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Cultura

Jorge Semprún y las dos memorias de la Guerra Civil

En un ensayo apasionante y riguroso, Elios Mendieta retrata a este político e intelectual inclasificable

Jorge Semprún y las dos memorias de la Guerra Civil

Jorge Semprún. | Wikimedia Commons

No hay otro campo donde la figura de Jorge Semprún sea tan oportuna como en la memoria. Por eso mismo, si aún estuviera vivo, hoy aportaría claridad a ese debate tan español que enmaraña la historia documentada, los recuerdos personales y los episodios adornados por los propagandistas de turno.

Aunque el siglo XX ha quedado atrás, basta leer este párrafo de su libro Adiós, luz de veranos… (1998) para entender la complejidad de este territorio lleno de incertidumbres: «Durante mucho tiempo ‒escribe‒ creí que mi primer recuerdo no era tal. Que lo había, si no inventado, al menos reconstruido y recompuesto ‒coloreado, embellecido‒ hasta el punto de volverlo irreal».

En buena medida, una parte substancial de la biografía de Semprún ‒un puzle lleno de piezas‒ oscila entre una experiencia que para él fue abrumadora y la necesidad de construirse una máscara. El contexto de ese drama personal es bien conocido: tras el exilio de su familia en París, estudió Filosofía en la Sorbona. Luego luchó con la Resistencia antinazi, se afilió al Partido Comunista de España, y en 1943, fue deportado al campo de concentración de Buchenwald.

Sobrevivir a esta condena le animó, una vez liberado, a postergar recuerdos demasiado dolorosos. Así lo explica en La escritura o la vida (1994): «No solo estaba seguro de estar vivo, estaba convencido de ser inmortal. Fuera de alcance, en cualquier caso. Todo me había ocurrido, ya nada podía sucederme. Nada sino la vida, para devorarla con avidez. Con esa misma seguridad atravesé, más adelante, diez años de clandestinidad en España».

Oculto tras un alias que forma parte de su mitología, impulsó a otros intelectuales, artistas y académicos a pasarse a las filas del antifranquismo. Como dice en Autobiografía de Federico Sánchez (1977), la policía fue incapaz de localizarle: así, «uno se explica perfectamente, a posteriori, cómo ha sido posible trabajar clandestinamente en Madrid durante diez años; tener relaciones permanentes con varias decenas de cuadros del partido y con otras tantas personalidades de la oposición democrática, sin haber caído nunca en la ratonera».  

Estalinista en un primer momento, acabó reconociendo las mentiras que ocultaba la dictadura soviética. Eso le llevó a la disidencia y al encuentro con una verdad despreciada por la intelligentsia que aceptó los Procesos de Moscú: «Al final de la discusión del comité ejecutivo del PCE ‒escribe‒, Dolores Ibárruri, la Pasionaria, emitió el veredicto. Con cuatro frases nos ejecutó limpiamente a [Fernando] Claudín y a mí. Sus últimas palabras ‒y con ello se proponía sin duda explicar todos nuestros desvaríos‒ las había empleado para tratarnos de ‘intelectuales con cabeza de chorlito'».

Puede que los más jóvenes tengan noticia de su labor como ministro de Cultura en el Gobierno socialista de Felipe González. Alguno quizá haya hojeado libros suyos como El largo viaje (1963) y Federico Sánchez se despide de ustedes (1993), y una minoría acaso haya visto las películas que guionizó, entre ellas Z (1969), de Costa-Gavras. Pero si descontamos el recuerdo algo más nítido de los veteranos de la Transición, hoy se impone reivindicar a Semprún para que su legado pase a las nuevas generaciones. Es esta una labor que afronta con entusiasmo Elios Mendieta, autor de un libro excepcional, Memoria y Guerra Civil en la obra de Jorge Semprún.

Portada del libro

Pensando en ese acceso de nuevos lectores al mundo de Semprún, Mendieta tiene clara la puerta de entrada. «La escritura o la vida ‒dice a THE OBJECTIVE‒ es el libro que más veces he regalado en mi vida. Es su gran obra, pues no solo es su viaje órfico al campo de Buchenwald tras medio siglo, sino que en este libro se despliegan con gran singularidad, alcanzando el culmen, las señas de su estilo como escritor, su idiosincrasia creativa. Es muy interesante el alegato por el artificio o la imaginación, o cómo juega con una memoria en espiral, citando a numerosos autores en el tortuoso camino del recuerdo. También recomendaría Veinte años y un día, divertidísima novela –una de las pocas escritas por Semprún en español– que se aleja más de lo memorialístico, pese a verse reflejado su ‘yo’ de forma muy clara en diferentes ocasiones, y donde Semprún nos lleva a varios hitos de la pasada centuria en España: la Guerra Civil española, la posguerra o las revueltas estudiantiles de febrero de 1956. Y, cómo no, acabaría recomendando el visionado de Las dos memorias, que es una película que merece mucha más atención de la que tuvo. ¡Y ha pasado medio siglo!».

Es interesante que en una fecha tan temprana como 1974 Semprún entrevistase en Las dos memorias a excombatientes de los dos bandos de la Guerra Civil. Ese afán de rescatar las huellas del pasado, como eje de su perspectiva creativa, resulta crucial para entender la identidad de quien, durante el franquismo, se hizo pasar por un tal Federico Sánchez.

«Jorge Semprún ‒dice Mendieta‒ es un intérprete privilegiado de todo lo ocurrido en el siglo XX, y esto se debe a que fue protagonista en varios de los momentos más destacados del mismo: preso de los campos de concentración nazis, estalinista convencido, clandestino comunista en la España franquista y hasta ministro de Cultura en democracia. Hizo de su vida el material idóneo para sus narraciones, y no dudó en usar su memoria, además, para hacer literatura. También padeció la penuria de la Guerra Civil al tener que exiliarse de su país natal, junto a su familia, cuando solo tenía 12 años. No haber podido combatir contra los sublevados, por su edad, es una espina que siempre tiene clavada, y de la que empieza a resarcirse cuando sí puede combatir, como resistente, contra el Tercer Reich. Por ello, su obra creativa, ya sea en el ámbito literario, cinematográfico o teatral, ayuda a comprender parte del espesor que tuvo un siglo del que fue un personaje destacado».

Pregunto a Mendieta por la problemática memoria de los derrotados, algo evidente en guiones como el de La guerra ha terminado (1966), donde Yves Montand, un trasunto del propio Semprún, habla sobre ello en un memorable monólogo: «España ‒dice el personaje de Montand en la película‒ está convirtiéndose en la conciencia líríca de toda la izquierda: un mito para antiguos combatientes. Y mientras, catorce millones de turistas van de vacaciones a España cada año. España solo es un sueño para turistas o un mito de la Guerra Civil, y mezclado con el teatro de Lorca. (…) España ya no es el sueño del 36 sino la realidad del 65, aunque sea desconcertante».

¿En qué grado se advierte en este y en otros textos de Semprún esa tirantez entre historia, el recuerdo idealizado y la literatura? «La ficción ‒responde Mendieta‒ es un mecanismo imprescindible para Semprún a la hora de recordar y plasmarlo por escrito, pues sabe perfectamente que, como diría Paul Ricoeur, la memoria es sumamente frágil, por lo que la imaginación se cuela irremediablemente por los intersticios de los recuerdos. No se puede contar la verdad sin algo de artificio, sin reclamar la invención, como él defiende en La escritura o la vida«.

La guerra como material literario y cinematográfico

A grandes rasgos, la obra de Semprún suele asociarse con su paso por Buchenwald ‒un campo nazi hasta 1945, luego utilizado por los soviéticos‒. Sin embargo, el libro de Mendieta se fija, sobre todo, en la contienda española.

«La Guerra Civil ‒nos dice el autor‒ no es el evento central de su obra si se atiende en su conjunto, ya que los campos de concentración ocupan mayor espacio. De hecho, parte de su literatura nos lleva a sus vivencias en la Segunda Guerra Mundial y en Buchenwald. Me refiero a su cuarteto de textos concentracionarios: El largo viaje (1963), Aquel domingo (1980), La escritura o la vida (1994) y Viviré con su nombre, morirá con el mío (2001). Ahora bien, la Guerra Civil está presente en casi toda su obra, de una manera u otra, y a ello se ha prestado injustamente menos atención. De hecho, su primera obra de teatro, apenas conocida y de carácter absolutamente propagandístico comunista, Soledad, de 1947, es una pieza en la que Semprún, que apenas tenía 24 años, da a creer que la huelga y protestas en Bilbao anticipan una temprana caída del Régimen, y hay numerosas referencias a lo ocurrido en la Guerra Civil en sus páginas. Además, tiene un texto dedicado en su totalidad a la Guerra Civil, y que da la casualidad que fue su único trabajo como director: Las dos memorias».

«A este filme ‒añade‒ he dedicado el tercer bloque del libro, ya que es muy poco conocido, pero contiene muchísima información de interés sobre el conflicto español y sus consecuencias posteriores. También incide mucho en el conflicto que hubo entre comunistas y anarquistas durante la guerra, con el apogeo que supusieron los sucesos de mayo de 1937. Es una obra interesantísima. Además, la Guerra y el distanciamiento de la visión oficialista del PCE es clave en su guion de la película La guerra ha terminado, que tiene mucho de anticipo de lo que serán sus memorias más notorias, Autobiografía de Federico Sánchez (1977), galardonadas con el Premio Planeta y que tienen mucho de ajuste de cuentas con el PCE y con esa versión oficialista. Tampoco convienen olvidar otras novelas donde la Guerra Civil –y, más aún, cómo ese pasado del conflicto es una dimensión del presente, por decirlo a la manera faulkneriana– es fundamental en el relato, como Veinte años y un día (2003), escrita el año en que el polifacético creador inicia su octava década de vida».

Está claro que, en su dimensión popular, escasean en nuestro relato colectivo personajes así. A veces, por desmemoria, otras veces por pereza intelectual, y otras, simplemente, por intereses ideológicos. La duda es qué pesa más a la hora de entender el paulatino olvido de Semprún. «Bueno ‒concluye Mendieta‒, supongo que hay un poco de todo lo que has citado entre las causas, y es una pena. Semprún es una figura imprescindible para adentrarse en el siglo XX europeo y, por supuesto, en el español, y de hacerlo de muy distintas vías. Con ir a su biografía ya bastaría, pero es que, además, hizo de sus aventuras el tema de sus trabajos. Estoy seguro de que su obra podría atraer a nuevos lectores, ya que su escritura es dinámica y original, y juega con motivos que aún nos interpelan».

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