Sara Stridsberg, del crimen televisivo a la realidad de la víctima
La escritora sueca pone la mirada en ‘La Antártida del amor’ (Nórdica) en el asesinato de una mujer narrado desde la perspectiva de la víctima
Es una de las escritoras más aclamadas de Suecia. Autora de cinco libros, varias obras de teatro y relatos, fue en 2004 cuando Sara Stridsberg publicó su primera novela, Happy Sally, donde recreaba la sagaz hazaña de la primera escandinava en cruzar a nado el Canal de la Mancha. Apenas un par de años después, la escritora y dramaturga se daba a conocer al mundo con la reivindicación de la vida de Valerie Solanas –la autora del Manifiesto SCUM que intentó matar a Andy Warhol en 1968–, en La facultad de sueños (Nórdica), obra que le confirió una nominación al Premio Booker.
Autora de títulos como Beckomberga/ Oda a mi familia (Nórdica), su novela «más querida y más leída» en su país natal, en su último libro publicado por Nórdica, La Antártida del amor -libro del año por Financial Times y también finalista del premio Booker- Stridsberg pone el foco en la vida de una mujer prostituta, adicta a las drogas, que ha sido brutalmente asesinada y descuartizada sin una razón aparente.
De hecho, la razón es lo de menos. A ella no le interesa ni el quién ni el por qué, ni casi el cuándo, al igual que tampoco le importó demasiado la figura de Warhol cuando escribió sobre Solanas. Lo que la novelista hace con cierta ternura desgarradora es más bien fijar la mirada en la víctima. Y confiesa que esta es la parte más difícil del libro: «Escribir sobre su muerte y ese momento una y otra y otra vez». Algo que Stridsberg hizo hasta sus últimas consecuencias.
«Tuve la sensación de estar atrapada yo misma en el bosque, en ese lago plateado, sin ninguna posibilidad de escapar –nos cuenta antes de preparar su viaje a España, donde conversará junto a la escritora Marta Sanz en un acto organizado por la Feria del Libro de Madrid el 11 de junio–. Después de terminar la novela, mi cuerpo estaba completamente roto, se desmoronó. Cuando fui al médico y me hicieron una radiografía, me di cuenta de que mi cuello estaba dañado exactamente en el mismo punto donde el cazador de la novela le cortaba el cuello a Inni, justo entre la quinta y la sexta vértebra cervical. Esa información hizo que se me congelara la sangre por un momento».
El crimen desde otra perspectiva
Aquel dolor, dice, le persiguió durante años después de escribir La Antártida del amor. En parte, posiblemente, porque la violencia siempre se cobra un precio. «Al escribir la novela pensé en todas las mujeres asesinadas y desaparecidas que ya no están. Pensé en la violación y la prostitución –afirma–. Una de las principales razones por las que escribí el libro fue también por la tendencia masiva en nuestra cultura de ver la violencia como un gran entretenimiento en la ficción criminal y en la televisión».
«La gran mayoría de las interacciones entre humanos son amables, suaves y bastante tiernas»
Escrita desde la perspectiva de la víctima y del mundo que deja tras de sí –unos padres superados por las circunstancias de la vida, dos hijos en adopción, un exnovio drogadicto–, Stridsberg le da una vuelta de tuerca al género negro. «Lo único que les importa allí es el asesinato inteligente, el misterio, el acertijo que podrían resolver. Y yo quería escribir una novela donde la mujer todavía hablara con la tierra en la boca, donde no te libraras de ella ni de su brutal muerte. Recuerdo haber pensado: si eres tan aficionado al crimen, te doy un crimen, pero entonces tendrás que quedarte con la niña asesinada, escucharla y nunca mirar hacia otro lado. En mi libro el asesinato nunca termina, ella muere una y otra y otra vez. Quería que su muerte fuera una herida en el mundo, no algo que puedas resolver en un episodio de 45 minutos de una serie de televisión», señala.
En ese sentido, señala, «el consumo constante de violencia contra la mujer en la literatura y las novelas policiacas nos hace algo. No sé muy bien cómo nos afecta, un terror suave, una amenaza sutil donde el mensaje subyacente es que tenemos que estar en guardia constantemente como mujeres. Pero no creo que refleje la realidad en absoluto. La gran mayoría de las interacciones entre humanos son amables, suaves y bastante tiernas», aboga.
Una Blancanieves moderna
Y si lo suyo es una especie de novela negra moderna, o reformulada, hay algo también en La Antártida del amor de los cuentos populares. Hay, al menos, un bosque con su Blancanieves y su cazador. «Ya sabes, Raksha, la madre de Inni, tiene las huellas de la madre loba de El libro de la selva de Kipling, la madre loba que cuida al pequeño humano solitario… También es un cuento de hadas –añade–. Y Blancanieves fue traicionada por su madre –su verdadera madre en la versión original del cuento–. Ella estaba sola en el mundo y el cazador siempre va a por lo más frágil, a por el animal que está herido. Él siente el olor a sangre, como hacen con las personas vulnerables, las prostitutas con sus heridas. Además, como Blancanieves, Inni no le tiene miedo a nadie, perdió todas sus esperanzas hace mucho tiempo».
En cuanto a sus hábitos de escritura, Stridsberg comparte que trabaja más bien por instinto y sin ningún plan de viaje. «Escribo con música muy alta para obligar al yo intelectual, al yo censurado y al yo social a ser bloqueados y dejar espacio para lo desconocido», cuenta. Lo demás le llega «como en la secuencia de un sueño». Un sueño que se impregna de cierta ternura –«el amor es esencial en mi novela», tercia– y que presta especial atención a sus personajes. «Hay que manipularlos con mucho cuidado y ternura. Solo escribo sobre personas a las que quiero, o, si no, me esfuerzo mucho en quererlas y recordar que una vez fueron niños arrojados al mundo. Mi fuerte deseo es siempre construir un personaje sin destruirlo al mismo tiempo».
Tanto importa que sea un personaje célebre como la autora del Manifiesto SCUM que uno más anónimo como la protagonista de su último libro. De hecho, recuerda, «cuando escribí La facultad de los sueños, Valerie Solanas no era conocida en Suecia y en ese momento nunca podría haber imaginado que mi libro viajaría por el mundo como lo ha hecho desde entonces. Sin embargo, cuando escribes sobre un personaje como la reina Cristina eres más libre como escritora, ya que con el tiempo se ha convertido tanto en un mito como en un personaje histórico». Pero cuando se trata de personajes anónimos, como Inni, en La Antártida del amor, hay que tener cierto cuidado. «Siento esa responsabilidad hacia todos los drogadictos, prostitutas, mujeres asesinadas y mujeres que han perdido a sus hijos como ella».
La cuestión de la determinación
Lo suyo son, además, personajes vulnerables que vienen heridos de fábrica, que han heredado sus traumas y a su vez han contagiado sus hemorragias. «Todavía estoy trabajando sobre la cuestión de la determinación –ataja–, todavía estoy escribiendo cómo evitar una maldición familiar. Lo único que sé con certeza es que Inni está muy orgullosa de haber salvado a su hija Solveig de sí misma con una nueva vida, de haberla entregado para salvarla. El amor más desinteresado de todos, tan impresionante y doloroso más allá de nuestra imaginación».
Porque una parte importante de La Antártida del amor, donde su protagonista aún muerta sigue vagando por el mundo, es la presencia que dejan sus personajes tras desaparecer. «Dicen que la memoria de una persona se va en tres generaciones –sostiene Stridsberg–. Cuando mi madre muera, solo quedaré yo aquí para recordar a sus padres, es decir, a mis abuelos, entonces ellos también se irán. Un breve momento en el espacio. Solo piensa en los miles de millones de personas que han muerto desde el comienzo de la historia humana. Literalmente caminamos sobre los muertos. La idea de la impermanencia también puede ser un consuelo. Está en la novela, al final, cuando la protagonista Inni escucha a su hija Solveig enseñando astronomía en la universidad».
En ese sentido, añade, «una persona muere tres veces. La primera vez cuando su corazón deja de latir, la segunda cuando la bajan a la tumba y la tercera y última cuando alguien dice su nombre por última vez en la tierra. Inni está harta de todas las voces susurrando sobre su brutal destino, pero aún así anhela que sus hijos digan ‘mamá’ y se refieran a ella».
Miembro de la Academia Sueca que concede el Nobel de Literatura entre 2016 y 2018, fecha en la que renunció tras el escándalo de filtraciones y supuestos abusos sexuales, reconoce que no tiene planes de volver por el momento. «Solo puedo esperar que el momento histórico que vivimos haya cambiado algo de verdad», señala escueta al respecto. En cuanto a su visita a nuestro país cuenta que tiene ganas de volver. Actualmente está leyendo Las primas de la argentina de Aurora Venturini y confiesa su devoción por Lorca y Javier Marías. A España volará acompañada de su marido y su hija. «Hemos oído que la tienda de ropa de segunda mano más grande de Europa está situada en Madrid y mi hija está emocionada de verla –confiesa–. Después de la feria del libro cogeremos un tren a Sevilla y luego más al sur donde alquilaremos una casa. A mí me gustaría ver la estatua de Don Juan».