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Cultura

Eloy Sánchez Rosillo, poeta de la claridad

THE OBJECTIVE conversa con el poeta sobre vida y literatura tras la publicación de ‘El sueño cumplido’, que reúne sus reflexiones sobre la creación poética

Eloy Sánchez Rosillo, poeta de la claridad

Eloy Sánchez Rosillo. | Juan Ballester

Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) es sin duda uno de los poetas españoles más relevantes en activo. Debutó en 1978 con Maneras de estar solo, que ganó el Premio Adonáis. Desde entonces ha publicado 11 poemarios que eluden lo críptico y buscan la belleza y una serena profundidad a partir de lo íntimo y lo cotidiano. Poco dado a teorizar y elucubrar sobre poesía, acaba de publicar El sueño cumplido (Tusquets), que reúne sus reflexiones en prosa y verso sobre la creación poética, además de algunas entrevistas seleccionadas. El libro arranca con un texto bellísimo, Garabatos de poética, en el que evoca su trayectoria vital, repasa lo que la poesía ha significado en su vida y esboza algunas reflexiones sobre su forma de entenderla. Sánchez Rosillo fue profesor de literatura en la Universidad de Murcia hasta su jubilación y gran amigo de su paisano el gran pintor Ramón Gaya, hasta el fallecimiento de este. Hemos conversado con él sobre versos y literatura, y también sobre algunos otros asuntos como la educación y las humanidades. 

PREGUNTA.- Usted se ha mostrado siempre reticente a teorizar sobre poesía y a hablar sobre su obra. Sin embargo, El sueño cumplido es un libro dedicado precisamente a explicar su visión de la poesía. ¿Por qué ahora esta reflexión?

RESPUESTA.- Podría parecer un poco contradictoria la publicación de este libro, tal como usted lo formula. Pero debo decir que yo no me he negado nunca a hablar de mi poesía (si bien tampoco es mi tema predilecto). Lo que he evitado siempre es urdir teorías sobre ella o sobre la poesía en general («Gris es toda teoría y verde el árbol dorado de la vida», decía Goethe). Cualquiera que se acerque a El sueño cumplido se percatará enseguida de que no se trata de un volumen teórico y sesudo, sino de un libro en el que hablo de forma sencilla y directa, sin intrincados intelectualismos, de mi experiencia de la poesía, una experiencia larga y que arranca de muy lejos, ya que empecé a escribir poemas a los 17 años y aún sigo en la brecha. El libro, además, no está escrito hace poco y ex profeso; se ha ido haciendo solo a lo largo de muchos años. Recoge mis escritos sobre la poesía, que son pocos, además de una antología de poemas míos cuyo tema es la poesía misma y una selección de entrevistas centradas en ella. Todos estos textos dispersos, al publicarse juntos y revisados, respiran acaso como un organismo y adquieren una significación más amplia. A fin de cuentas, a lo mejor no hubiera sido necesario preparar el libro y publicarlo. Lo fundamental en un poeta es su obra poética, pero a los lectores de un determinado autor tal vez les resulte también interesante, como complemento de su obra, conocer lo que este dice o piensa sobre la poesía y sus alrededores, al margen de sus poemas. A mí me hubiera complacido mucho un libro como este de los poetas que admiro. Algunos lo escribieron, otros no.

P.- Dice en Garabatos de poética que no hay poema sin emoción. ¿El poeta explora el mundo desde la emoción frente a la razón del filósofo o la ficción del novelista?

R.- La emoción es o debería ser el corazón palpitante de todo poema. No me interesa un poema que me deje frío, que no me zarandee y me produzca «un daño hermoso» (como digo en el texto al que se refiere). Quiero señalar que la emoción no excluye o rechaza todas las demás facultades que actúan en un hombre completo: el pensamiento, la imaginación y la fantasía, la ensoñación. Y por supuesto la emoción no tiene que ver nada con el descontrol o el aspaviento. Al revés: la emoción verdadera es serenidad, acuidad, plenitud que nos hacen encontrarnos con nosotros mismos y con el mundo y percibir los nexos que hay entre todo lo creado, darnos cuenta de que la diversidad es también unidad.

«El poeta no es el dueño y señor de los poemas que escribe»

P.- Habla en ese texto de que «los libros de poemas se escriben a sí mismos» y de los periodos productivos y de sequía. ¿Existe la denostada inspiración?

R.- No solo los libros de poemas se escriben a sí mismos, sino toda obra de creación que merezca la pena (una novela, un cuadro, una obra musical), aunque haya que trabajar muchísimo para que todo llegue a buen término. El poeta no es el dueño y señor de los poemas que escribe. Es alguien que recibe el poema que pugna por llegar a este mundo y que colabora con toda su ilusión, talento y tesón para que el poema al fin sea. Es un colaborador, un colaborador por completo necesario, claro (lo cual es mucho), no un ayudante ocasional. El poema se presenta ante el poeta por sí mismo. Esa es la inspiración (denostada a veces por los insensatos, como usted apunta, y también ensalzada siempre por los artistas más altos). Sin ella no se puede hacer nada; es un soplo de no sé dónde que debe acompañar al poeta desde que el poema empieza a llegar hasta que por fin se remansa en el papel o, en mi caso, en la pantalla del ordenador. Por eso hay épocas, temporadas, o momentos de mucha cosecha y otras en que nada verdea y crece y en las que el poeta vive en la indigencia más lastimosa (subterráneamente, sin embargo, su labor continúa incluso en los períodos más yermos).

P.- En este texto mencionado habla también de «oficio». ¿Se puede enseñar a escribir poesía del mismo modo que un aspirante a músico acude al conservatorio para aprender música?

R.- Sí, por lo que a la imprescindible técnica se refiere. No obstante, está claro que ningún conservatorio ha hecho que Mozart o Beethoven o Schubert fueran quienes fueron y son, ni ninguna escuela o taller de escritura ha dado un escritor verdadero. El conservatorio o el aprendizaje con un maestro o profesor son imprescindibles para el músico. Para el escritor no es indispensable acudir a ningún taller o escuela de escritura. El oficio se aprende sobre todo leyendo mucho y desde muy pronto; así lo adquirimos sin esfuerzo y con naturalidad, igual que se aprende un idioma oído desde la infancia. La parte artesanal y técnica de las diversas artes, se enseña y se aprende, está al alcance de cualquiera, pero no vale de nada si tales saberes no están tocados por el talento y por el espíritu. Esto no se enseña en ningún sitio. Uno debe descubrirlo en uno mismo, dentro de sí, y trabajar mucho con devoción y entrega totales para merecer que el don natural que se le ha concedido, sumado al conocimiento técnico, llegue en algún momento a dar frutos tangibles y en sazón.

P.- Cuenta que la temprana muerte de su padre fue uno de los hechos que lo impulsaron a escribir poesía. ¿La vocación de escritor nace del dolor, de un no sentirse cómodo en el mundo?

R.- No, yo nunca he afirmado que la muerte de mi padre en mi infancia me llevara a escribir poesía. Solo he dicho a veces que puede ser que influyera, porque esa circunstancia trágica me hizo ser un muchacho distinto a otros de mi edad, que no supieron tan temprana y cercanamente de la muerte. Lo apunto como mera posibilidad, pues muchos niños han pasado por circunstancias semejantes o incluso peores que las mías y no se inclinaron hacia la poesía. El que de pronto en uno se desarrolle la vocación irresistible y comience a escribir es un misterio para el que escribe y para quienes lo rodean. El hecho no tiene explicación. El dolor tal vez sea un acicate, porque nos hace detenernos y reflexionar. Pero también la alegría nos asombra y nos detiene. Lo que está claro es que el que de pronto, en la adolescencia o en la primera juventud, en vez de ponerse a hacer cosas socialmente serias, se aparta y escribe un poema y a lo largo de los años hace de esa actividad el centro de su vida, es alguien que está hecho de otra forma, para su bien y para su mal. El que menos entiende lo que le ocurre es él mismo, porque el descubrirse siendo así le resulta un enigma. Algo le pasa por dentro, sí, a quien toma ese camino. No es imprescindible, sin embargo, que sea el dolor el que lo mueva a escribir. Cada caso es único y todos son inexplicables.

P.- Su trayectoria poética es un tránsito de la melancolía de los primeros libros a la luminosidad de los últimos, de lo elegiaco a lo celebrativo. ¿Ha sido un camino hacia la sabiduría, un aprendizaje que conduce a estar en armonía con la vida? 

R.- No. Nunca se sabe nada de nada, y de la vida menos. La confusión y la perplejidad son permanentes, aunque tal vez con la edad uno se acostumbre a vivir con ellas y se serene un tanto. El escribir poesía no nos hace sabios, ni el saber esto o lo otro nos lleva de la elegía a la celebración. Ese tránsito en un poeta puede suceder así, o puede ocurrir al contrario. Depende de tu manera de ser y de cómo te trate la vida. Si en los años de madurez disfrutas de ausencia de dolores agudos físicos o espirituales, en ti o en tu entorno, tal vez estés más en armonía con la vida que en épocas anteriores y, si escribes poesía con autenticidad, celebrarás en tus versos esa circunstancia. 

Eloy Sánchez Rosillo | Juan Ballester

P.- ¿La poesía da respuestas o plantea preguntas?

R.- Respuestas, ninguna. La vida es incertidumbre y riesgo, y la poesía es como la vida. Uno no para de hacerse preguntas ante la realidad, que es misteriosa, porque el asombro es una manera de preguntarse. Pero no esperamos respuestas inequívocas; lo que pretendemos es aprender a vivir a través de esas preguntas, acercarnos lo más posible al misterio, oír su latido y comprobar que todo está vivo y que nosotros formamos parte también de ese fascinante todo.

«Siete palabras bien puestas sobre el papel dicen más que 227 dejadas caer enredadas y al tuntún»

P.- Su poesía busca ser clara, diáfana, nada alambicada. ¿Qué opina de la poesía críptica, de comprensión ardua o casi imposible?

R.- Pues qué voy a opinar, que es un camelo absoluto. Digo también enseguida que existen oscuridades muy distintas. Hay poemas oscuros o relativamente oscuros, como son muchos de los de César Vallejo o de Claudio Rodríguez, por ejemplo, en los que de alguna forma se produce una iluminación que despeja las tinieblas. Esa oscuridad radiante (valga la paradoja) es maravillosa y nos revela de pronto zonas de la realidad que no conocíamos. Pero en el mismo Vallejo o en Rodríguez encontramos poemas que no hay por dónde cogerlos, impenetrables, que no se sabe de qué hablan y que ni los mismos que los escribieron los entenderían. Con esos poemas, sean de quienes sean, no se puede estar de acuerdo, no hay que comulgar con ruedas de molino. He hablado de dos altos ejemplos de nuestra poesía, de poemas hermosísimos a pesar de su oscuridad. Por desgracia, las tinieblas zarrapastrosas que uno acostumbra a encontrarse son las de los poetas que no tienen nada que decir y encubren su vaciedad con la mayor cantidad posible de brochazos oscuros. Tal oscuridad es de chafarrinón y el lector atento enseguida dice: tararí, que te vi.

P.- ¿Hay en su obra un trabajo consciente hacia lo esencial, hacia la progresiva depuración expresiva?

R.- Consciente del todo no hay nada en poesía. La esencialización a la que se refiere, se ha ido produciendo en lo que escribo sin ningún plan previo, aunque haya reflexionado sobre esa y otras cuestiones de forma permanente. Muchas veces el joven tiende al exceso. Poco a poco, intuitiva y reflexivamente, advertimos que el exceso encubre y que lo limpio y despejado muestra, que siete palabras bien puestas sobre el papel dicen más que 227 dejadas caer enredadas y al tuntún. En poesía se trata de mostrar, de hacer que nosotros mismos veamos la luz y se la revelemos a nuestros lectores. La luz es un equivalente de verdad y belleza.

P.- Usted empezó en tiempos de los novísimos con un proyecto poético ajeno a las modas del momento y se ha mantenido siempre alejado de modas y cenáculos, pese a lo mucho que le gusta a la crítica lo de agrupar a los poetas en movimientos. ¿Siente que forma parte de alguna tradición, de alguna escuela?

R.- Por supuesto que hay que estar dentro de una tradición; en su ausencia manoteamos en el vacío, en la nada. La tradición de la poesía mundial es un árbol único y poderoso, porque todos los humanos somos en el fondo semejantes. El árbol tiene muchas ramas. Una de ellas, y de las más vigorosas, es la rama de la tradición española, a la que me acojo y pertenezco. De lo que nunca me he sentido parte es de ninguna escuela o tendencia. Estas uniforman, y cada poeta debe ser, para serlo de verdad, de su padre y de su madre. Hay que ir por libre siempre (partiendo de la tradición, claro está, e intentando continuarla).

P.- ¿Es usted un poeta de la experiencia? ¿Sus poemas constituyen su biografía? 

R.- Hasta cierto punto son autobiográficos, pues parten de mi experiencia del vivir y del modo que yo tengo de mirar las cosas. No podemos ver la realidad desde los ojos del vecino. Pero durante el proceso de creación lo privado y particular tienen que universalizarse, ensancharse hasta dejar de ser solo de uno mismo, pues de lo contrario no interesaría a ningún lector. Si el poema no es un espejo en el que cada lector se mira con asombro, reconociéndose en las palabras ajenas y sintiéndose conmovido porque descubre que tales palabras hablan de él, cerrará el libro y dirá, a mí no me cuentes tu vida.

P.- ¿Qué les diría a quienes afirman que lleva toda la vida escribiendo el mismo libro, que siempre da vueltas sobre los mismos temas?

R.- Pues les diría que cumplo con mi obligación y mi gusto al hablar de los temas que me interesan profundamente, que en mi opinión son todos los que le han interesado siempre al ser humano y a la poesía. No creo que haya ni uno solo de esos temas fundamentales que no esté presente en el conjunto de mi obra. De lo que no me ocupo es de los pretendidos temas «novedosos» o «rompedores», que no son más que ocurrencias en el mejor de los casos o simples patochadas. No me gusta hacer experimentos con la poesía ni soy un saltimbanqui o un tragasables. Todos los poetas verdaderos (y en esto a lo mejor me parezco yo un poco a ellos, a pesar de mis muchas limitaciones) tienen un mundo propio y una manera peculiar de considerar las cosas. Esto va evolucionando despacio con el paso de los años, si bien permanece en sus rasgos esenciales. Por eso los poetas que digo son reconocibles. Todo lo que sale de sus manos tiene su huella, su sello particular. Los temas, además, son infinitos, no se agotan nunca, presentan muchas facetas y se pueden enfocar desde incontables perspectivas. Si uno trabaja con honradez, es imposible hacer dos veces el mismo poema, aunque en ambos puedan aparecer los mismos árboles, las mismas montañas, las mismas personas y parecidas situaciones.

«Keats es como Mozart. Son hermanos. Keats no es un poeta, sino un ángel que escribe»

P.- Su obra la edita desde hace años Tusquets, primero una editorial independiente de mucho prestigio y ahora parte de un gran grupo. La colección de poesía de Tusquets, dedicada a la poesía española contemporánea, es casi una excentricidad, dado que la poesía suele encontrar acomodo en editoriales especializadas y muchas veces minúsculas. ¿Cómo valora la aportación de esta colección al conocimiento de la poesía española? ¿Se siente privilegiado por publicar poesía ahí? 

R.- Es casi un milagro que exista una colección así, y para un poeta es todo un privilegio publicar en ella, sobre todo si tenemos en cuenta que no publican ahí más de cuatro o cinco libros de poesía al año. Es ya una colección muy amplia y a mi modo de ver nada sectaria. Los poetas que figuran en ella no son todos de la misma cuerda. Unos nos gustarán más y otros menos. En su conjunto, la aportación de la colección a la poesía nuestra contemporánea me parece importante. El poeta va haciendo su obra en soledad, lejos de todo, y una vez que la obra está terminada siente la necesidad de compartirla, de mostrarla a los demás. El que una editorial de solera, como es Tusquets (que en realidad mantiene casi el mismo equipo entusiasta de personas que antes de integrarse en Planeta), saque a la luz y distribuya con eficiencia grande lo que uno ha ido haciendo a solas, es maravilloso. Pone los libros de poesía ante los ojos de todos.

P.- Sé que tiene usted cuatro poetas de cabecera: Homero, Leopardi -al que ha traducido-, Keats y Dickinson. ¿Qué destacaría brevemente de cada uno de ellos? 

R.- No tengo solo cuatro poetas favoritos. Son bastantes más, aunque no formen multitud. Esos cuatro que usted señala, desde luego, no fallan nunca. Siempre que vuelvo a ellos los leo con la emoción y el agradecimiento de la primera vez. En realidad los leo siempre por primera vez, porque un poeta que te toca el corazón siempre es nuevo y nunca acaba de leerse. Cada vez que te acercas a él has cambiado tú y ha cambiado él. Homero no es una antigualla, ni sus obras son solo épicas, como algunos dicen. Por supuesto que está en sus obras la poesía heroica más alta y fascinante, pero también encontramos en ellas el refinamiento y la ternura, la ironía, el humor, la fantasía, la retina prodigiosa para lo grande y lo mínimo, para los detalles exactos, para la observación del alma y de la naturaleza con todos sus matices. Emociona como pocos y no sé si habrá existido otro ser humano tan completo y profundo (quizá Shakespeare, tal vez Cervantes). Leopardi es un poeta con el que cualquier lector se identifica enseguida. Es para mí el fundador de la poesía moderna, de la intimidad contemporánea; lo sentimos ahí mismo, habla como nosotros, sufre como nadie y con su dolor nos consuela. Keats es como Mozart. Son hermanos. Keats no es un poeta, sino un ángel que escribe. En sus poemas están todos los sentimientos y, a mi entender, es el de la alegría el que prevalece, como en el músico austriaco. Y de Emily Dickinson se puede decir que era más rara que un perro verde, solitaria como ella sola, recóndita. Y a la vez estaba llena de vitalidad, de verdadera originalidad y de gracia. Su obra poética es muy amplia y sus poemas muy cortos. En muchos de ellos –no en todos, pues buena parte no son más que borradores, aunque interesantes también–, a pesar de su brevedad, caben mundos enteros, con sus altas montañas y sus insondables abismos.

P.- En el caso de los españoles, ¿quiénes son sus maestros?

R.- Es muy difícil responder a esta pregunta, porque uno quisiera haber aprendido mucho de los poetas que más admira, es decir, que fueran de verdad mis maestros y que en ellos se hubiera forjado mi propia voz. Pero eso es mucho decir. Le señalaré algunos poetas nuestros a los que siempre he leído con devoción, con estremecimiento. Sobre su efecto en mi propia poesía no puedo pronunciarme. Empiezo a nombrar: la antigua lírica popular, Jorge Manrique, Garcilaso, Aldana, San Juan de la Cruz, Fernández de Andrada, el Quevedo doliente y metafísico, lo mejor de Bécquer, Antonio Machado, Juan Ramón, lo mejor de García Lorca, Cernuda, algunos poemas de Claudio Rodríguez… Y dejémoslo ahí por ahora.

P.- Buena parte de la poesía joven que triunfa hoy tiende a la estridencia, la provocación, el exabrupto, la visceralidad, y aborda con crudeza temas que van de lo político a lo sexual. ¿Alguna valoración sobre este tipo de poesía actual? 

R.- La poesía es una, pero se manifiesta de muchísimos modos. Si hay talento y sentimiento, estará presente en cualquier forma de poesía. Lo que ocurre es que el talento y el sentimiento escasean en el tipo de poesía que usted me señala y en todos los demás. Los buenos poetas son pocos siempre.

«Por desgracia, nuestra universidad es hoy una de las instituciones más corruptas del país»

P.- ¿El rap puede ser poesía? ¿Hay nuevas formas de poesía fuera de los libros? 

R.- La poesía está sobre todo fuera de los libros. En ellos, en los libros de poemas, muchas veces brilla por su ausencia. Puede uno encontrarla en cualquier lugar. Sin la poesía que hay en todo no podríamos respirar en una sociedad tan materialista, injusta y terrible como la nuestra (y al decir «la nuestra» me refiero a la sociedad global, no solo a la española). La poesía puede estar en la música que llamamos culta y en toda manifestación musical. La música tiene un gran poder de captación y quizá logra apoderarse de nosotros antes que ninguna de las otras artes. Un buen rapero, alguien con pensamiento y sentimiento entrelazados, no uno cualquiera, podría transmitirnos poesía, hacernos vibrar. Lo que ocurre es que luego, si separamos las palabras de la música y las ponemos en un papel, difícilmente se sostendrán como poema. La letra de una canción es inseparable de la música a la que acompaña. En una canción puede haber poesía, pero no suele haber poema en su letra.

P.- Usted ha sido durante muchos años profesor de literatura en la Universidad de Murcia. ¿Cuál debería ser el papel de las humanidades en la sociedad actual? ¿Qué le parece la tendencia a primar las carreras prácticas? 

R.- A la sociedad actual le interesan poco las humanidades, y creo que es natural que así sea. Lo raro sería lo contrario. La universidad ha ido perdiendo el papel importante que un día tuvo y, en vez de imponerse con su autoridad moral a la sociedad, acata sin rechistar los dictados de esta y los propaga. Las humanidades, como su propio nombre indica, se ocupan de lo humano. Esto le importa poco a la sociedad deshumanizada que hemos ido creando y perfeccionando con eficiencia increíble. Ni siquiera en las carreras prácticas proporciona por lo general la universidad española una formación consistente (es bien sabido que estamos muy abajo en la clasificación de las universidades del mundo). Esto no quiere decir que uno no pueda encontrar a algún buen profesor de vez en cuando. Por desgracia, nuestra universidad es hoy una de las instituciones más corruptas del país, y se lo dice alguien que la conoce bien.

P.- ¿Cómo ve un poeta de 74 años a la juventud y a la sociedad españolas actuales? 

R.- Pues como siempre las he visto. A la juventud, bien y mal, y a la sociedad española, disparatada, conflictiva y pujante. Aun siendo los españoles tan extremosos en todo como somos, tan difíciles, no querría ser yo sino español. Lo soy con ganas (y no sin ellas, como decía Cernuda).

P.- ¿Qué puede aportar la poesía al mundo de hoy? ¿Qué le diría a alguien reacio a leer poesía para invitarle a leerla?

R.- Al mundo no le aporta nada, pues la poesía no actúa sobre la globalidad, sobre el conjunto. Sí le puede servir de mucho al individuo que se acerque a ella sin prejuicios, con inocencia, confiado. La buena poesía afina al hombre, lo refina, le proporciona nuevos puntos de vista, una visión más honda y humana de sí mismo y de su entorno. Y, en sus ratos de soledad, podrá hacerle muy buena compañía.

P.- Estamos en tiempo de la Feria del Libro de Madrid, la gran cita libresca junto con el Sant Jordi de Barcelona. No quiero ponerlo en un compromiso, pero ¿qué libro les recomendaría a los lectores?

R.- Recomendaría tres (abusando un poco, y me dejo algún otro en el tintero). Uno de ellos es de prosa, aunque también está lleno de la poesía mejor en muchas de sus páginas. Se titula Éramos otros, publicado por Ediciones del Arrabal, y es el nuevo volumen del diario de Andrés Trapiello. Y dos de poesía muy recientes. El primero es La hora del Lobo, de José Mateos, publicado por Pre-Textos. Un libro emocionante, nacido de la serenidad ante lo irremediable y lleno de una luz muy intensa. El otro es Al Dios sin nombre, de Antonio Moreno, publicado en la colección Cálamo de Menoscuarto Ediciones. Antonio Moreno es un poeta muy hondo y este uno de sus mejores libros (es difícil elegir entre ellos, pues todos son hermosos). Simple y complejo a la vez, inmediato, cercano y, al mismo tiempo, metafísico sin enrevesamientos.

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