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¿Qué diablos ha pasado con 'Black Mirror'?

La sexta temporada es tan irregular como su intento obvio de criticar al medio que transmite el mensaje

¿Qué diablos ha pasado con ‘Black Mirror’?

Una escena del episodio 'Loch Henry', de la última temporada de 'Black Mirror'. | Netflix

Hasta los más fieles fanáticos de la serie Black Mirror sienten que algo chirría en la nueva temporada. No lo dicen abiertamente, pero puertas adentro tratan de encontrarle una justificación a un producto que da claras señales de agotamiento. No es un asunto de vida o muerte, claro está, pues se trata de un producto estrella que se verá sí o sí. Sin embargo, por ser una de las producciones más populares de la casa, el debate es necesario.

La sexta entrega que se estrenó recientemente en el servicio de streaming no es solo irregular, sino que empieza a oler a despedida. ¿Recuerdan cuando X-Files o Supernatural comenzaron a burlarse de sí mismas? Pues sí, era un síntoma de cansancio y agotamiento. Algo así sucede con esta edición que ni es lo suficientemente cómica, como pretende, ni tan terrorífica como lo intenta. Estamos ante un híbrido que descoloca al espectador. Y no es para menos, algunos episodios parecen sacados del Gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro y otros, del fallido regreso de Twilight Zone

A Black Mirror le está pasando lo mismo que a las películas que exploran el multiverso. La versatilidad de la animación le ha permitido a Spider-Man: a través del Spider-Verso posicionarse como la cinta definitiva sobre el tema. En ese mismo sentido, Love, Death & Robots hoy se parece más a Black Mirror que la propia serie que mostraba el estrago de la tecnología en nuestras vidas.

Es tan evidente lo anterior, que Charlie Brooker, creador de la serie, ha repetido en diferentes entrevistas que Black Mirror no va de la incidencia de la tecnología en la sociedad sino de «lo horrible que son las personas». Esto porque los fanáticos más acérrimos han declarado sentirse decepcionados por los giros hacia el terror lovecraftiano o el uso de la licantropía para resolver un muy flojo —tal vez el peor— episodio de la nueva temporada. 

Lo mejor y lo peor 

A diferencia de otras entregas, esta edición no invita a la maratón televisiva. Y eso es porque la desconexión entre un episodio y otro son tan marcadas que la continuidad o el hilo —regularmente tecnológico o distópico— se rompe. Se necesita una pausa para comprender lo consumido, no por complejidad sino por estilo. Está claro que en otras entregas la temática no era consecuente, pero sí que había cierta armonía entre forma y fondo.

El primer episodio es una gran advertencia. Joan Is Awful comienza con toda la potencia que se espera de Black Mirror. Sin embargo, una vez que se plantea el quid del asunto, la solución tira más hacia un producto guionizado por Seth Rogen (Superbad, Pineapple Express) que a la esencia de la serie. Aparte, las referencias a Kill Bill y Harley Quinn son tan evidentes que el chiste pierde gracias. Ni hablar de Salma Hayek y ese acento marcado. 

A pesar de todo lo anterior, la idea de un show que se enfoca solo en lo malo de cada persona, porque es lo que el algoritmo registra y valora, es una idea poderosa que merecía un mejor acabado. Joan Is Awful explota cómo hemos entregado nuestra vida a terceros, aplicaciones mediante, y cómo esos terceros no son capaces de diferenciar lo real de lo ficcionado. ¿Cuántas veces hemos hecho juicio de personas que no conocemos solo por un tuit, un post en Instagram o por lo que dicen terceras personas?

La excelente crítica que se hace por aquello de que la audiencia responde mejor cuando se refleja lo malo de un individuo en lugar de lo bueno, lamentablemente se pierde porque la parodia se impone al relato de fondo. En la memoria quedan más los nombres de los protagonistas del capítulo, sobre todo el de Cate Blanchett, que el propio mensaje.

Una producción floja con momentos brillantes

Luego llegan los dos mejores trabajos de la temporada: Loch Henry y Beyond the Sea. El primero podría decirse que sí guarda conexión con Joan Is Awful en cuanto a la referencia a la plataforma que distribuye los contenidos: Netflix. Aunque el servicio de streaming absorbe los dardos y los expulsa en el mismo momento que le damos play al contenido. Como producto de entretenimiento, Netflix rentabiliza hasta la propia crítica.

Loch Henry es una burla al true crime, subgénero del que hemos hablado en varias oportunidades en este espacio. Se trata de un relato muy inteligente y divertido. Dos jóvenes quieren hacer un documental y terminan engullidos por la propia historia. Sin ser memorable, bien podría pasar como un episodio de V/H/S, la famosa antología de terror. No es hasta que llegamos a Beyond the Sea que nos sentimos realmente de Black Mirror

El trío que conforman Aaron Paul (Cliff Stanfield), Josh Harnett (David Ross) y Kate Mara (Lana Stanfield) le devuelven la dignidad a Black Mirror. La historia que gira en torno a la soledad, los celos y la necesidad de poseer lo que nos es ajeno, algo tan viejo como el enfrentamiento entre Caín y Abel. Lamentablemente el cierre, al menos para quien escribe, no es satisfactorio. Esto para no detenerse a pensar en por qué las copias no hacen el trabajo en la luna y en la tierra se quedan los humanos. Después de aquí, llega el deslave. Mazey Day, una tonta reflexión sobre la invasión de la vida privada y Demon, un fracasado giro al conocido tema «el diablo me obligó a hacerlo», terminan por desbarrancar una producción floja que seguirá teniendo sus incondicionales sin importar lo que escribamos.

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