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Cultura

Dos formas de novelar el dinero y su templo americano

‘Fortuna’, premio Pulitzer, critica el origen de las finanzas y ‘Un perro llamado Dinero’ anima a los niños a jugar con ellas

Dos formas de novelar el dinero y su templo americano

Portada de los dos libros

Coinciden en las librerías dos novelas significativamente antitéticas. Ambas con el punto de mira en las finanzas. Fortuna (Anagrama) rastrea en la Nueva York de principios del siglo pasado lo que considera el origen del sistema viciado, esencialmente injusto, sobre el que se basan. Un perro llamado Dinero (Temas de Hoy) convierte su descubrimiento por una niña alemana en una alegre aventura, con EEUU como símbolo propiciatorio.   

El autor de la primera, Hernán Díaz (Buenos Aires, 1973), es argentino de nacimiento, pero creció en Suecia y ha vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos. Arraigó, más concretamente, en la ciudad que sirve de escenario a Fortuna: se doctoró en Filosofía por la Universidad de Nueva York y trabaja en la Universidad de Columbia. 

Ha colaborado en publicaciones clásicas de la intelligentsia de la Costa Este como The Yale Review, McSweeney’s o The New York Times, y con Fortuna acaba de dar el pelotazo definitivo: ganó el Premio Pulitzer de ficción de este año y Barack Obama lo ha incluido en su lista de mejores libros del año. 

Portada del libro de Hernán Díaz

La novela es original y está escrita con un conseguido estilo clásico. Quizás a Michael Gorra se le va un poco la mano al comprarlo en su reseña en The New York Times con Henry James, Edith Wharton y Thomas Mann… Pero la prosa no está nada mal y, sobre todo, cumple su propósito de darle a la trama una efectiva pátina como virada a sepia. 

Más certero me parece Gorra en la descripción, en el sumario de su crítica, del verdadero sentido de la novela: «Examina los costes humanos de la riqueza en una novela que sigue revisándose a sí misma».

Lo hace con cuatro aproximaciones a la vida de un magnate de las finanzas con todos los rasgos necesarios para recrear un arquetipo similar al de un, digamos, Ciudadano Kane. El resultado puede parecer algo exagerado. «Le fascinaban las contorsiones del dinero: que se le pudiera obligar a doblarse sobre sí mismo para forzarlo a comerse su propio cuerpo. La naturaleza aislada y autosuficiente de la especulación apelaba a su carácter». Pero la solidez de la prosa de Díaz elude la caricatura. 

No estamos ante el Tío Gilito. Al contrario, el protagonista es un personaje bien formado, con algo del brillo incluso de esos fascinantes héroes individualistas a la americana tipo Gatsby. Aunque precisamente la hábil diseminación de sospechas acerca de esa misteriosa solidez lo hace más bien antipático y, sobre todo, dirige la trama hasta un interesante desenlace. 

Pero lo que nos interesa aquí es la naturaleza «inhumana» de las finanzas que está contribuyendo a crear y que ilustra hasta la antonomasia. Así, lo que lo atraía del mundo de las finanzas era que, cuanto «mayor era la operación, más lejos estaba él de sus detalles concretos. No le hacía falta tocar un solo billete ni relacionarse con las cosas y la gente a las que su transacción afectaba». 

Hernán Díaz. | Wikimedia Commons

Los individuos ajenos a las alturas de Wall Street aparecen como peleles desechables: «La mayoría de la población, fueran cuales fueran sus circunstancias, estaba convencida de que formaba parte del éxito económico, o de que lo haría pronto». Cuando llega el Crac del 29, el hábil financiero aumenta exponencialmente su fortuna. 

Intenta convencer a sus detractores que lo hizo por el bien del país… que circunstancialmente coincidió con el de su patrimonio. Su filosofía reproduce con los rasgos más evidentes de un libertarismo a lo Trump: «El mercado siempre tiene razón. Nunca la tienen quienes lo intentan controlar». Con una pizca de darwinismo social incluso: «Igual que el resto de las criaturas vivas, o prosperamos o morimos». 

Recordemos que el autor es neoyorquino de adopción. En la novela se diría que adquiere la condición de Job dentro de la ballena. Como si reconociera el mal en los cimientos de su ciudad y quisiera rastrear su origen en el tiempo. 

Utiliza la genealogía de su protagonista como el barco de Conrad en busca del corazón de las tinieblas: «Soy un financiero en una ciudad gobernada por financieros. Mi padre era un financiero en una ciudad gobernada por industriales. Su padre era un financiero en una ciudad gobernada por comerciantes. Su padre era un financiero en una ciudad gobernada por una sociedad estrechamente unida, indolente y puritana, como la mayoría de las aristocracias de provincias. Esas cuatro ciudades son todas la misma: Nueva York».  

Niños que juegan con billetes de 50 euros

El autor de Un perro llamado Dinero es un alemán llamado Bodo Schäfer (Colonia, 1960). Cuenta a quien quiera escucharlo que lo criaron en la austeridad luterana de su Alemania natal: el dinero era algo sucio, innoble. En plena adolescencia, cursó un año como alumno de intercambio en un instituto californiano. Allí vio chicos que llevaban con orgullo camisetas con sus ganancias económicas del año anterior impresas. 

Schäfer se dejó llevar por el American way of life y se forró contándolo. En 1998 publicó El camino hacia la libertad financiera, un fenómeno de la autoayuda que ha vendido más de diez millones de ejemplares. No satisfecho con ello, en 2000 publicó Un perro llamado Dinero, una novela con la que pretendía imbuir a los niños su amor a las finanzas. 

Su éxito fue descomunal en todo el mundo: más de tres millones de ejemplares vendidos, ha sido adaptada para la gran pantalla y ha inspirado una serie cómica y un musical que ha recorrido los escenarios de toda Asia. En China, una nueva edición acaba de liderar durante seis meses la lista de libros infantiles más vendidos y es lectura recomendada en las escuelas. Al calor del fenómeno long-seller, Temas de Hoy publica ahora una nueva edición actualizada en español.  

Portada del libro de Bodo Schäfer

La novela muestra las peripecias de una niña alemana que sueña con un ordenador, arreglar los problemas económicos que amargan a sus padres… y viajar a California. Un perro que habla (con una voz muy similar a la de Schäfer) le muestra el camino en una aventura al estilo de Los Cinco, de Enid Blyton, pero con el (no tan) vil metal de protagonista. 

La niña languidece en el seno de una familia agobiada por las deudas. «Entonces me senté en la mesa de desayuno. Mis padres estaban hablando otra vez de dinero. Decidí no prestarles atención. En primer lugar, porque no entendía nada y, en segundo, porque nadie parecía muy contento cuando se hablaba de ese tema».

En agradecimiento a sus buenos sentimientos, el perro se comunica telepáticamente con la niña para contarle los secretos de las finanzas. Pese a lo mágico del arranque (es una novela juvenil, recordemos), el perro apela a la autoridad científica: «La habilidad de una persona para gestionar bien el dinero se determina a una edad muy temprana». Y un matiz importante: «Yo tampoco creo que el dinero sea lo más importante en la vida. Pero, cuando falta por todos lados, adquiere una gran importancia».

Y lo que algún Lutero que otro consideraría la manzana de la serpiente: «Si quieres, te enseñaré que el dinero puede convertirse en un elemento agradable de tu vida». Aquí está la clave. Si en Fortuna el dinero es el hábitat natural de un tipo frío, cercano a la sociopatía, aquí se asemeja al patio del recreo de una niña y su simpática pandilla: «Cuando te interesas por el dinero, tu vida se vuelve más emocionante y conoces a mucha gente interesante».

Entre los secundarios destaca una viuda enriquecida gracias a la inversión en bolsa. Al simpático autor no se le ocurrió para ella otro nombre que el de «señora Trumpf». En fin… En su compañía, la protagonista y otros amigos de su edad se lo pasan «en grande» jugando con billetes de 50 euros. «Mi madre siempre me decía que me lavara las manos después de tocar dinero. Dudo de que la gente rica piense que el dinero está sucio», reflexiona la protagonista.

Bodo Schäfer. | Wikimedia Commons

Gracias a la intervención de la versión perruna de Bodo Schäfer puede comprobar las fallas de la generación anterior: «Mi padre era un buen hombre, pero tenía la mala costumbre de culpar siempre a cualquier cosa y a cualquier persona de su situación. Por eso siempre se sentía como una víctima y pensaba que los demás solo habían tenido suerte».

Aunque, por supuesto, sus mentores le recuerdan que «el dinero en sí mismo no aporta ni felicidad ni infelicidad». Dice la señora Trumpf: «El dinero es neutro, ni bueno ni malo. Solo adquiere un significado bueno o malo en cuanto pertenece a alguien y ahí es cuando se utiliza para fines buenos o no tan buenos. Una persona feliz lo será todavía más con dinero. Una persona negativa con muchos problemas tendrá incluso más problemas cuanto más dinero tenga». Y, más adelante: «En realidad, el dinero expone el carácter», o sea, es «como una lupa».

Y la conclusión del maestro canino apunta por el mismo camino: «Creo que acabas de encontrar otra buena razón para hacerte rica. Convertirte en alguien capaz de ayudar a los demás». Aunque en toda la novela lo que prima es el aire de la autoayuda: entusiasmo, pasarlo bien, autoconfianza. Otras cosas pasan a un segundo plano. Ya bien avanzada la trama, la protagonista se da cuenta de que «había aprendido mucho, pero sobre cosas diferentes de las que enseñan en la escuela». Por ejemplo: «Me parecía mucho más emocionante aprender a ganar dinero para poder viajar a Estados Unidos que la vida de Carlomagno en clase de Historia».

La novela cuenta con un «epílogo para adultos» del psicólogo infantil Jürgen Zimmer, que recuerda que «’emprendimiento’ es un término que proviene de Estados Unidos» y que «la escenificación centroeuropea de la infancia se sostiene sobre buenas intenciones, como la abolición del trabajo infantil explotador y la salvaguardia de los derechos de la infancia. Sin embargo, la otra cara de la moneda es que la tendencia a sobreproteger e infantilizar la infancia se está prolongando».

Cabría objetar que esos Estados Unidos que parieron el término «emprendimiento» parecen difuminarse poco a poco en el escenario contemporáneo. Como acertó a ver Gorra en el NYT, Fortuna nos deja la sensación de que es una nación que anda «revisándose a sí misma». Al menos cierta élite que domina el entorno académico y de la «alta cultura», deseosa de enmendarle la plana al pasado, contra el que parece vivir mejor.

Mientras, en China prefieren darles a leer Un perro llamado Dinero a los niños.

¿Les dará eso una ventaja competitiva? Si es así, ¿merece la pena?

¿Dónde está la virtud?

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