'Oficio pasajero', la novela del joven Montano
La editorial Sr. Scott publica los diarios del escritor malagueño entre 1989 y 1999, una década de vida y literatura
José Antonio Montano. | Carmen Suárez
José Antonio Montano (Málaga, 1966), colaborador habitual de THE OBJECTIVE, acaba de publicar Oficio pasajero (editorial Sr. Scott), su diario de una década, 1989-1999, años de formación, de aprendizaje de la vida, de bohemia y salidas en falso, de indolencia y desgana, de lecturas y conversaciones, de humor y escepticismo en los que el joven escritor se nos presenta como «una nube en pantalones», como el célebre poema de Maiakovski, en una Málaga de lluvias torrenciales y terral, de sol espléndido y mar resplandeciente, de brisa suave y ocasos dulces, pero también una ciudad entonces aislada, cateta y fullera como un peine que no peina.
El joven Montano es melancólico y al tiempo alegre, como la bossa nova que escucha constantemente, demasiado perezoso para caer en el nihilismo o vivir una pasión autodestructiva, pero que se enamora con facilidad y es capaz de tomar decisiones radicales, como la espantá que da en su primer día como guionista de Antena 3; que lee incansablemente –Nietzsche, Jünger, Cioran, Onetti, Borges, Savater, Azúa, entre otros muchos autores– como una tabla de salvación ante el esfuerzo que exige la vida, que incumple todos los planes que se propone menos uno: persistir en la búsqueda de la belleza en la monotonía de los días. Ese mar de dudas y de flojera que nos representa contrasta con su pasión por la bicicleta y el ciclismo, un deporte que exige una fortaleza mental que, más allá de las apariencias y sin ninguna duda, el escritor tiene de sobra.
Pero Oficio pasajero –y es importante decirlo pronto– es más que un diario, es una novela sobre jóvenes que empiezan a sentir que están dejando de serlo, olvidados y atrapados en la provincia, en una España conformista y clientelar que les condena a soñar barato.
Vida y verdad
El propio autor lo dice, aunque en ese momento este libro todavía no existiese, en la entrada correspondiente al 29 de mayo de 1996: «Por la tarde, paseando por la playa, se me ha ocurrido más o menos el tipo de libro que debería escribir. Se trataría de un conjunto de prosas de carácter indagatorio, autobiográfico, memorialístico, reflexivo; en tono escéptico, amable, suavemente narrativo, conversacional, sentencioso y tajante en ocasiones, moralista también, sabio y ojalá riguroso. Disperso en principio, pero secretamente unitario». Montano incluso da un título posible para ese proyecto literario, Los años irreparables, que bien podría haber servido para este diario que, desde mi punto de vista, recuerda en ocasiones a las tribulaciones del Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia y al Luis Murguía de La sensualidad pervertida –no se olvide que esta novela de Baroja llevaba por subtítulo «Ensayos amorosos de un joven ingenuo en una época de decadencia»- en su insatisfacción y lirismo borroso, en las emociones tristes de un fin de siglo. No abundan en la literatura española reciente obras de introspección sobre la vida en la treintena, esa edad de zozobra donde uno anhela confirmarse en lo que sea, y ese es otro mérito de Oficio pasajero.
Más adelante, en la misma entrada, Montano escribe: «Uno de esos libros que configuran su propio género y lo agotan en sí mismos. El propósito es que entren la vida y la verdad en él (que sus páginas creen vida y verdad) siempre desde un punto de vista subjetivo; pero lo importante será la calidad de la escritura. Las dos cosas, de hecho, no pueden separarse». Y así es Oficio pasajero –«porque todo es transitorio, lo que importa es atender al instante, cuidarlo, fluir con el»-, un libro sobrio e inteligente, escrito con una prosa transparente, de tardes grises y mañanas luminosas, que nos estremece como una brisa a la sombra en los últimos días de verano.
