura. Como veremos, esto último puede ser útil a la hora de saber cuándo debemos aplaudir.
En el caso de la ópera, conviene desterrar la alergia contemporánea al spoiler y leer el argumento. Aunque la mayoría de teatros del mundo cuentan con pantallas con subtítulos, conocer la historia de antemano nos permitirá prestar más atención a la interpretación de los cantantes y perdernos en la música. De la misma forma, es recomendable escuchar con anterioridad las arias o pasajes más destacados, con el mismo propósito.
Hecha esta aclimatación, en los días inmediatamente previos al concierto puede optarse por dejar en barbecho la mente y el oído. Así conseguiremos una experiencia más al natural de la música.
Puntualidad
Para asistir a otras diversiones, uno cuenta con cierto margen. Si, por ejemplo, llegas justo de tiempo al cine, los a veces interminables anuncios te salvarán de perderte el comienzo de la película. La música clásica, por contra, no espera a nadie. Cuando las puertas se cierran, los espectadores impuntuales se ven obligados a esperar al intermedio o a que el personal de sala les acomode en un momento adecuado. De esta forma se preserva la experiencia del público y la concentración de los músicos, librándolos de un incesante goteo de gente.
Silencio, silencio, silencio
En esta misma línea, la del respeto al resto de espectadores y a los artistas, se ruega encarecidamente el mayor mutismo posible. Debe procurarse no toser ni utilizar un pañuelo más que en las pausas. Si se padece un resfriado contumaz que hace imposible contener los continuos carraspeos y estornudos, el resto agradecerá que directamente no vaya al concierto.
Capítulo aparte merecen los dispositivos electrónicos. No querrá que la ira de Christie o del director de turno se dirija contra usted. Lo mejor es apagar el móvil o ponerlo en modo avión para evitar cualquier riesgo. Si se opta por dejarlo en silencio, cuidado con las alarmas (también las del reloj de muñeca).
La norma del silencio no es excepción para los entendidos en la materia; si uno quiere demostrar sus conocimientos musicales a su vecino de butaca, absténgase de hacerlo hasta el final del concierto o, al menos, hasta una pausa propicia.
Saber cuándo aplaudir
Igual que en el flamenco, en la música clásica tocar las palmas es un arte y no debería hacerse en cualquier momento. Por ejemplo, si estamos escuchando una sinfonía, el momento de mostrar nuestra aprobación es al final de la misma y no al término de cada movimiento (cada una de las partes que forman un concierto o sinfonía). Hay que tener precaución porque —según la obra y el gusto del director— a veces se dejan unos segundos de silencio entre movimientos, momento en el que podemos meter la pata. Para esto puede ser útil, como decíamos antes, conocer de antemano la estructura de la obra, así como consultar el programa de mano.
En caso de duda, lo más sensato es esperar a ver cómo reacciona el resto del público; no es que sea garantía, pero si el respetable aplaude a destiempo, al menos no habremos sido nosotros los iniciadores de la pifia. Como posible referencia (aunque no sea matemática), muchas veces el momento de aplaudir llega cuando el director baja la batuta o las manos.
Dicho todo esto, cabe añadir que en ocasiones se producen momentos mágicos de particular conexión entre la obra, el artista y el público. En esas raras ocasiones, puede hacerse una excepción y dejar que los aplausos rubriquen ese singular instante.
No hace falta decir que las palmas acompañando a la música están totalmente prohibidas, con la excepción de la Marcha Radetzky en el concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena.
Vestimenta
En este capítulo las cosas han cambiado. A nadie se le exige ya un dress code determinado y los vaqueros se han convertido en habituales en los patios de butacas. Con todo, no está de más —como modo de valorar y agradecer el trabajo de los artistas— subir un poco el nivel del atuendo sin necesidad de abandonar un look casual. En ese sentido, pueden descartarse las zapatillas y las camisetas. Además, todavía no se han detectado casos de alergia a las americanas o a los vestidos.
Tan sólo en algunas ocasiones sí es muy recomendable ir más formales, por ejemplo si vamos al estreno de una ópera en vez de a alguna de las representaciones posteriores. De nuevo, no es obligatorio, pero en ese escenario sí podemos tener la sensación de ir menos elegantes que la mayoría.